¿Es el capitalismo lo mejor que podemos hacer? ¿Cuánto queremos saber sobre cómo se sostiene? ¿Puede haber población sin ingresos? ¿Por qué hay sectores sin derechos laborales, a la salud, a la vivienda? ¿Cuándo fue acordado? ¿Cuánta responsabilidad sobre las últimas pandemias tiene la producción industrial de alimentos? ¿Cuánto tiene que ver con la crisis del medio ambiente? ¿Qué sentido social tiene el ser con otre? ¿Cómo recuperar formas de vida comunitaria? ¿Cuánto sirve al capital la división sexual del trabajo? ¿Cuánta contaminación es tolerable, cuánta extinción? Los ingresos del 20% más rico de la Argentina equivale al 50% de los ingresos totales, ¿vamos a trabajar para recuperar la economía con esa misma ecuación? Lo que se hace visible es la desigualdad distributiva, pero lo que no deja dormir es constatar que la vida en este sistema es inviable, la nuestra, la de otras especies animales y vegetales, llevadas al borde del colapso.Vanina Escales - La pedagogía de la crueldad
Podríamos recordar que el mundo es un lugar inhóspito: nuestros antepasados lo sabían. ¿Cuándo fue que lo olvidamos? ¿Acaso no lo saben los que viven en los barrios más pobres, en las villas, las favelas?Oscar Cuervo
"La crisis licuan todas las proyecciones del porvenir, y lo peor, es que eso amerita la construcción de ‘soluciones´ que sean impuestas, en las que las clases subalternas sean aún más sometidas. El desasosiego planetario por la ausencia de horizontes es también de las clases dominantes, por lo que el sentido común se vuelve poroso, apetente de nuevas certidumbres (…) entonces es el problema que en el medio de la contingencia del porvenir, es probable que se refuerce el curso de las actividades de la comunidad, la solidaridad y la igualdad, que es el único lugar donde los subalternos pueden emanciparse de su condición subalterna".Álvaro García Linera
La organización social La Poderosa preparó una investigación sobre el impacto de la pandemia en las villas y barrios populares de Buenos Aires, del resto del país y de América Latina. Las tres partes avanzan al ritmo del Cohete.
Los rostros de la pandemia - Una investigación de La Poderosa en villas, provincias y países de Latinoamérica
El leproso y su separación; la peste y sus segmentaciones. El primero está marcado; el segundo analizado y distribuido. El exilio del leproso y la detención de la peste no traen consigo el mismo sueño político. El primero es el de una comunidad pura, el segundo el de una sociedad disciplinada. Dos formas de ejercer poder sobre los hombres, de controlar sus relaciones, de separar sus mezclas peligrosas. La ciudad afectada por la peste, atravesada por jerarquía, vigilancia, observación, escritura; la ciudad inmovilizada por el funcionamiento de un poder extenso que se aplica de manera distinta a todos los cuerpos individuales: esta es la utopía de la ciudad perfectamente gobernada. La peste (prevista como una posibilidad al menos) es el juicio en el cual se puede definir idealmente el ejercicio del poder disciplinario. Para que los derechos y las leyes funcionen de acuerdo con la teoría pura, los juristas se colocan imaginariamente en el estado de naturaleza. Para ver el funcionamiento perfecto de las disciplinas, los gobernantes soñaban con la peste. Proyectos disciplinarios subyacentes, la imagen de la peste representa todas las formas de confusión y desorden; así como la imagen del leproso, separada de todo contacto humano, subyace en proyectos de exclusión.Michel Foucault - Vigilar y castigar
Desde el primer comunicado de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la pandemia ocasionada por el Covid-19 se ha acelerado aún más en términos de intensidad y ampliación de su alcance a nivel mundial, y ya se observa que las medidas de paralización total o parcial afectan a casi 2.700 millones de trabajadores, es decir a alrededor del 81 por ciento de la fuerza de trabajo mundial. Las empresas se enfrentan a pérdidas catastróficas que amenazan su funcionamiento y solvencia, y en la cual millones de trabajadores están expuestos a la pérdida de ingresos y al despido.
Las consecuencias para las actividades generadoras de ingresos son especialmente graves para aquellos trabajadores de la economía informal que carecen de protección. En muchos países ya ha comenzado una contracción del empleo a una escala sin precedentes: 2.700.000.000 de trabajadores en paro total o parcial, es decir a alrededor del 81 por ciento de la fuerza de trabajo mundial.
La pandemia por el brote de SARS-CoV-2 ha dejado ver que las brechas se hacen más profundas. Y es necesario registrar cómo se va a organizar el sistema social ante casos de emergencia humanitaria y de salud, en desastres naturales, o casos referidos cambios climáticos y epidemias, porque son situaciones que nos van acompañar durante mucho tiempo. Esto recién empieza. Como se decía hace poco en Argentina: algunos tuvieron una gran fiesta, ahora la debemos pagar entre todos.
Cuando se habla de "la verdad", se suele advertir sobre lo relativo de ella, dependiendo del origen de su formulación. Y esto es cierto. Pero la verdad absoluta existe. Es irrefutable que la Tierra gira alrededor del Sol (aunque algunos homínidos todavía pretendan contradecirlo). Sin embargo, hay otras "verdades" impuestas como absolutas, aún sin serlas. Tomemos un ejemplo. Hoy, lo que se llama “inseguridad”, en su acepción impuesta por la derecha relacionada solamente con los delitos urbanos, siendo la "inseguridad" cualquier hecho o factor que nos ponga en peligro inminente, y lógicamente deberíamos entonces tomar en cuenta factores importantísimos como la salud (o falta de acceso a ella), problemas sanitarios y edilicios, flexibilización del trabajo, accceso a una alimentación adecuada, control de fumigaciones sobre pueblos y colegios rurales, restricción de fertilizantes-veneno y miles de etc. etc. Allí podemos aprecir el discurso del sistema democrático y sus valores. Bienvenido a la democracia, maestro Goebbels.
