Esa gran paradoja existencial consistente en preservar el instinto de supervivencia en todo momento, pero insistir en aniquilar al otro y aniquilarse con ello a uno mismo en cuanto la situación se descontrola hasta el extremo, es material de historias que con mejor o peor fortuna, siempre acaba danto frutos y generando argumentos.
Lo vemos cuando nos adentramos en el corazón de las tinieblas buscando un final apocalíptico inmediato, intuímos esa supervivencia destructiva y la reconocemos como inherente a nuestra naturaleza humana, pese a que nos cuesta y nos duela por su gravedad.
Peter Terrin no hace sino constatar esta certeza sobre el absurdo humano, mediante una historia qe aprieta y también ahoga al lector, que va pulida de adornos e informaciones irrelevantes y que pinta al hombre como una criatura bien estúpida, además de testaruda.
Pese a que la gran amenaza explícita en el argumanto de El Vigilante (Rayo Verde, 2014)es una sociedad que ha hecho saltar las alarmas en el pacífico día a día de un lujoso edificio de 40 plantas, esa sociedad en cuanto tal, no interviene nunca en la acción. No sabemos, como lectores que asumen la perspectiva en primera persona del narrador/vigilante Michel, qué es lo que ha pasado afuera, al otro lado de la rendija de una puerta que deja pasar un hilillo de aire fresco al interior del sótano donde vivimos, donde viven Michel y su compañero Harry.
No tenemos ni idea pero pasamos miedo.
Partiendo de esta incertidumbre, cada una de las acciones desencadenadas por los protagonistas serán susceptibles de ser cuestionadas por cada opinión lectora, según esté uno más o menos dispuesto a aceptar su lógica.
Y es que cuado uno no sabe de qué debe guardarse, es complicado andar atento, por muy profesional que se sea.