Una vez que un hombre o una mujer jóvenes son expuestos al virus de lo absoluto, una vez que ven, oyen, huelen, la fiebre en quienes persiguen la verdad desinteresadamente, algo de su resplandor permanecerá con ellos. Para el resto de sus vidas y a lo largo de sus trayectorias profesionales, acaso absolutamente normales o mediocres, estos hombres y estas mujeres estarán equipados con una suerte de salvavidas contra el vacío.
[…] Esa es la cuestión. Llamar la atención de un estudiante hacia aquello que, en un principio, sobrepasa su entendimiento, pero cuya estatura y fascinación le obligan a persistir en el intento. La simplificación, la búsqueda del equilibrio, la moderación hoy predominantes en casi toda la educación privilegiada son mortales. Menoscaban de un modo fatal las capacidades desconocidas en nosotros mismos. Los ataques al así llamado elitismo enmascaran una vulgar condescendencia: hacia todos aquellos a priori juzgado incapaces de cosas mejores. Tanto el pensamiento como el amor nos exigen demasiado. Nos humillan. Pero la humillación, incluso la desesperación ante la dificultad –uno se pasa la noche sudando y no consigue resolver la ecuación, descifrar la frase en griego– pueden desvanecerse con la salida del sol. Durante los dos años que pasé en Chicago, uno como estudiante, otro como posgraduado, las mañanas eran pródigas.
George Steiner
Errata. El examen de una vida.
Traducción: Catalina Martínez Muñoz
Editorial: Siruela
Foto: George Steiner, por Andy Hall