Al principio se había postrado inerte y cautelosa, como esperando la cruel y final estocada del destino; aquella falaz ceguera que corroería su alma, inundando sus ojos con etéreos campos azulados y transportando su cuerpo, sin prisas a otro lugar; llenando sus oídos de serenatas viles, insanas y melancólicas a la vez; envenenando su piel con ardorosos deseos que la habían invadido y evadido; mortificando su corazón, su verdadero ser... aquel ser que se agitaba, gritaba y suplicaba muy adentro, en los confines de su mente, desprotegido, perdido y olvidado... por ella misma.
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