Entre las propuestas más singulares de este 2017 se encuentra, sin lugar a dudas, El verano infinito (2014), la primera novela traducida al castellano de la polifacética artista danesa Madame Nielsen, que también cultiva las artes plásticas, musicales y teatrales, y es una activista social muy comprometida con los refugiados. Esta autora nació con el nombre de Claus-Beck Nielsen (1963), una identidad que mantuvo durante casi cuatro décadas, hasta que en 2001, coincidiendo con el nuevo milenio, decidió dejarla atrás y más tarde reapareció con la imagen de Madame Nielsen, que le permite explorar su feminidad, no solo en la creación artística, sino en todas las facetas de la vida. «Me interesaba la idea de que ser hombre fuera una posibilidad, no un destino», explica en una entrevista. La primera frase de El verano infinito, que se repite como un eco a lo largo del libro, ya insinúa este juego de identidades («El chico joven, que tal vez sea una chica, pero que aún no lo sabe»). Pero su singularidad no termina ahí.Nielsen sigue las vivencias de un grupo de personajes que aman y viven con intensidad, algunos muy jóvenes, otros no tanto, pero todos dispuestos a exprimir el momento, venciendo los miedos, venciendo las dudas, en un «verano infinito» que parece detener el orden de las cosas y dar rienda suelta a lo desconocido. En primer lugar, «el chico que tal vez sea una chica, pero que aún no lo sabe», un chico frágil, delgado, artista, que coquetea con el ambiente bohemio, con toda la inestabilidad que conlleva. Su amiga, la chica, una muchacha con una historia familiar un tanto enredada, que la llevó a criarse lejos de su tierra, bajo el sol de Canarias, una chica que se mueve entre el chico bohemio y otro, un chico torneado que guarda un secreto. La madre de esta chica, que la tuvo muy joven, luego tuvo más hijos con otro hombre y ahora empieza un romance con un portugués menor que ella; una mujer que no renuncia al amor, a la pasión, que se deja llevar, que ya no tiene los miedos de los jóvenes. Ellos son los protagonistas de una novela en la que, sin embargo, el peso no está en la acción sino en algo que podríamos llamar vaivén, porque nada ni nadie avanza en línea recta.
Madame Nielsen
El verano infinitoes, un poco a la manera de Marcel Proust, una indagación en la memoria, escrita con ese estilo torrencial del fluir de la conciencia en el que la forma neutraliza más que nunca la historia, y la inexactitud del recuerdo se instala en la narración. Párrafos de varias páginas, frases largas, ramificadas, musicales; una voz elegante y delicada que no da tregua y arrastra al lector en su cadencia, su tempo, porque, pese a estar escrita en prosa, tiene mucho de composición poética. ¿El tema? Nada menos que el «verano infinito» como espacio simbólico, como el tiempo de las posibilidades, el espíritu de la juventud en el que aún está todo por hacer. Momentos fugaces que no obstante devienen eternos. Y, también, el tiempo de la muerte (real y simbólica) que pone fin a las ilusiones como una bofetada. Todos estos personajes que aman y viven terminan heridos, lastimados por el final de su particular verano. Como suele suceder en las obras de esta naturaleza, la novela es densa, con algunos excesos que por momentos empalagan y dispersan la atención. Aun así, bajo esa espesura resuena un relato evocador y nostálgico, íntimo y apasionado, suficiente para que compense llegar hasta la última página.