Todo ello tiene que ver con el disciplinamiento social que tiene a los grandes medios de comunicación e información –y las redes sociales- como su principal instrumento de instalación. Esto no es nuevo: venimos padeciendo desde 1990 noticieros donde el 80% de la información tiene que ver con crímenes y delitos que atormentan a la ciudadanía y siembran el terror en la sociedad.
El estado de alarma y la ausencia de límites: la carrera hacia el abismo
Desde el inicio de la pandemia todos los medios vomitan a diario millones de mensajes para anestesiar conciencias y adormecer voluntades. Hay pandemia de hijos de puta y pandemia de desinformación que generan estas usinas mediáticas. No sería justificado limitar el acceso a la información y la libertad de expresión para proteger el interés de la salud pública o la seguridad nacional. En crisis sanitaria, se debe garantizar acceso a la información pública a toda la población.
En todos los rincones del planeta se están levantando voces para que asumamos esta pandemia que nos castiga a todos, como una oportunidad para cultivar la conciencia planetaria y la fraternidad universal. Muy bonito, pero lo primero que hicieron algunos ricos en la cuarentena fue despedir trabajadores y bajar salarios. Y patalean cuando se plantea el recurso extremo y extraordinario de que aporten una porción mínima de sus fortunas para afrontar la lucha contra la epidemia. En relación con lo que tienen, lo que se les pide es tan mínimo que no afectaría sus niveles de vida por más faraónicos que fueran. En contrapartida, lo que se les pide serviría para apuntalar una base de la economía para facilitar su recuperación después de la crisis de la pandemia.
En síntesis, la vida de los pueblos se encuentra atada a decisiones divorciadas del más básico concepto humanitario que tan difundido está hoy en día, los grandes capitales decidirán sobre la vida de los trabajadores como nuevos dioses posmodernos, y como música de fondo, se utiliza el ámbito mediático para confundir conceptos, divulgar información inexacta y plantear escenarios de terror cuyo impacto provoca una conveniente parálisis social.
La crisis sanitaria que inició la pandemia del covid-19 generó una fuerte sacudida en el mundo, no solo por sus efectos en la salud, sino por las consecuencias económicas, sociales y políticas. La crisis de las democracias que se manifestaba en todo el mundo y particularmente en América Latina (Tooze, 2019; ALAS, 2019) encontró en el confinamiento un freno a las protestas masivas en las calles, pero no puede decirse que haya detenido los reclamos, que persisten en las redes y se intensifican ante la cuota de responsabilidad que le cabe al sistema capitalista tanto en el acaecimiento de la pandemia como en las dificultades para enfrentarla.Marcos Hernández - Un cuadro viral en la democracia
El capitalismo muestra su capacidad destructiva -el planeta parece aliviado cuando toda la producción se paraliza- y el Estado mínimo su incapacidad para proteger a los sectores más vulnerables. Se visualiza claramente la ineficiencia del mercado en la asignación de los recursos y el error estratégico de dejar en manos de privados sectores claves como la salud, la energía o las comunicaciones, entre otros.
En este contexto, no son pocos lxs que comienzan a preguntarse qué sentido tiene esta forma de existencia egoísta, obsesionada con la producción y el consumo.
Podemos plantear una analogía entre la situación actual y la tragedia del Titanic, donde estar en el mismo barco no significaba acceder a los mismos recursos.
Las relaciones indecentes entre capital y el resto de los seres humanos nunca habían sido tan puestas en evidencia como en este paréntesis, cuyos límites y extensión son todavía una incógnita. En esta emergencia sanitaria de proporciones globales, la destrucción de la infraestructura estatal -con todo lo que ello implica- programada y perpetrada a espaldas de los pueblos, constituye la prueba palpable de que el sistema político y económico predominante es, más que una estrategia capitalista, un auténtico suicidio y sobre todo una amenaza a las posibilidades de desarrollo de nuestro mundo.
En estos días ha quedado a la vista el esqueleto endeble de un sistema depredador, cuyas falacias caen por su peso ante la evidencia palpable de su incapacidad de respuesta a una crisis humanitaria. El mundo tiene que cambiar, pero también nuestra percepción de la realidad.
Y esto nos lleva a una reflexión sobre la ausencia de límites morales o éticos del capitalismo, que no vacila en utilizar cualquier medio para seguir con su concentración económica, aún a costa de enfermar y asesinar a su propia población.
La retórica de la pandemia: El retorno del cuerpo
Los pensadores de guardia y los científicos sociales ubicados en las instituciones políticas y mediáticas que conforman el poder, muestran impúdicamente las carencias para interpretar la situación. Estas son delegadas en los medios de comunicación, los operadores políticos centrados en la redistribución del poder electoral, y en la devenida casta sacerdotal de expertos en virología, epidemiología y medina de urgencias y emergencias.
La estrategia de los poderes se concentra en una lucha feroz por conseguir la posición de "mariscal triunfante" en lo que se entiende como salida a la catástrofe. Se entiende que los aturdidos, anonadados, mediatizados y encerrados súbditos, tras su larga experiencia de confinamiento y distancia social, se presten a aclamar al guía providencial y su casta de expertos, transigiendo con sus soluciones, que significan el mantenimiento del orden social que precisamente ha generado la catástrofe.
La producción de cuerpos enfermosJulian Monkes
Hay muchos factores que permitían vaticinar un brote pandémico. Una de las causas principales a las que se hace referencia, es al modo industrial e intensivo de producción industrial de alimentos. Esta no solo deja a los animales más susceptibles a las infecciones virales, sino que puede generar las condiciones para que un virus mute.
El hacinamiento en la producción permite se propague más fácilmente -entre los animales primero y luego por zoonosis-.
