El Vengador Anónimo

Publicado el 26 abril 2012 por Diezmartinez


Cuando tuve que reseñar, hace varios, Valiente (2007), de Neil Jordan, apunté que no se trataba más que de una revisión, en femenino, del seminal thriller de “vigilantismo” El Vengador Anónimo (Death Wish, EU, 1974). Esta afirmación no descansaba en mi (nada) infalible memoria, sino en el hecho de que, enterado de la trama general de Valiente, me di a la tarea de volver a ver la famosa película setentera dirigida por el modesto artesano Michael Winner.  Recuerdo que la encontré en un DVD modestísimo (pantalla completa, sonido estéreo) que no tiene más extras que el trailer original de la primera secuela, dirigida por el propio Winner en 1982. Después de revisar El Vengador Anónimo no sólo me quedaron claras las similitudes dramáticas e ideológicas que tiene esta cinta con la citada Valiente, sino algo más: el hecho que el filme de 1974 es muy superior a la versión dirigida por Jordan. Aunque debo aclarar: la superioridad a la que me refiero no reside en el aspecto visual –Jordan es mucho mejor cineasta que Winner- sino, más bien, a la sinceridad de su discurso. Uno podrá estar en contra de lo que plantea El Vengador Anónimo –en lo personal, yo lo estoy-, pero no puedo negar la claridad de lo que propone y la crudeza con la que construye sus alegatos. La cinta de hace casi 40 años no busca coartadas de ninguna especie: está a favor del bíblico “ojo por ojo”, de la posesión y uso de las armas de fuego, y propone que no hay mejor delincuente que el delincuente muerto. Estamos en el Nueva York de aquel ya lejano presente, el anterior al “cero tolerancia” de Giuliani. Según la película de Winner, la Gran Manzana de esa época estaba atestada de violadores, ladrones, criminales, asaltantes. Es un retrato tan extremo y paranoico de la urbe que los que reseñaron el filme en su momento –como el ineludible Roger Ebert- mencionaron que el filme parecía estar ubicado en un apocalíptico futuro cercano, cuando la ley y el orden habían desaparecido por completo. En todo caso, en este susodicho ambiente hiper-realista, el liberal arquitecto encarnado por Charles Bronson –que en su juventud fue un pacifista que llegó a ser objetor de conciencia en la guerra de Corea- sufre la muerte de su mujer (Hope Lange, famosa por su protagónico en la teleserie El Fantasma y la Señora Muir/1968-70) y la violación de su hija, atacadas por un trío de animalescos asaltantes (uno de ellos, un jovencísimo Jeff Goldblum, por cierto). Después de la tragedia, Bronson viajará por razones de trabajo al “salvaje oeste” –bueno, en realidad a Phoenix- en donde el traumatizado arquitecto hará migas con un vaquero/constructor que le hará un singular regalo: un viejo revólver calibre .32. De regreso a la gran ciudad, Bronson se transformará en “el vengador anónimo” del afortunado título en español: un “conciente” ciudadano que tomará las calles de la Gran Manzana como si fueran callejuelas del lejano oeste. La cinta no se detiene en sutilezas en su repelente discurso revanchista y ultraconservador: aboga por la libertad que tiene el ciudadano para portar armas y defender su patrimonio y a sí mismo. La concepción que defiende El Vengador Anónimo no es la de la ley, sino la de la justicia “pronta y expedita” que se logra a balazo limpio, sin abogados ni jueces de por medio. El filme es atractivo exactamente por eso: por la directa brutalidad de su trama que tiene una adecuada contraparte en la cruda dirección funcional de Michael Winner que, cuando quiere señalar algo dramáticamente trascendente, no se le ocurre más que un corte directo al rostro pétreo de Charles Bronson en el papel que lo convertiría, junto con el Clint Eastwood de Harry el Sucio (Siegel, 1971), en el icono del cine violento de los 70. Años después, Eastwood lograría sacudirse este sambenito. Bronson, jamás.
El Vengador Anónimo se exhibe hoy en un programa doble de Charles Bronson, en el Museo Carrillo Gil, a partir de las 14 horas. La película que acompaña a este filme es otro clásico de los 70: El Peleador Callejero (Hill, 1975).