De Madrid (España) a Phnom Penh (Camboya) pasando por Bangkok (Tailandia). 38.000 km del ala (para algo hemos cogido dos aviones) para hacer realidad una aventura que hace tres días escasos ni siquiera podía imaginar. A veces hay sueños que se hacen realidad, y a veces, incluso sin haberlos soñado antes.
A pesar de que viajar metidos en un cilindro metálico con cuatro motores, dos alas, 400 personas y un piloto thailandes suena más a traslado que a viaje, todo tiene su pequeña historia. Y ya sabéis, vecinos, lo que me gusta a mí eso de las historias de poco tamaña y mucha sonrisa.
Del metro de Lista a Barajas, y dale a los nosecuantos metros lisos para llegar a la T1 a encontrarte con Natalia, que llegas que parece que has ido andando hasta Camboya, de lo lejos que está eso.
Intercambiamos saludos e ilusión Natalia y yo, que no es manco el viajecito. Y está bien comenzar con ánimos, porque la que tienen montada, antes de que entres a la zona de embarque, en plan la seguridad de la celda de Hannibal en El Silencio de los Corderos, no ayuda mucho. Puede que sea muy seguro, pero también es muy triste que los viajes tengan que comenzar con una demostración de lo que consigue el miedo.
Te reciben, te sientan, te despegan, te dan de comer, te ponen un vídeo imitando a tricicle con unas mascarillas, te dan de beber, te dan de comer, te ponen una peli, te pones un libro, te dan de beber, te colocas, te vuelves a colocar, te vuelves a poner un libro…..
Y con eso y unas cuantas charlas, y no necesariamente en ese orden, te plantas en Thailandia. Allí, el trato es todavía peor, y te ves pensando como Clint Eastwood en como escaparte de esos guardias, que parece que te están metiendo en una prisión de alta seguridad. Por si aún no te sientes un bicho raro, resulta que eres fumador, y te introduces en una “Smoking Room” que te hace acordarte de los hamsters de tu hija, tan monos ellos. Total, que a pesar del mono, tan sólo le das una calada al cigarro y te largas, no sea que te quedes atrapado en la niebla, cual personaje del Stephen King.
El vuelo de Bangkok a Camboya es corto, y comparado con el anterior, casi como coger un autobus. Al aterrizar en Phnom Penh, es cuando eres consciente del cambio, del traslado que has hecho. Ya no hay mastodónticas terminales como en Barajas o en Bangkok, sino un aseado y pequeño aeropuerto, y no se divisan construcciones mayores que tres o cuatro pisos, quizas alguna solitaria en la lejanía,
Del aeropuerto nos llevan hasta la oficina de Save The Children en Camboya, para un primer contacto con la gente que trabaja aquí con la infancia. Basta mirarles a los ojos y escucharles para poder definir una palabra: ilusión. No es lo mismo, pero si queréis sentirlo cerca, visitar su página web.
En las calles, motos y caos. Una ciudad que parece en reconstrucción, con multitud de puestos en todas las esquinas, vendiendo toda clase de repuestos para vehículos de dos y cuatro ruedas y toda clase de comidas y cosas dispares. Las señales de tráfico, si es que las hay, tienen la indudable utilidad de dar de comer a quienes las fabriquen. Otra no. Se te puede cruzar una moto por la derecha en dirección contraria, mientras otras dos te adelantan por la izquierda, una de ellas con tres personas y un niño encima. A la vez, el tuc-tuc (tengo que preguntar a @natiquiro si esto se escribe asi), el taxi típico de Phnom Penh, una vespino adosada a un carrito con bancos, te hace frenar para no estampar a la señora que lleva de pasajero, que por otra parte ni se inmuta.
La palabra es vida. Vida en la gente que se mueve, en los gritos, en las sonrisas que ves. La palabra “crisis” se ve con una perspectiva diferente desde estas calles repletas de gente que se mueve en todas direcciones en un aparente caos, pero que busca exactamente lo mismo que tu y que yo. Que besa, ama, desea, siente, sufre y ríe por las mismas causas. En una ciudad que por un lado parece caerse y por otro lado construirse. En un país que quiere levantarse de una pesadilla que parece lejana pero que desde aquí, al ver sus huellas aparecer en cualquier esquina, no lo es tanto.
Hemos llegado. Y Camboya nos recibe con motos, caos y sonrisas.