El yaro (Arum maculatum), que crece en lugares húmedos y sombríos, está maravillosamente organizado desde el punto de vista de la fecundación. La inflorescencia se realiza en espádice, que se halla cubierto por brácteas de un blanco verdoso (centro, izquierda) y da origen a la espata que se forma debajo, la cual tiene el aspecto de una bola muy abierta en la parte superior. De la abertura sale un tallo violeta que sirve de cebo.
Observamos también en ella unos pelos rígidos que están en contacto con las paredes de la espata. Si se corta delicadamente (centro, derecha) el borde de la bola, se verá, bajo los pelos, una corona de flores masculinas; más abajo se encuentran varias flores femeninas. El yaro es una flor monoica; pero las flores de los dos sexos están separadas en su inflorescencia.
La polinización la realizan pequeñas moscas que llegan hasta la bola de la espata, pasando a través de los pelos, y se quedan allí cierto tiempo; al querer salir chocan contra los pelos rígidos, que se lo impiden, dejándolas prisioneras. La planta atrae a los insectos con un olor sui géneris y además por el calor que reina dentro de la bola.
En el primer período de la floración solamente están maduros los órganos femeninos, los cuales son fecundados por las moscas si éstas ya han estado en Contacto con el polen de otra planta. Unos días después de esta fecundación, las flores masculinas llegan igualmente a su madurez, y sus anteras se vacían de polen que cae sobre las moscas prisioneras.
Una vez liberado el polen, los pelos que antes impedían la salida de las moscas, ahora marchitos, permiten que los insectos escapen para llevar el polen a otro yaro.
Todo este proceso ha sido descrito escuetamente, como lo exige el lenguaje técnico, y sin embargo pensamos que existe en él materia para un cuento. En efecto, el yaro prepara un verdadero festín para atraer a sus huéspedes, a los que sigue alimentando hasta que el polen está maduro. Sólo entonces los deja partir.