La muerte tenía un precio
Hace poco más de una semana nos dejó, a la edad de 89 años, Luis García Berlanga, el mejor o uno de los mejores directores españoles y, seguramente, el más entrañable. Durante los días que se han sucedido desde su muerte se han podido ver por la televisión algunos documentales que alababan su figura y su gran talento. Y lo que más se destacaba del genial director era su marcado perfeccionismo que le provocaba una tremenda inseguridad a la hora de rodar; cada vez que acababa la toma de algún plano decía: "vaya cagada". De ahí que el director Jess Franco titulara la biografía que escribió sobre su viejo amigo, Bienvenido Mister Cagada (Memorias caóticas de Luis García Berlanga, ed. Aguilar, 2005).
Otras cosas que contaba Berlanga en alguna entrevista era que esa verborrea frecuente que soltaba lo más probable es que fuera producto de su timidez, o sea, que le sirviera como defensa para hablar más él antes que los demás le formularan preguntas. Pero dejando aparte su manera de ser, de la que también se ha dicho que era un perezoso trabajador, la verdad es que en el cine fue único a la hora de juntar, de manera tan tajante, comedia y drama, sobre todo gracias también al tándem que hizo con el gran Rafael Azcona, que sucumbió en 2008 por culpa de un cáncer. Juntos crearon historias llenas de humor negro rodadas con grandes planos secuencia, algunas con menos valor que otras pero con momentos memorables, como La escopeta nacional (1978) o La vaquilla (1985), y otras tan perfectas e imprescindibles como la simpática e inolvidable Plácido (1961), o la que quiero homenajear en esta ocasión, El verdugo (1963), un glorioso, contundente y rotundo alegato contra la pena de muerte, que contiene frases tan intencionadas y escenas completamente eficaces que componen uno de los films mejor logrados de la historia del cine universal. Sorprendentemente, por lo trágico del tema y por la dura puesta en escena de algunos momentos memorables, la película pasó la censura franquista quizás al recibir el premio en el Festival de Venecia (en Italia, Franco era conocido como "el verdugo") y tener el reconocimiento del cine europeo. Pero para Franco, después de ver la película, Berlanga era "un mal español".
La historia empieza cuando un verdugo llamado Amadeo (José Isbert) se deja en la cárcel su maletín con las herramientas. Entonces, un trabajador de una funeraria llamado José Luis Rodríguez (Nino Manfredi) se lo lleva a su casa donde conocerá a su hija Carmen (Emma Penella). Sin esperárselo, pronto empezará una relación con ella y para quedarse el piso que desean tener deberá seguir con el trabajo de su suegro, algo que a él le resulta inhumano y que intentará evitar por encima de todo.
Sin duda, el protagonista absoluto, con cuya presencia el espectador se siente totalmente entregado, es el inigualable José Isbert, que murió tres años después de rodar esta película a la edad de 80 años. Esta fue su última aparición en la gran pantalla pero con Berlanga ya había aparecido anteriormente en Bienvenido, Mister Marshall (1953), Calabuch (1956), y Los jueves, milagro (1958), aunque casi todo el mundo lo recuerda por este papel. Juntando una total naturalidad y un enorme talento con una voz bastante afónica y un físico tan característico, sus personajes ayudan a que las historias tengan más credibilidad y, sobre todo, consiguen dejar una huella imborrable en el espectador. De ahí que Azcona y Berlanga, junto con el otro guionista Ennio Flaiano, tuvieran ese ingenio y esa sabiduría de dejarle para él las mejores frases de la película, cuyo resultado es pura delicia llena de ironía mordaz viniendo de la boca de un verdugo: “¿fuma usted? yo debía dejarlo por los bronquios pero no tengo coraje”; “me hacen reír los que dicen que el garrote es inhumano, ¿qué es mejor, la guillotina? ¿Usted cree que hay derecho a enterrar a un hombre hecho pedazos?”.
Se han comentado ya muchas cosas sobre esta película pero es que cuando uno la vuelve a ver se da cuenta de lo perfecta que es. Aparte de lo bien que se utilizan las elipsis, la historia es un fiel reflejo de la sociedad de la época, destacando el continuo deseo que tiene el enterrador protagonista de querer ir a Alemania para trabajar. También Berlanga tiene tiempo de hacer un guiño hacia los clásicos con la escena en que una pareja se acerca a un quiosco en la feria de libros y preguntan si tienen algo de Bergman o Antonioni, y les responden: "¿Bergman?, ¿la actriz?".
En cada escena hay algo destacable y la cantidad de personajes que aparecen tienen siempre un momento cómico impagable, algunos de ellos interpretados por Alfredo Landa, Agustín González, José Sazatornil, Chus Lampreave, Lola Gaos, o José Luis López Vázquez, cuyo personaje tiene bastante más importancia ya que es el hermano del enterrador protagonista. Y qué se puede decir de la manera cómo está introducido el humor en casi todas las escenas de la película. Mismamente, el personaje de López Vázquez es sastre y utiliza como modelo a su hermano para los arreglos de sus clientes, como se puede ver cuando se prueba una sotana; y poco después vemos al mismo personaje de López Vázquez midiendo la cabeza de sus hijos, diciéndole bruscamente su mujer (María Luisa Ponte) que lo de su padre no es hereditario. Y cuando se casa la pareja protagonista lo hace después de otra boda, de ahí que les vayan quitando las alfombras, los cojines, las flores y apagando las velas mientras el sacerdote les casa. Esta escena está basada en un hecho real que le ocurrió al mismo Berlanga cuando se casó con su única esposa, María Jesús Manrique (juntos han estado 56 años), después de otra ceremonia con mayor presupuesto que la suya.
“Un clásico español realizado por uno de los grandes, Luis García Berlanga, cuyo relato es el mejor alegato contra la pena de muerte, lleno de humor negro y con la actuación del simpático e inolvidable José Isbert”
critica El verdugo