La gripe aviar y la porcina, provienen de la proliferación de virus que mutaron en feedlots, por las pésimas condiciones de salubridad. A su vez, los cambios de uso del suelo para la producción intensiva hacen que los animales -y los microorganismos que portan-, migren con mayor facilidad a las urbes.
Hay estudios que plantean que los patógenos que antes podían ser controlados por los mismos hábitats naturales en los que se encontraban -como ecologías forestales- están siendo liberados a través de estas formas de producción.
Por otro lado, otro de los procesos que desembocan en la proliferación de un virus -hasta llegar a ser una pandemia-, es la generación de cuerpos enfermos a partir de una mala alimentación, que -sumado al hacinamiento y la movilidad- son los huéspedes perfectos para un contagio masivo.
Hemos visto cómo renace la tierra con semejante parate en la febril actividad humana, echando por tierra toda objeción al daño irresponsable que le hacemos a nuestro único hogar en el universo. Y cómo tal daño se nos vuelve en contra, amenazando nuestra misma continuidad como especie. Al mejor estilo H. G. Wells un virus invisible amenaza con erradicarnos, cual malignos alienígenas, de nuestro propio planeta. La Tierra se está rebelando contra el mundo. La contaminación disminuye de manera evidente. Lo dicen los satélites que envían fotos de China y de la Padania completamente diferentes a las que enviaban hace tres o cuatro meses.
El siguiente manifiesto es importante en términos de inteligencia crítica. En nombre del Colectivo Malgré Tout ("A pesar de todo") proponemos a disposición este breve Manifiesto para al que interese, y para que que sea una contribución útil al pensamiento y a la acción en medio de la oscuridad de la complejidad.
1) El retorno del cuerpoContacto: collectifmalgretout.net
En los últimos cuarenta años, hemos asistido al triunfo y al dominio absoluto del sistema neoliberal en cada rincón del planeta. Entre las diversas tendencias que atraviesan este tipo de sistema, hay una en particular que pareciera constituir la forma mentis de la época: la que considera a los cuerpos como un ruido de fondo del sistema. Los cuerpos reales son ‘pesados’, y demasiado opacos, deseantes y vitales, y por eso mismo, escapan a las lógicas lineales previsibles. Desde siempre, el objetivo perseguido por las políticas y las proprias prácticas neoliberales consisten en volver a desterritorializar esos cuerpos. Volverlos indeterminados, una materia prima manipulable, un ‘capital humano’ utilizable según lo precisen los circuitos del mercado. Se les exige que sean disciplinados, movidos sin criterio, flexibles, deben estar siempre listos para poder adaptarse (esa frase, adaptarse, es el letimotiv de nuestra época) a las necesidades determinadas por la estructura macro-económica. En su abstracción extrema, los cuerpos de los indocumentados, de los desempleados, de los que no son “como se debe”, de los ahogados en el Mediterráneo o los de los centros de detención, sólo son números: indiferenciados, sin valor, sin coroporeidad y por ello, sin humanidad.
En el ámbito científico-técnico esta tendencia aparece bajo el paraguas de “todo es posible” y niegan que haya límites biológicos o culturales al deseo patológico de desregulación orgánica. Se trata de avanzar en mecanismos que aumenten lo vivo, la posibilidad de vivir mil años ¡devenir inmortales! No es otra cosa que la voluntad de producir una vida post-orgánica en la que puedan dejarse atrás las molestias de los cuerpos, por naturaleza demasiado imperfectos y frágiles. La aceleración catastrófica del Antropoceno en estos últimos treinta años dan testimonio de los efectos funestos de este “todo es posible” tecnicista, que no solo ignora sino que arrasa con las singularidades profundas de los procesos orgánicos.
Es en este mundo, convencido de poder arrasar con los límites propios de lo viviente, que ha surgido la pandemia. De una forma catastrófica y bajo los efectos de la amenaza, súbitamente tomamos conciencia de que los cuerpos, están de regreso.Y de un día para otro son el primerísimo sujeto de la situación, y de las políticas que se llevan a cabo. Los cuerpos hacen que los recordemos, y en ese regreso pareciera abrirse una nueva ventana a través de la cual podemos entrever múltiples posibilidades de acción.
En primer lugar, nos permiten constatar que el poder puede, cuando quiere, desplegar las políticas necesarias para la protección y la salvaguarda de la vida. ¡El Rey está desnudo! En medio de su estupor, los líderes de las finanzas mundiales han comprendido que la economía, su monstruo sagrado, finalmente no podía prescindir de esclavos vivos para funcionar.
Tras haber intentado persuadirnos de que la única “realidad” seria en el mundo era la determinada por las exigencias económicas, los gobernantes de (casi) todo el planeta demostraron que es posible actuar de otro modo, incluso si fuera necesario un quiebre de la economía mundial.
Es como una confesión de parte de quienes categóricamente venían sosteniendo que todas las políticas (sociales, ambientales, sanitarias…) debían forzosamente acompasarse con el “realismo económico”, erigido en un dios totalitario al cual era imposible desobedecer.
Sin embargo, una ficción no debe suceder a otra. En este sentido, a la ficción neoliberal que afirma que una sociedad está compuesta de individuos serializados y autónomos, se la sustituyó en estos días por otra ficción, que se resume en la noble frase de que “todos estamos en el mismo barco”.
Lejos de criticar esta invitación a la solidaridad, sería un error creer que el carácter colectivo de la amenaza (el virus) puede por arte de magia eliminar las disparidades entre los cuerpos. La clase social, el género, la dominación económica, la violencia militar o la opresión patriarcal son varias de las realidades que sitúan nuestros cuerpos de manera diferente. Por lo tanto, no nos dejemos llevar por este romanticismo de confinamiento que pretende, al son del clarín, hacernos olvidar estas diferencias.
