El vigesimoquinto verano del amor

Por Francescbon @francescbon
Si ya hay algo complicado en llamar a un grupo unipersonal (de los que abundan en el techno: tipos metidos en sus cuartos o en sus estudios o en sus garajes, atreviéndose con todo) How to dress well, esto, "Cómo vestir bien", pues qué puedo decir de llamarse Teengirl fantasy (fantasía de quinceañera), y esperar que toda esa gente armada con sus buscadores no salga huyendo. Más la portada de la rosa, no la toqueteada que mencionaba ayer, pura casualidad, mirad, qué cosas tiene el azar. Sino esa portada, que me recuerda a un disco de John Beltran , Ten days of blue: si hasta en eso.Teengirl fantasy han publicado Tracer, disco que casi instantáneamente nos retrotrae (a los que estuvimos allí, claro, a los no tan encallecidos por el tiempo y las escuchas habría que preguntarles qué sienten) a los primeros 90, a las recopilaciones de Artificial intelligence del sello Warp, a los primeros discos de Black Dog Productions o Plaid, también a algunos de la segunda oleada de Detroit (la que ya experimentaba trayendósela al pairo el tema del club y la bailabilidad), grupos como Model 500 o cualquiera de las trescientas mil guisas usadas por la hermandad sagrada (May, Atkins, Craig , Saunderson, Pullen, Larkin, y alguno que me dejo) en sus ya algo lejanos tiempos de apogeo. Habrá quien atribuya a esa decisión una enorme dosis de valentía, habrá quien acabe por pensar que esos son caballos ganadores tanto para el público ya cuarentón (ejem, alguno habrá aquí) añorado de esas sonoridades, como para el más joven: los ritmos aún mueven los pies, el sonido no suena tan retrofuturista. Aunque a este disco le pasa lo que a otros últimamente: la manía de usar las voces invitadas, la puta manía de intentar convertir solventes fragmentos de música instrumental de alto octanaje en himnos hedonistas a base de imponer (sí: imponer) un cantante y una voz y una letra que no voy a entretenerme en saber de qué pretende hablar. De qué narices se puede hablar en una canción techno: de echar un polvo a la rubia del fondo de la pista, de colocarse, de hacer eterno el fin de semana, de correr con el coche por las vías de acceso a las grandes ciudades, del neón que deslumbra, del sonido, del sonido, del sonido. O sea, menos los tres últimos, motivos todos de una futilidad y una carnalidad tan pronunciada y tan estereotipada que prefiero dejárselos a otros para que jugueteen con ellos. Ese tipo de nostalgia todavía nadie ha pedido que sea actualizada hasta este extremo.