Dedicado a José González
Vuelvo ya, y retorno cambiado. Hay viajes que te surcan el alma, que dejan una impronta ineludible en lo que quieres, o pretendes, ser.
Pero lo que me sobrecoge es la iglesia. En el hotel me dan una inmensa llave de hierro forjado, que abre la puerta a un templo románico del siglo XII.
Uno se adentra en una iglesia construida el año 1182, declarada Bien Histórico Cultural el 3 de octubre de 1991 y, por tanto, parte del Patrimonio Histórico de España. Y está solo.
Hace casi mil años que el ingenio humano creó un espacio tan ajeno al paso de los siglos. Tengo la llave, y todo el tiempo que quiera para disfrutarlo. Nadie me interrumpe mientras observo el maravilloso sepulcro románico que hay junto al altar mayor. Durante los días que estuve en la zona, busqué el refugio de esta iglesia en más de una ocasión. La posibilidad de entrar con entera libertad me turbaba. Al poco ya no estaba de visita; me fui acomodando a sus sombras, espacios y secretos.
Hay un rumor de agua. En unos minutos aparece esta imagen.
No fue sólo la iglesia. Fueron los árboles los que me acogieron. Fue ver un lobo apenas a 30 metros, o dejar el paso a las familias de faisanes. Fue subir a lo alto de la montaña, atravesando un mar de niebla, y poder tomar esta imagen desde lo alto.
Y más. Fue encontrar pictogramas neolíticos en la roca, junto a la carretera; ver en Taramundi cómo se fabrica una navaja, observar en os Teixois toda una industria pañera o metalúrgica utilizando la fuerza del agua.
Y fue la tierra. José me indicó cómo llegar a la mina. Apenas diez minutos en coche, y luego un sendero de tierra.
Lo que ven es la entrada a una mina de hierro y zinc. Se abandonó en 1960.
Los he encontrado en Oscos.
Antonio Carrillo