2) La emergencia de una imagen compartida
Todos vivimos bajo la sombra de una amenaza mayúscula y generalizada: la de una desregulación ecológica global con efectos masivos, esto es: calentamiento climático, destrucción de la biodiversidad, contaminación del aire y de los océanos, agotamiento de los recursos naturales, que abarcan al conjunto de lo viviente y de las sociedades humanas. Sin duda hoy hay una mayoría de personas que están afectadas por ello y perciben (en el sentido neurofisiológico) esta realidad.
Ocurre que para la mayor parte del planeta, esto transcurre como si la catástrofe, anunciada no para mañana sino para hoy, no hubiera estado identificada como algo concreto e inmediato, sino que estuviera en un plano difuso y no vivido directamente. Estaríamos, digamos, inmersos en la amenaza. Esa es nuestra atmósfera, y, en consecuencia, no llegamos a producir un conocimiento de las causas que nos permita formarnos una imagen concreta del peligro que desencadenan nuestras acciones. A diario recibimos noticias del desastre, pero la información esa, en vez de provocarnos una acción, nos lleva a la impotencia y a sufrir. ¿Quién, entonces, está actuando realmente en este contexto? A nuestro entender, los que participan en la investigación de las causas: las víctimas, los científicos, los que lanzan la voz de alerta…Dicho de otro modo, quienes están involucrados en poner a la vista una representación clara del objeto. Ante las amenazas concientes pero vistas como abstracciones, quedamos paralizados por la angustia. Y a la inversa, ante una causa identificada, sentimos miedo. Ese miedo, al contrario de la angustia sin causa, nos empuja a la acción.
Para comprender mejor este punto, es útil referirse a la distinción propuesta por el filósofo alemán Leibniz, y retomada por la neurofisiología,
entre percepción y apercepción. El ser humano al igual que el conjunto de los organismos vivos, está en constante interacción material con el ambiente. La percepción es la que registra este primer nivel, constituido por el conjunto de acoplamientos perceptivos que el organismo establece con su entorno físico-químico, y energético.
Para ilustrar este mecanismo, Leibniz da el ejemplo de cómo apercibimos el ruido de una ola. Explica que tenemos una percepción infinitesimal de millones de gotitas de agua que afectan el nervio auditivo sin que podamos apercibir el ruido de cada una de las gotas de agua. Solo en un segundo nivel, en la dimensión de los cuerpos organizados, podemos construir la imagen sonora de una ola. Esto significa que solo una pequeña parte de lo que percibimos del sustrato material deviene una apercepción, para luego participar en los fenómenos de la conciencia.
El punto central es, entonces, comprender cuándo y por qué emerge una apercepción. Esta, en un principio, está determinada por el organismo que la apercibe: un mamífero y un insecto evidentemente no producirán la misma imagen aperceptiva que una ola. En el caso de los animales sociales y en particular los humanos, la apercepción está también condicionada por la cultura y por los instrumentos técnicos con los que éstos interactúan. Al contrario de lo que sucede con ciertos mamíferos, los humanos no aperciben las frecuencias sonoras sin articular su sistema aperceptivo con máquinas que les permiten hacer emerger una nueva dimensión aperceptiva. Por otro lado, si el nivel aperceptivo participa en la singularidad que refiere a la unidad orgánica, no hay razón para considerarla como propia de un individuo o el resultado de una subjetividad individual. Una singularidad puede estar compuesta por un grupo de individuos, e incluso de naturaleza muy diversa (animal, vegetal y hasta un ecosistema) que participa en la producción de una superficie aperceptiva común. Lejos de ser un ‘super-organismo’ que existiría en sí, esta dimensión existe de forma distributiva entre los cuerpos que son capturados por ella, y es así que cada cuerpo individual resulta afectado. Los cuerpos participan en la creación de esta dimensión aperceptiva común, la que a su vez influencia y estructura los cuerpos. Cotidianamente, esta dimensión se manifiesta bajo la forma de lo que por costumbre llamamos ‘sentido común’, que actúa socialmente como una instancia concreta de sentido compartido.
Estamos asistiendo a un acontecimiento histórico e inédito: por primera vez toda la humanidad produce una imagen de la amenaza. Esta imagen no se reduce a un conocimiento científico de los hechos que condujeron a la aparición del virus. Lo que está profundamente en juego es la emergencia de una experiencia compartida de la fragilidad de los sistemas ecológicos, que hasta ahora habían negado y que fueron arrasados por los intereses macro-económicos del neoliberalismo.
La particularidad de esta apercepción común se debe al marco en el que emerge. Paradójicamente, no es el peligro intrínseco de la pandemia el que la impulsa, sino más bien el dispositivo disciplinario que la acompaña. Y es este dispositivo el que nos instala en una nueva dimensión.
No podemos comprender lo que ocurre si evaluamos el tema desde su dimensión sanitaria. Este es el escollo que lleva a que algunos se lancen a hacer peligrosos cálculos macabros para responder al carácter inédito de la crisis, y compararla con otros flagelos. Ante esta nueva situación, nosotros vemos emerger dos interpretaciones opuestas.
Por un lado quienes sostienen que se trata de un hecho muy grave para el que hay que encontrar una solución, entendiendo por solución una vacuna o un medicamento. Al entender la crisis desde esta perspectiva, obviamente no se cuestiona el paradigma de pensamiento y de actuar dominante.
Del otro lado, hay otra interpretación a la que adherimos e intentamos contribuir, que consiste en ver en esta ruptura un hecho concreto que pone en cuestión de forma irreversible la ideología productivista y hasta la hegemonía. El coronavirus, para nosotros, es el nombre de este punto crítico que marca al mismo tiempo -al menos eso esperamos -, un punto de no retorno a partir del cual nuestra relación con el mundo, y el lugar del ser humano dentro de los ecosistemas, debe ser profundamente puesto en debate.
