Me consuela, porque no puedo decir que me pone contenta, que haya personas descreídas, que hasta último momento no saben a qué candidato o partido van a votar hartos de estar hartos de las mismas promesas y mentiras que se repiten cada cuatro años.
Por eso, cuando hace tan sólo unos días recibí un correo de un amigo propiciando el voto nulo, una alternativa que defiendo desde hace unos meses, no pude ocultar mi satisfacción de saber que hay muchos hombres y mujeres por ahí que exponen los mismos argumentos con los que yo, en reiteradas ocasiones, intento convencer a amigos, colegas y familiares de que hay muchas maneras de expresar nuestro inconformismo político.
Siempre recuerdo la discusión que tuve con mi madre porque defendía el voto en blanco. Ella me cuestionaba que una estudiante de Ciencias Políticas pudiera pensar así. Hoy comparte conmigo que hay otras alternativas para mostrar disconformidad hacia nuestros gobernantes y exigir un cambio en la manera de hacer política. Y es triste que así sea, porque nos damos cuenta de una dura realidad, de que a pesar de que nos separa un océano, el mal que afecta a la clase política es exactamente el mismo en todo el mundo.