Hay libros que, lamentablemente, son un quiero y no puedo. Ocurre también en el caso de autores consagrados. Hoy me centraré en uno de ellos: El verano del inglés, de Carme Riera, publicado por Alfaguara. En esa obra nos encontramos con una protagonista llamada Laura Prats, una mujer que roza los cincuenta años y que desconoce el idioma de Shakespeare, lo que siempre le ha impedido progresar profesionalmente en su empresa. Su marido, un día, reconoció de modo abierto su homosexualidad y se fugó con un agente de la policía autónoma catalana (un mosso d’esquadra). Y ahora, cuando comienza a asfixiarse en su vida laboral y personal, toma una decisión drástica: se irá durante el verano a las Islas Británicas y aprenderá su lengua. Contratará a una profesora que la atienda de forma exclusiva. Se someterá a una profunda inmersión lingüística. Sacrificará su comodidad y sus vacaciones. Todo, con tal de expresarse bien en el idioma inglés.Cuando llegó a Inglaterra se encontró con su profesora y anfitriona: Mrs Grose, una mujer corpulenta e inquietante que poseía una casa enorme y lujosa. Era una mujer dominadora, que se mantuvo inflexible en su decisión de no hablar en casa otro idioma que el suyo. Incluso llegó a quitarle el móvil a Laura cuando descubrió que llamaba con él a una amiga española, con la que charlaba en su lengua. Paso a paso, con revelaciones pequeñitas que se van sumando unas a otras, Laura comprende que Mrs Grose no se encuentra bien, y que su condición comienza a ser, a su lado, la de una prisionera en las manos de una auténtica enferma mental, que la somete a torturas físicas y psicológicas. Llega incluso a acordarse de la película Misery (en la página 113), que aborda un tema similar.
La mallorquina Carme Riera intenta combinar momentos de humor con otros de tensión, parlamentos jocosos con instantes macabros, diálogos chispeantes con descripciones de interés. El problema es, a mi juicio, que no consigue ninguno de sus objetivos: el humor de la obra carece de vuelo; su tensión es muy previsible y queda como acartonada; las frases que quiere llenar de inquietud no producen el efecto deseado; y sus diálogos ignoran la fluidez, porque se pierden en clichés de condición terrosa, muy difíciles de tragar. ¿Acaso el libro está mal escrito? En modo alguno. Es bastante correcto. Pero ya está. Carece de brillo, de sorpresa, de primores formales y de aportaciones valiosas en el orden literario. O sea, páginas para pasar el rato. Si buscan algo más en esta obra me temo que no lo hallarán.