3) Una experiencia del común
En el horror que estamos viviendo, si hacemos el esfuerzo de no renunciar a pensar, comprobaremos que hay una sola cosa que podemos experimentar positivamente en esta crisis: la realidad de los lazos que nos constituyen. Pero esto también hay que preservarlo de una mirada inocente. No somos todos iguales frente a nuestra interioridad. Y dado que el frenesí de la vida cotidiana no permite auto-evitarnos, algunos de nosotros nos damos cuenta del hecho de tener una pésima relación consigo mismo, y con el entorno inmediato. En un circuito cerrado, el verdadero infierno, a menudo, es uno mismo. Un odio de sí que termina por transformarse en un infierno para los demás.
En nuestra vida de confinamiento, tomamos conciencia de que somos seres territorializados, incapaces de vivir exclusivamente de manera virtual, dejando a un costado cualquier elemento de la corporeidad. Millones de individuos experimentan en sus cuerpos que la vida no es una cosa estrictamente personal. Las tan mentadas virtudes del mundo de la comunicación y de sus instrumentos muestran en plenitud su impotencia para hacernos salir de nuestro aislamiento. En el mejor de los casos, nos entretienen con la ilusión de reunir a los separados, como separados.
En medio de la crisis, de algo tenemos certeza: nadie se salva solo. Lo que están experimentando nuestros contemporáneos, para bien o para mal, es la fragilidad de los lazos que nos constituyen y que nos obligan a ir más allá de las ilusiones del individuo autónomo y serializado. O sea, que estamos entendiendo que no se trata de ser fuertes o débiles, loosers o winners, sino que existimos, todas y todos, en la forma de esta fragilidad que nos permite sentir y probar nuestra pertenencia al común. Nuestra vida individual y la vida social son dos lados de una misma moneda. Obligados al aislamiento, nos damos cuenta de estar atravesados por múltiples lazos y de no corresponder de modo alguno al diseño thatcheriano según el cual “la sociedad no existe. Todo lo que existe son individuos”.
En realidad, lo que nos permite actuar en esta situación es el propio deseo del cómún, el deseo de la vida, no la amenaza. En este movimiento de la balanza, nuestros puntos de vista habituales se invierten: no se trata todo de mí y de mi vida individual. Lo que cuenta en este momento, es en qué está inserta la vida, ese tejido a través del cual adquiere su sentido. En este momento en que los lazos se reducen a la pura virtualidad comunicacional, nos parece crucial pensar los límites de esta abstracción. Pensar en lo que no es posible experimentar vía Skype ni por ninguna red social. En síntesis, cuál es, en el fondo, la singularidad propia de nuestros cuerpos, y de sus experiencias.
4) Contra el biopoder
La ventana que se ha abierto, sin embargo, no apunta solo hacia nuevas posibilidades de actuar de manera positiva. La experiencia que estamos viviendo ofrece al biopoder en acción un ejemplo sin precedentes: asistimos a la posibilidad de disciplinar países enteros, continentes enteros, y a la vez mostrando, con mucha frecuencia, el propio deseo de las personas de hacerse disciplinar cuando le agitan la bandera de la superviviencia.
Reconocemos que tiene algo de tragicómico constatar que la geolocalización de los individuos supone que éstos no registran la idea espantosa y perversa que es dejar su smartphone en la mesa de luz. La servidumbre voluntaria es mayúscula cuando la pulsera electrónica que se coloca a un preso deviene en un teléfono móvil comprado con total cariño. Esta experiencia inédita de control social podría servir, entonces, para ser repetida. Imaginamos que a futuro, no será difícil encontrar nuevas amenazas o nuevas emergencias para justificar semejantes prácticas de control.
En este contexto, la cuestión de si estamos o no en guerra contra el virus no es un asunto meramente retórico. En primer lugar porque tiene implicancias jurídicas concretas, y luego porque nos señala el modo en que esta crisis puede dar lugar a prácticas autoritarias perdurables. No estamos en guerra. Esa visión viril y conquistadora es parte del problema. Sufrimos las consecuencias de un régimen económico y social aberrante y mortífero. Seamos cautelosos con estos discursos marciales y donde baten los tambores que siempre preceden a convocar a sacrificios al pueblo. Nuestro objetivo no es ganar una batalla sino asumir la fragilidad del mundo y un cambio radical en la manera de habitarlo.
De otro modo, una vez que la pandemia termine, el poder no dudará -con todos sus énfasis de mariscal victorioso -, en enrolar a la población detrás de la causa patrótica económica. Y nos dirá que ahora no es el momento de pensar o de protestar a favor de los grandes cambios socio-estructurales (sin ir más lejos, una mejora de los sistemas públicos de salud). Cualquier demanda de justicia social pasará por una traición a la patria porque estaremos en el momento de abocarnos a la tarea sagrada: reencaminar la economía y el crecimiento.
La historia oficial nos dirá, primero, que hemos vencido, enfrentado y vencido un accidente desgraciado e imprevisible. Nos explicará, a continuación, que hay que redoblar los esfuerzos para vencer la resistencia de la naturaleza a todo el poderío humano. O sea que, de forma irresponsable llamarán ‘accidente’ imprevisible a lo que en realidad los biólogos y epidemiólogos vienen anticipando hace 25 años. Entre los múltiples vectores que están en el origen de enfermedades emergentes y re-emergentes, sabemos que la destrucción de los mecanismos de regulación metabólica de los ecosistemas, notablemente ligada a la deforestación, juega un rol fundamental. Además, la urbanización salvaje y la presión constante de las actividades humanas sobre los entornos naturales favorcen situaciaciones de promiscuidad inédita entre las especies.
Sea cual fuere la reacción de los gobernantes, una cosa es segura: hay una nueva dimensión aperceptiva, o sea, una nueva imagen del desastre ecológico que está a la vista y se ha incorporado al sentido común. El dispositivo según el cual el humano era el sujeto que debía erigirse en el dominador y propietario de la naturaleza se muestra en su rostro más pesadillezco.
