El veranillo de las bobas

Por Argonautas


Gracias mama por el paquete con las pastillas de sulfato ferroso!!!

HOY es sábado primero de octubre y disfrutamos en Kaunas de un tiempo excepcional. Esta mañana a las siete y media en punto tomé uno de los mikriukas que me llevan al centro de la ciudad. Y he tenido que ir a currar. Porque algún lumbreras de la universidad donde trabajo ha pretendido ser innovador. Y en este semestre que acaba de iniciarse el Rectorado ha introducido cinco sábados lectivos. Una medida que no ha sido bien acogida, claro está, ni por los estudiantes ni por el personal docente. Ni por el personal no docente. Ni por nadie. Por fortuna la mañana se levantó clara y hemos disfrutado todo el día de sol, calor y buen tiempo. Y media mañana me la pasé dándole palique a un profesor italiano. Que como yo mismo se encontró con la primera clase de las ocho totalmente vacía. Los lituanos son así. Protestan de esta forma callada. Protestan en silencio.  Marchándose del país o no acudiendo a clase.
Llevamos varios días disfrutando de un tiempo apacible y de una temperatura ideal. Lo que por aquí, en Lituania,  llaman "bobu vasara". O "verano de las mujeres". Que los británicos conocen como "Indian summer" y que en mi tierra llamamos "veranillo de San Miguel". Porque suele suceder que entorno al día  San Miguel el verano parece como que quisiera volver de nuevo. Como si se negase a decirnos adiós. Se trata de un verano que dura tan sólo unos días. Y que la gente aprovecha para darse los últimos chapuzones en el río o en la playa. Y las "bobas" lo utilizan para pasearse por la calle con los últimos modelitos que pudieron comprar en las rebajas de verano. El término "boba" es difícil de traducir al español. Significa "mujer" pero es un término con connotaciones peyorativas. Tal vez lo podríamos traducir como "tonta". O algo así. En Lituania, una "boba" es una mujer que sobreactúa. Como si estuviera en permanente estado de ovulación. Exagerando en extremo su condición de mujer. Que viste con falda ceñida, tacones altos, tanga y escote generoso. Y con un kilo de maquillaje sobre el rostro. Una mujer que va taconeando por la calle, pidiendo guerra. Cimbreándose como si fuera la reina del mambo. Y que le gusta exhibirse durante el verano. De ahí que al veranillo de San Miguel lo denominen por aquí de esa forma. Porque las "bobas" se visten como si fuera verano. Cuando, en realidad, estamos en el inicio del otoño. En el inicio de un terrible período de cinco meses donde a lo máximo que aspiramos es a seguir vivos cuando llegue la primavera. Cinco meses sin luz, con agua, nieve, hielo y un frío que pela. Hace dos años viví el invierno más duro que he pasado en mi vida. Cuando las temperaturas cayeron por debajo de los 20 grados bajo cero durante alrededor de cuatro meses. La nieve empezó a caer a finales de octubre y, si mal no recuerdo,  no nos abandonó hasta bien entrado el mes de abril. Sólo le pido al Altísimo que este período que empezará en breve tras el veranillo de las "bobas" nos resulte a todos menos dramático que hace dos años. Y que podamos salir de vez en cuando a la calle sin miedo a congelarnos.
Hoy, al volver del curro, he tenido una inmensa alegría. Y es de hecho el motivo principal  por el que me he decidido a escribir esta pequeña carta que subo ahora a mi blog. Cuando he abierto el buzón del correo, y después de retirar más de medio kilo de folletos comerciales acumulados y de unas cuantas facturas por pagar, he descubierto un paquetito expedido desde Segur de Calafell. Y una carta también remitida desde allá.  Ambos, la carta y el paquete, me las ha enviado mi madre. La carta contenía una postalita con una foto de Segur de Calafell. Una bonita población turística de la costa catalana. Y donde mi madre, a menudo, se desplaza para ver a mi hermana. Que vive allá.  La mujer me ha enviado un par de paquetes de  "Fero-Gradumet", un compuesto de sulfato ferroso que sirve para tratar la anemia. Porque el menda lerenda padece de anemia. Y con el invierno, con la falta de sol, la anemia se me acentúa. Y no me la consigo quitar de encima ni engullendo dosis extras de hígado de cordero o de vaca encebollado. Aquí, en Lituania, pude encontrar, al principio, unas pastillas similares. Por un precio razonable. Pero la compañía que las fabricaba dejó de comercializarlas. Y después de recorrer casi todas las farmacias y parafarmacias que conozco me he dado por vencido. Ya que sólo he encontrado productos muy caros. Ampollas de sulfato de hierro que cuestan un ojo de la cara. Por eso decidí pedirle a mi madre que me comprase mis viejos comprimidos. No sé. Supongo que habrá algo de ilegal en este tráfico de pastillas. Aunque lo que resulta no ya ilegal sino un atraco a mano armada es el precio de las medicinas aquí. Las medicinas en Lituania son carísimas. Sobre todo si tenemos en cuenta el bajo poder adquisitivo del lituano medio. Y en las farmacias sólo se venden aquellos productos caros que le resultan rentables al farmacéutico. El