Publicado en ValenciaOberta.es
Tenía la voz temblorosa. Trémula. Yo creí que por la edad. Quizá por la noche que había pasado. Según él, en blanco. Ha entrado en la oficina del Ayuntamiento a consultarnos. Parecía que iba poco menos que al patíbulo. Estoy seguro que pasaba de los ochenta con holgura. Se habrá chupado una posguerra de esas del siglo pasado aquí en Valencia, mientras Franco moría en la cama. La causa de su insomnio: si iba a poder vallar o no un solar de su propiedad. Seguramente con mejor voluntad que conocimiento más de uno le habría enviado mensajes contradictorios que se habían mezclado en la cabeza del viejo, y el propio desconocimiento ha hecho el resto.
Me ha impresionado sinceramente que algo tan banal como el vallado de una parcela le quite el sueño a nadie. Alguien puede pensar que exagero, pero el tono de voz y la forma de expresión del buen ciudadano me hacen pensar que no mentía. Por suerte, en este caso, el cumplimiento de la normativa (que no tenía por qué existir, pero existe) no es demasiado complicada, y nuestro protagonista ha salido aliviado del despacho, sabiendo que puede hacer lo que tenía en mente. Espero que duerma a pierna suelta – todo lo suelta que se pueda con ochenta y tantos – esta noche.
Llevo reflexionando sobre esto todo el día, y por eso lo dejo aquí. Tiene sentido que alguien criado bajo el yugo franquista, con una educación férrea sea temeroso de Dios y de las leyes de los hombres. Al fin y al cabo, hubo un tiempo que el viejo vivió, en este país, en el que si te salías de la fila te podían dar el paseo. Así funcionan los totalitarismos. Así se consiguen ciudadanos que entran en un despacho, como el mío, temerosos de lo que les puedan decir. Cargados de miedo, más que de respeto.
No sé en qué momento en la radio, que suele estar encendida, acompañando nuestro trabajo, han comentado la noticia de la consulta catalana en la que se incluye una pregunta sobre si los ciudadanos han de seguir o no las leyes y se ha producido mi conexión en el cerebro. El viejo temblando, sin poder dormir, por querer cumplir la ley y por el miedo a ser sancionado. Las barbaridades que históricamente se han hecho de forma legal. El Holocausto o la esclavitud. Todo ello ajustado al derecho de su momento y lugar. La dictadura de lo políticamente correcto… créanme que un desasosiego cierto me invade cada vez que pienso en todo ello. Mientras escribo este artículo.
No discutiré la instrumentalización que el gobierno catalán pretende con la pregunta, es evidente. Dicho esto, a todos parecía lógico en la radio que lo correcto es que los ciudadanos cumplan la ley. Si esto es así, se me dibuja un futuro dónde mis sobrinos son el viejo que entra en mi despacho, llenos de miedo e insomnio. Me quedo intranquilo.
No seamos ingenuos, en primer lugar. No cumplir la ley tiene consecuencias. El Estado la impone con fuerza y castiga al que desobedece. Pero conforme el Estado crece en su poder, crece el castigo y se somete al ciudadano. Cada uno es muy libre de evaluar los riesgos y actuar en consecuencia, pero cumplir la ley, por el hecho de ser ley, sin más cuestionamientos, solo conduce al totalitarismo. No es la ley buena por el hecho de ser ley.
Otra cosa bien distinta es que un hacedor de leyes me pregunte por las leyes de otro, para ver si se las salta o no. Es el Estado haciéndose trampas a sí mismo. Pero eso es otra cosa y otro artículo, que ya veremos si escribo. A mí lo que me envenena es pensar en un futuro en el que todos tienen miedo de la ley, cuando la ley debiera ser un servicio al ciudadano. Cuando es el legislador el que debiera temer a sus vecinos.
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