5) Pensar y actuar en la situación actual
Como escribió Proust, “los hechos nunca penetran el mundo donde viven nuestras creencias”. No existen los hechos ‘neutros’ que expresan un significado en sí. Todo hecho existe solo en un conjunto interpretativo que le da un sentido y una validez.
La ciencia se ocupa de los hechos, pero al mismo tiempo construye su propia narrativa, su interpretación. Al contrario de lo que pretende el cientificismo, la actividad científica no consiste en producir simples agregaciones de hechos desnudos. La narración que afirma que la ciencia ordena los hechos surge de una interacción con las otras dimensiones que son, entre otras, el arte, las luchas sociales, el imaginario afectivo, y más globalmente la experiencia vivida. Diversas dimensiones que participan de la producción del sentido común.
Frente a la complejidad del mundo, la tentación reaccionaria nos invita a delegar nuestra potencia de acción en los tecnócratas, cuando no directamente en las máquinas algorítmicas. En esta visión oligárquica, los que saben son los científicos y los políticos, y el pueblo obedece. Pero hay una relación conflictiva mucho más profunda entre el pensamiento crítico y el sentido común a la que no podemos oponernos. El rol del pensamiento estructurado no es el de ordenar y disciplinar el sentido común, sino más bien agregar dimensiones de significación que puedan luego convertirse en mayoritarias y hegemónicas. Por eso mismo es que cualquier proyecto emancipador, lejos de representar la revelación de una escena oculta de la verdad es siempre la creación libre de una nueva subjetividad.
Esa fantasía de proyectar la gran celebración que sobrevendrá al día de la liberación implica, en su entendible inocencia, olvidar los procesos que nos han conducido a la actual situación; y por tanto esos procesos no se van a retirar como un ejército derrotado. Los elementos continuarán sirviéndonos de diversas maneras. Es necesario que esta crisis no se termine con los aliviadores aplausos de una guerra ganada. Este acontecimiento histórico abre la puerta a la apercepción común de los lazos de fragilidad que constituyen nuestro mundo.
No sabemos lo que nos espera y no tenemos la mínima pretensión de predecirlo. Sí sabemos que las fuerzas reaccionarias de todo el planeta estarán listas para aprovecharse del aturdimiento en el que todavía estaremos inmersos. Por eso, estando en el corazón mismo de esta situación oscura y amenazante, debemos asumir esta realidad no esperando ‘que pase’, sino preparando desde ahora las condiciones y los lazos que nos permitan resistir la avanzada del biopoder y del control.
Esta situación de crisis no debe conducir a un aumento de la delegación de nuestra responsabilidad. Seguramente hemos visto que ‘los grandes del mundo’ (esos enanos morales) nos hablan de guerra, pretenden otra vez hacer de nosotros recursos humanos, carne de cañón.
Solo una clara oposición al mundo neoliberal de las finanzas y de la pura ganancia, solo una reivindicación de los cuerpos reales no sometidos a la pura virtualidad del mundo algorítmico, pueden ser hoy nuestros objetivos.
Como en toda situación compleja, debemos cohabitar con un no-saber estructural, que no es ignorancia, sino una exigencia para el desarrollo de todo conocimiento.
No se trata de pensar el día después viviendo el presente como un simple paréntesis. Nuestra vida se despliega hoy. Y por eso este pequeño Manifiesto es un llamado a aquellas y aquellos que buscan imaginar, pensar y actuar en y por nuestro presente.
Reflexiones pandémicas ¿Qué esperar sino una crisis sanitaria?
Analizar el metabolismo sociedad-naturaleza es clave para poder comprender la génesis antrópica de la proliferación de mutaciones microbiológicas que ponen en alerta a la población humana.Damián Verzeñassi - Profesor titular de Salud Pública y Director del Instituto de Salud Socioambiental de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario. Dirige además la carrera de Medicina en la Universidad del Chacho Austral, y fue el inspirador de los Campamentos Sanitarios que relevaron (y revelaron) la situación de salud en más de 30 comunidades argentinas.
El mundo microbiano se reorganiza permanentemente para resistir y sobrevivir a las drásticas transformaciones que los modelos de producción y reproducción socio-económica dominantes en las sociedades humanas, imponen a los territorios.
La crisis pandémica actual, también permite evidenciar la determinación de los modelos de producción extractivista sobre los procesos salud-enfermedad de los sujetos tanto en la dimensión individual como en la colectiva.
El extractivismo, en todas sus facetas, conlleva a la explotación extensiva de los territorios, con la consecuente contaminación del agua, aire y suelo. Agrotóxicos, microplásticos, metales pesados, gases tóxicos, deforestación y corrimiento de la frontera agrícola, explotación animal (que constituye el caldo de cultivo ideal para la génesis de este tipo de mutaciones virales, como ya quedó demostrado con la gripe aviar, la gripe porcina y el SARS), son evidencias incontrastables de la alteración que hemos generado a los procesos metabólicos del planeta, a partir de la instalación y globalización de los modos de producción extractivistas.
Todo ello conlleva un deterioro progresivo en la salud de las comunidades y reduce la capacidad de respuesta inmunológica humana ante diferentes agresiones, tanto a nivel individual como colectivo.
Hemos construido sociedades que no son capaces de garantizar una alimentación adecuada para sus pueblos, y con ello pierden el primer y esencial elemento sustancial para el cuidado de su salud y la recuperación de la misma ante diferentes injurias.
Los modos de comer han cambiado drásticamente en los últimos 40 años en nuestras sociedades, de la mano de la creciente migración hacia los conurbanos, así como de la disminución de las granjas y áreas de producción de alimentos, cuyos territorios fueron ocupados por plantaciones de transgénicos adictos a venenos que para sostenerse contaminan y dañan a quienes viven en sus cercanías (y no tan cerca).
