No fue, sin embargo, hasta la primavera de 1919 cuando una expedición científica británica comprobó los postulados de la teoría del físico alemán. A final de ese año, la Royal Society y la Royal Astronomical Society hicieron públicos los resultados confirmando las conclusiones de la teoría general de la Relatividad. Einstein había resuelto los cabos sueltos de la mecánica clásica formulada por uno de los santones de la ciencia universal y británica: Isaac Newton.
La relatividad general es una teoría de una belleza física extraordinaria y, a la vez, matemáticamente compleja, difícil de comprender, con ramificaciones en la filosofía, el imaginario popular del universo y la ciencia ficción. No son pocos los lemas o dichos en relación a la teoría de Eistein que se han popularizado, algunos más ciertos que otros, como que «la luz pesa» o que «todo es relativo». En la viñeta de la izquierda, publicada por El Heraldo de Madrid el martes 13 de marzo de 1923, se reflejaba el desconcierto ante la novedad científica y las dificultades que surgían para su divulgación.
Entre el 1 y el 11 de marzo de 1923, Albert Eistein visitó Madrid. Resulta curioso el programa de la visita del científico a la capital de España. Einstein ofreció tres conferencias en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central, una en el Ateneo de Madrid y otra en la Residencia de Estudiantes. Además de protagonizar un 'concierto íntimo’ con el violinista Antonio Fernández Bordas durante un te ofrecido en su honor por los Marqueses de Villavieja y visitar a Ramón y Cajal, Einstein viajó a Toledo con Ortega y Gasset entre otros acompañantes, al Escorial y a Manzanares el Real.
El tren que le llevaba a Zaragoza traqueteaba en medio de un paisaje que empezaba reverdecer. Einstein no pudo reprimir, a pesar de tanta belleza acumulada, un pequeño suspiro al recordar uno de los cuadros que más le habían impresionado en la pinacoteca madrileña. Se trataba de 'Las edades y la muerte’, de Hans Baldung Grien, uno de los representantes del 'renacimiento’ alemán. Sin embargo, Einstein, dejó atrás la pequeña mueca de pesimismo que le provocaba el recuerdo de la pintura de su compatriota. Miró a Elsa, su prima y segunda esposa, tres años mayor que él y se reconfortó con su sola presencia. Ella le había cuidado cuando cayó enfermo de agotamiento. La belleza no era todo.
Albert y Elsa durante su visita a Madrid
Mientras el científico alemán regresaba a su país, vía Zaragoza y Barcelona, el titular del Partido Judicial de Getafe, Manuel González, se rompía la cabeza investigando el hallazgo de unos restos en un vertedero de Carabanchel. Según los forenses de ese pueblo, se trataba de las extremidades, dos pies y una mano, de una mujer joven cercenadas en vida.La crónica negra de la otra cara de Madrid, lejos de las conferencias científicas y las recepciones reales o los tés de la aristocracia, surgía con fuerza en los diarios madrileños. La Libertad, ABC o el Heraldo competían por resolver el misterio. Un joven plumilla llegado de Valencia, vía Barcelona, se encargará de seguir el lúgubre suceso. Luis de Sirval desplazará al Juez de Getafe como protagonista de la novela. Las muecas de los días, sin embargo, se aparecerán para todos, un coro de personajes en su mayoría reales. Allá van todos, al margen de sus edades, hacia la muerte, el fracaso, la guerra, el exilio o la injusticia.http://capitaldelsur.blogspot.com/feeds/posts/default/?alt=rss