Cada vez que coges un vinilo, lo colocas en el tocadiscos y la aguja empieza a hacer sonar esas notas que saben a viejo y degradado, no piensas en si eso está de moda, si al escuchar discos de David Bowie eres más “cool” o si necesitas calcar el look de Robert Smith para poder pasearse por las callejuelas del centro y pertenecer a ese grupo de gente que nada más verlos uno se siente atraído por ellos, anhelando permanecer a su lado por el resto de tu vida, sin pararse a pensar que quizás si rascas un poco la superficie de su imagen encuentres un escenario vacío con el telón lleno de polvo y los guiones, rotos, por el suelo. No, cada vez que realizas el bendito ritual de recordar el pasado, tan solo puedes verte delante del armario de tus padres, con las puertas abiertas, en un intento de ampliar tu propia imagen, reflejada en el espejo, hasta el infinito, descubriendo aquella ropa que tan bien conocías de fotos antiguas; encima de unos zapatos de tacón demasiado grandes para tu corta edad;
un sombrero de ala grande encima de la cabeza y tu menudo cuerpo lleno de collares y demás complementos escuchando las vivencias de tus propios progenitores, las cuales te trasportaban a mundos paralelos dispuestos para ser explorados de nuevo. Son esas pequeñas cosas las que te hacen sentir que tu vida es especial y que no necesitas meterse en un mundo de cosas muy fashion, ni vestir según las modas, ni hacer lo que esperan de ti.Ergo, es preferible ser un” inadaptado” de la vida moderna que vivir según lo que las modas dicten. Porque, quién no ha disfrutado nunca viendo los estilismos de Alaska y Dinarama, o viendo las fotos de sus padres cuando llevaban melenas hippies y escuchaban a los Beatles, porque todo eso forma parte de la banda sonora de nuestra propia vida y nos es imposible deshacernos de ellaOs dejo con mi canción preferida de Bowie, que es una de mis pequeñas obsesiones.