Productos ultraprocesados, en los que abundan colorantes, conservantes, aromatizantes, y otras sustancias cuyas siglas no nos permiten ni siquiera adivinar su origen, han ocupado el lugar de los alimentos tradicionales que se servían en las mesas de los hogares de hace 40 años atrás.
Los animales, cuyos derivados terminan en nuestros organismos, son engordados a base de transgénicos, ansiolíticos, antibióticos, en condiciones de hacinamiento propios de campos de concentración, obligados a comer sin descanso. ¿Qué es entonces lo que comemos y cuanto de eso puede realmente acompañar a nuestro organismo para nutrirse y desarrollar un sistema inmunológico adecuado?
El mundo que se paralizó ante la presencia de un microorganismo con especial predilección por las vías respiratorias, que se aprovecha de quienes tienen sus sistemas inmunológicos comprometidos, es el mismo mundo que sigue sin reconocer que quizás el mayor impacto negativo en la salud de las víctimas directas de este virus sean las condiciones de vida que precedieron la aparición del COVID-19.
Según la propia OMS, ya en 2012 la contaminación atmosférica fue responsable de la muerte de 7 Millones de personas a nivel planetario.
El asbesto, contaminante pandémico si los hay, tiene un amplio prontuario de daños en la salud, fundamentalmente a partir del daño de las vías respiratorias, con un historial judicial en varios países, fundamentalmente Italia, donde pueblos enteros fueron contaminados por este material a partir de su extracción para la fabricación de tanques, chapas y otros elementos con fibrocemento y terminaron ante los tribunales exigiendo se les indemnice por el daño generado.
Quienes vivimos en Rosario, además de la contaminación del aire urbano por las emanaciones de gases de vehículos, estamos expuestos a los gases que llegan con el humo del cordón industrial, al que estacionalmente se le suma el humo de los incendios intencionales en las islas frente a la ciudad, resultado del uso de ese humedal como espacio para la cría de ganado (que ha sido expulsado de los campos por los transgénicos adictos a venenos.
¿Cuánto facilitará el daño que el covid-19 pueda hacer en los rosarinos, el humo que respiramos hasta el 7 de marzo, producto de la quema intencional de las islas entrerrianas, que los gobiernos locales y regionales fueron incapaces de evitar o sancionar?
Si el 92% de las personas que viven en ciudades no respiran aire limpio, y por lo tanto con el acto más primitivo de la existencia, el respirar, incrementan su riesgo a padecer patologías que ponen en riesgo sus salud y su vida, ¿no será que nuestros modos de vida son claves para incrementar el daño que pueda generar un virus respiratorio?
Las ciudades (donde vive hoy más del 50% de la población del mundo), se han transformado en aglomeraciones de personas en edificaciones para nada saludables. El sol es prácticamente un privilegio, y el hacinamiento es una constante de la mano de la desaparición de los espacios públicos a manos de la especulación inmobiliaria. ¿Cómo dejar que entre el sol en nuestras casas, tal como recomiendan los expertos en tiempos de virus respiratorios, en ciudades donde los edificios de altura han ocupado cada centímetro de terreno urbano?
El volumen y la característica de la basura que generan nuestros modos de consumo, supera la capacidad del planeta para metabolizarlo y en muchos casos es un proceso imposible.
Aire contaminado, comida que engorda pero no siempre es alimento, viviendas que parecen más cajas de zapatos que hogares, sistemas inmunológicos deprimidos, son sin dudas un combo ideal para cualquier patógeno que circule entre nosotros.
Ante la preocupación que manifiestan nuestros Gobiernos por el COVID-19, los medios de comunicación masiva llenan sus espacios con cifras de testeados, infectados, recuperados y muertos, pantallas en rojo con cortinas sonoras que alarman… una sociedad confinada y literalmente aislada en sus propios domicilios, no tiene tiempo (paradójicamente) para pensar que significan en términos de salud los más de 7862 casos de dengue que ya se confirmaron en Argentina desde el 1 de enero hasta el 25 de marzo, los 12 feminicidios en los primeros 14 días de cuarentena, los muertos por desnutrición en las comunidades de pueblos originarios, la terrible fragmentación del sistema de atención de enfermedades que tiene nuestro país, qué significa la extraordinaria bajante actual del rio Paraná, porqué en lo que va de este siglo ya hemos asistido a la aparición de, al menos, cuatro mutaciones virales 2 de las cuales provocaron pandemias, o que estará ocurriendo con nuestros sistemas inmunológicos cada vez menos capaces de defendernos, por enumerar algunos temas que coexisten con la crisis pandémica y son elementos coexistentes en la situación sanitaria que vivimos.
El Principio Precautorio es desempolvado de los textos jurídicos para justificar políticas de Aislamiento Obligatorio contra un virus, en el mismo decreto que se habilita a los fumigadores, a la minería a cielo abierto, a las curtiembres, a las madereras, a seguir contaminando y destruyendo nuestros territorios. Contradicciones de difícil explicación, que desnudan con claridad la ausencia de análisis más allá de las “curvas epidemiológicas” que adolecen de lecturas críticas y miradas más allá de los números de “casos”.
Evidencia dolorosa de cuán lejos estamos de aprovechar la crisis generada por este nuevo virus para repensar los modos de organización, producción y reproducción de nuestras sociedades.
Quienes entendemos a la Salud como el derecho a luchar por una vida digna, así como una condición esencial para la libertad (individual y colectiva), vemos con preocupación la exacerbación de rasgos autoritarios, intolerantes y discriminatorios que florecieron al calor de esta crisis pandémica que, usando un virus como vector, contagia miedo, desconfianza y desazón en una sociedad en la que ya sobresalía como rasgo el culto a la meritocracia, al individualismo, al sálvese quien pueda.