estado de la sanidad pública en Lituania merecería un post a parte. De momento diré que la medicina en este país es de muy bajo nivel. Y que está al servicio del poderoso caballero Don Dinero. Todo se paga con dinero contante y sonante. Por pagarse, aquí se pagan hasta las radiografías y las vendas que te ponen. Corren todo tipo de rumores sobre la corrupción galopante que impera en la sanidad pública. He oído todo tipo de historias. Y parece que si quieres salir vivo de un quirófano debes "untar" previamente hasta a la señora que friega la consulta del cirujano. Debo decir que yo mismo he tenido la ocasión de visitar un hospital público. Eso me ocurrió nada más llegar a Kaunas, hace cuatro años. Una amiga, de nacionalidad alemana, tuvo un accidente en casa. Y se quemó severamente un brazo. Me dijo que se le cayó encima una olla de agua hirviendo donde cocía unas patatas. No sé cómo diantres acabé comiéndome el marrón yo.  Supongo que la alemana me caía bien. O tal vez me gustaron sus largas piernas y su trasero se tanguista profesional. No sé. Lo cierto es que aquella tarde acabé presentándome con mi amiga alemana en el hospital público más cercano. Y todavía me acuerdo de casi todo el show. De lo difícil que nos resultó encontrar al doctor encargado de atender esos casos. De la interminable espera. Del ir y venir de una ventanilla a otra. Con la chica rabiando de dolor. Y yo totalmente perdido pues ya digo que llevaba muy pocos días en Kaunas. Y ni hablaba lituano y ni tenía ni idea ni de en qué parte de la ciudad nos encontrábamos. Al final acabamos en un antro donde se atendían las urgencias. Y adonde habían acudido también un montón de heridos y de enfermos de la zona. Aquello parecía más una cárcel que un establecimiento hospitalario. Con sillas y mesas de formica que no se habían renovado desde los tiempos de la Unión Soviética.  Y  con paredes sucias y desconchadas que pedían a gritos una buena mano de pintura.
Creo que cierro aquí esta breve carta. Porque ya digo que el análisis de la sanidad pública en Lituania merecería un post entero. Con datos relevantes, alguna gráfica y notas a pie de página. Para que no se me acuse de demagogo o de estar mal informado. Ya he dicho que el motivo de esta carta es agradecerle a mi madre que me haya enviado las pastillas de sulfato de hierro. Que me haya enviado, como reza en la caja del producto, los "comprimidos de liberación prolongada" que tanta falta me hacían. Podría hacer ahora un juego de palabras facilón y tonto y comparar el Fero-Gradumet con los aviones bombarderos de la OTAN. Que se dedican también a la liberación prolongada de los oprimidos del mundo. Lanzando toneladas de hierro sobre sus cabezas.  Pero no tengo demasiado tiempo ahora. Porque quiero aprovechar los últimos rayos de sol que se cuelan por mi ventana. Y  pienso que voy a salir a la calle a dar un paseíto. Para disfrutar de los últimos coletazos del verano de las bobas. Gracias mama por las cajas de pastillas. Y por todo lo que me has dado durante todo este tiempo que nos conocemos. Te envío un beso. 
Historia de la fotografía: La fotografía la tomé yo mismo hace unos minutos. Y no tiene demasiada historia. Se trata de las dos cajas de Fero-Gradumet que me envió mi madre. Y del sobre que contenía la postalita con una fotografía de Segur de Calafell. Y con una nota de mi madre que me decía que me cuidase y que fuera al médico. Lo que no sabe la pobre mujer es que aquí lo mejor es no visitar a  ningún matasanos. Y que si un día tengo algo serio, una enfermedad o accidente que necesite de cirujía o de tratamiento médico,  cojo disparado un vuelo barato para Barcelona. Lituania es quizás un buen país para gente joven, sana y con dinero en el bolsillo. Pero si se carece de alguno de esos factores, lo mejor que se puede hacer es empaquetar y buscar otras latitudes. Con un Estado del Bienestar desarrollado. Y con una sanidad pública gratuita y de calidad. Financiada con los impuestos de todos. Porque la salud debería ser un derecho de ciudadanía garantizado por la sociedad. Y no un derecho al que sólo acceden los que pueden pagarlo. En Lituania el Estado casi no invierte en sanidad pública. Los profesionales de la salud están muy mal pagados aquí. Eso explicaría la desmotivación y la alta corrupción que existe en el sector. Y los hospitales y clínicas del sistema público de salud se encuentran en una situación lamentable. Con instalaciones, mobiliario y equipamientos de la época del primer Sputnik.  Digo todo esto, claro está, desde mis  particulares gafas de ciudadano catalán. Acostumbrado a la gratuidad, la universalidad y a altos estándares de calidad en el sistema público de salud. Si fuera un ciudadano de Albania o un desempleado norteamericano sin seguro médico probablemente la sanidad lituana me parecería la releche de buena. Como dice el refrán "todo depende del cristal con que se mira". Joder! Otra vez ando yo liado con el maldito refranero español.
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