No nos alejamos mucho en esta ocasión de nuestro último destino en las islas afortunadas y nos desplazamos apenas 400 kilómetros por el Atlántico y sin abandonar el modelo insular nos adentramos en el archipiélago de Madeira, donde descubriremos sus celebérrimos vinos. Destacamos su clima templado, su alta humedad relativa, su escarpada orografía y su suelo volcánico. HISTORIA. Descubiertas y colonizadas alrededor de 1.495, se quemaron los bosques primigenios que le dieron nombre para plantar en primera instancia caña de azúcar, pasando posteriormente al cultivo de la viña, encontrando su principal mercado en el Reino Unido, sobre todo a partir de 1.703, cuando un acuerdo aduanero entre ambos países desarrolló de manera notable la producción y exportación de estos vinos. A partir de 1.872, cuando la filoxera y el oídium acaban con la mayoría del viñedo y se replantan las nuevas variedades, queda establecido el actual panorama vinícola del archipiélago de Madeira, fijándose normativamente en 1.979 con la creación del Instituto do Vinho de Madeira.
VINIFICACIÓN. Comparte con otros compatriotas y coetáneos suyos la condición de vino fortificado o encabezado, al cual se le detiene la fermentación a los pocos días de iniciarse mediante la adición de alcohol vínico de 96º. A continuación se envejece en pipas de madera de 620 litros de capacidad. Hasta aquí, la diferencia con el vino de Oporto es mínima; descontando que el Oporto es tinto mientras que éste es blanco y que el clima atlántico hace que el vino isleño presente mucha más acidez que su homólogo continental.