A veces puedo pasar varios días sin escribir. Mientras no escribo, leo; y desde hace varios días he acumulado al lado de mi cama muchas historias de viajes que normalmente reviso en las madrugadas, sobre todo si son largas. He culpado a Paul Theroux de mi insomnio de hace varios días. No he logrado quitarme a “Elefanta Suite” -uno de sus libros- de la mente y menos a estos párrafos, tan fuertes como una sentencia:
“Había llegado a entender bien lo que aprende el viajero solitario que recorre largas distancias, lo que halla tras meses en el camino: que en el transcurso del tiempo un viaje deja de ser un interludio compuesto por distracciones y desvíos, por panorámicas que pretende uno contemplar, por placeres en pos de los cuales viaja, y se convierte en una serie de desconexiones en la que renuncia a toda comodidad, abandona a los amigos o es abandonada por ellos, pasa el tiempo en lugares anodinos, inmune al concepto mismo del retraso, toda vez que el viaje es en sí mismo una sucesión de retrasos. Solucionar problemas, encontrar algo de comer, comprar prendas nuevas de vestir, olvidar las viejas, hacer la colada, comprar billetes, localizar los hoteles baratos, estudiar los mapas, estar sola, pero sin pasar soledad.
No se trataba de la felicidad, sino de la seguridad, de hallar la serenidad, de realizar descubrimientos en toda esta locomoción y de hallar una serenidad semejante allí donde encontrase un lugar en el que anidar, como el ave de paso que migra lentamente en una serie de tramos sucesivos”.
Grande, Theroux.
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