En este contexto, cabe la pregunta: ¿quijén fue responsable de la tragedia del Titanic? ¿El iceberg que se puso en su camino, el vigía que no avisó a tiempo, el capitán que sobreestimó sus capacidades, la banda que no paró de tocar dando la falsa idea de que no pasaba nada, el fabricante que puso botes salvavidas solo para los camarotes caros, el que sobrevendió los pasajes?
Si fuese cierto que estamos atravesando una tormenta todos en el mismo barco, no deberíamos olvidar que en él hay varios pisos, y en los más profundos viajan los que tienen menos posibilidades de llegar a los botes salvavidas, por sus condiciones objetivas y en algunos casos, porque puede haber quien piense en poner cadenas a las puertas, impidiéndoles salir a cubierta y generando así la falsa sensación de que “hay botes para todos” entre los que viajan en los pisos más altos.
Ante la actual situación entendemos que, más allá de la necesidad de atender la urgencia que emerge por la aparición del COVID-19, urge avanzar en la generación y fortalecimiento de vínculos solidarios que nos permitan visualizar colectivamente estrategias de superación de esta crisis, que va más allá de una cuestión microbiológica.
Debemos estimular y recuperar un sistema inmunológico a nivel colectivo, que nos ayude a resolver los problemas estructurales que hacen a nuestros territorios (y a nuestros cuerpos), vulnerables a diversas enfermedades.
Recuperar inmunológicamente a nuestras sociedades implica reconstruir lazos y redes solidarias, de cooperación y ayuda mutua, que respeten y se nutran de las diversidades para hacer más resistentes las tramas.
¿Y si pensamos nuevos escenarios de producción y distribución de alimentos (comida sana, sin venenos, ni transgénicos) dignificando a quien los genera y garantizando el acceso a toda la comunidad, desde los principios del comercio justo y la soberanía alimentaria?
¿Qué pasaría si en lugar de salidas a partir de aislarnos, optamos por generar redes que nos encuentren desde el cuidado solidario, con lógicas de acompañamientos y recuperación de saberes y haceres colectivos?
¿Nos animaremos a construir un sistema de atención de la salud, alrededor de la ética del cuidado, desde la integralidad, con trabajadores bien remunerados y comprometidos con la defensa del derecho a la vida digna, sin hegemonías, desde la horizontalidad, que entienda la integralidad de la vida y por tanto la Salud de la Madre Tierra como una Sola Salud?
¿Aceptaremos replantear las estructuras curriculares e institucionales de nuestras universidades y carreras de la salud, para redimensionar el peso de lo socioambiental, de la epidemiología, de la salud pública y colectiva, del pensamiento crítico en la formación de profesionales?
¿Seremos capaces de asumir el desafío de una construcción colectiva de nuevas lógicas de producción y reproducción, económicamente sustentables, biológicamente estables, políticamente horizontales, socialmente integradoras de la diversidad, en comunión con el territorio y la salud de la Madre Tierra?
En la búsqueda colectiva de respuestas, nacerán nuevas preguntas que nos animen a seguir caminando, tratando de hacer de éste un mundo más saludable…
Bajo el altar del nuevo Dios
Como señala el premio nobel Joseph Stiglitz: "El coronavirus nos impulsa a repensar el significado de nuestra vida, nuestra forma de estar juntos, los peligros de la globalización, ya que es posible que nos devuelva una normalidad diferente, un renacer distinto".
Por otro lado el sistema neoliberal sigue demandando crecimiento (imposible). El Estado de Alarma alimenta a las bestias, entre el capitalismo descontrolado y las opciones autoritarias, buscando sacrificar vidas en el altar del dios-Economía.
Ante esto, el futuro dependerá de las fuerzas políticas y económicas en juego, o en conflicto, pero también y más importante, de la conciencia social adquirida por la población, que haya entendido ahora quienes son los verdaderos "héroes", sobre todo en estos momentos en donde, aunque sin equipos de protección, se están cayendo muchas de las máscaras del gran engaño.
Gracias al virus nos estamos dando cuenta que los "superhombres" y "supermujeres" son de carne y huesos, llevan como escudo protector batas blancas y que un médico o una maestra valen más que cien Cristiano Ronaldo y cien Leonel Messis juntos. La salud no tiene precio.
Solo la gente salva a la gente. Sólo la solidaridad ente las personas y las comunidades, puede hacer frente a los grandes intereses que han destrozado los sistemas públicos. No podemos olvidar que gracias a la eugenesia aplicada por el sistema capitalista, tres cuartas partes de la humanidad no disponen ni siquiera de sistema sanitario, muere de enfermedades evitables, de hambre o falta de suministros básicos y ni siquiera dispone de condiciones de vida dignas. Tampoco podemos dejar de constatar que esta distribución desigual de la riqueza afecta ya a una gran mayoría de población en nuestros propios países. Esa "distribución" desigual afectará y matará, también de manera desigual, a los más empobrecidos por este sistema, como ya se está demostrando en nuestro entorno.
Todo está en desarrollo y aún no sabemos las consecuencias finales, pero una vez que se supere la pandemia, además de poder sortear el test del coronavirus, sería un buen desafío respondernos estas preguntas: ¿Seremos capaces de frenar nuestra carrera detrás del dinero, liberando esa energía para humanizar nuestra relación con otros, tratando a los demás como queremos ser tratados?
¿Estamos dispuestos a frenar nuestra adicción al consumo, a cambio de una vida saludable para los seres humanos y el medio ambiente?
¿Podremos, además de aplaudir a los trabajadores de la salud, elegir gobernantes que aumenten su presupuesto en salarios y equipamiento?
¿Somos conscientes que la única manera de que los marginados del mundo tengan una vida digna y saludable, será desmantelando el poder económico y financiero?
Esperemos que el aprendizaje de estos tiempos nos sirva para el futuro.