El verdadero final de la Bella Durmiente, de Ana María Matute.
Siempre me gustó cambiarle el final a los cuentos. Cuando tenía seis años decidí escribir la segunda parte de La Ratita Presumida. Partía del final de la ya conocida historia, sólo que la ratita decidía dejar al ratón en su casa e irse a ver mundo. A mí es que ya desde los seis años eso de estar barriendo, aunque fuera para encontrar monedas, no me iba. Días atrás me encontré con un libro que desconocía de Ana María Matute: El verdadero final de la Bella Durmiente. Y claro, no pude resistirme a leer esta novela corta que parte de la boda de los príncipes. La historia es más convencional de lo que a mí me hubiera gustado pero, de todas formas, merece la pena. Recurre Ana María Matute a esa vieja imagen de las suegras como brujas y juega con la realidad y la ficción, como al explicar que los hijos de los príncipes, sometidos a encierro, “inventaron un lenguaje de signos, tan original y útil que, parecer ser, todavía se utiliza en nuestros días”.
Sobre las películas que sobre la Bella Durmiente se hayan podido hacer, en mi imaginario vive la versión de Disney que, todo sea dicho de paso, resulta deliciosa para la infancia pero que, con los años, va perdiendo candor y ganando demasiado azúcar.