Cuando abandonaba la fiesta le vi. Iba, no briago, pero sí luminoso, con andar un sí es no es zigzagueante, saludando a diestro y siniestro con un punto de vieja elegancia a todos cuantos, disfrazados o no, se cruzaban en su camino y repitiendo su cantinela con mucha convicción: "El cuerpo vale, la sangre vale, la carne vale. En el centro de la noche brilla, pese a todo, la alegría". Y a cada poco remataba su letanía con un grito rotundo: "¡Y que nos quiten lo gosao!".