Las sorpresas van a inundar los procesos electorales, que difícilmente van a ganar los favoritos. La gente más limpia, decente y democrática, cansada de soportar la suciedad política y la injusticia reinantes, va a votar siempre en contra de lo que le propongan los políticos, con la intención clara de castigarlos en las urnas. Los ciudadanos son conscientes de que el voto es el único poder que les han dejado y van a emplearlo con toda intensidad y rabia. Los votos en blanco y las abstenciones van a reducirse de manera drástica ante el empuje del voto de la rabia y la venganza.
Las empresas de metroscopia van a tener que inventar algoritmos correctores mucho más eficaces que los actuales, que sean capaces de interpretar la inmensa corriente de ciudadanos que mentirán cuando sean consultados.
Los ciudadanos no se fían de los políticos, pero tampoco de su corte de servidores, sobre todo de periodistas y encuestadores. A los periodistas les está abandonando y despreciando, situando a los medios en la ruina, mantenidos cada día más con fondos públicos, mientras que a los entrevistadores les engañarán intencionadamente.
El mundo político está cambiando a ritmo de vértigo porque los ciudadanos han decidido recuperar el poder que los políticos le han arrebatado, marginándolos de los procesos de toma de decisiones y expulsándolos de la sociedad civil y de los ámbitos de influencia. La prensa cada día está más al servicio de los poderosos, que la subvencionan, que de los ciudadanos, que se sienten engañados y abandonados por unos medios de comunicación que, en democracia, tiene el deber de proporcionarles análisis e informaciones veraces y críticas con el poder.
Pero la esencia de la venganza del pueblo se orienta contra la clase política, a la que acusa, con razón, de haber traicionado la democracia y construido un mundo indecente e injusto, al margen de los valores y de la ciudadanía, un mundo que sólo beneficia a los políticos y a sus aliados.
Como reacción digna ante ese abuso de poder, los ciudadanos van a utilizar el poder del voto para demostrar que están indignados y cabreados, que prefieren una dictadura eficaz y decente a una democracia trucada y controlada por partidos políticos infiltrados por mafiosos, corruptos e ineptos.
El ciudadano se siente explotado y mal gobernado por una clase política que se ha llenado de arrogancia y que se ha alejado de manera suicida de los valores democráticos, de la ética, de la defensa del bien común y del concepto de "servicio".
La lucha del ciudadano contra el político será la espina dorsal del siglo XXI.
Francisco Rubiales