El no-yo (anatman) ha sido una de las teorías capitales del budismo desde sus inicios. La tradición dice que Buda proclamó ya esta doctrina en su segundo discurso, el “Anattalakkhana Sutta”. En él dice: “La forma material no es el yo. Si la forma material fuese el yo, no conduciría al sufrimiento y podría decirse de la forma material: “Que mi forma material sea así, que no sea asá.” Y porque la forma material no es el yo, conduce al sufrimiento y no puede decirse de la forma material: “Que mi forma material sea así, que no sea asá.” Buda repite esta fórmula con las sensaciones, con las percepciones, con las formaciones mentales y con la conciencia. A continuación hace reconocer a los monjes que todas ellas son impermanentes y, por ende, insatisfactorias. La conclusión es que ninguno de esos componentes de la persona puede ser el yo.
El yo es una mera construcción verbal, algo que predicamos del compuesto de los cinco elementos que constituye la persona. A este respecto, Buda utilizó una metáfora que se ha hecho célebre, la del carro. A la suma de eje + ruedas + caja + soporte + riendas + yugo + fusta la denominamos carro. El carro es una mera designación. Si le quitásemos esos componentes, dejaría de existir. Somos nosotros quienes le hemos otorgado una existencia virtual al darle un nombre.
Me pregunto si Buda escogió inocentemente la metáfora del carro para demostrar que el yo no existe o si la elección no fue tan inocente. Los Upanishads también utilizaban la metáfora del carro, pero con un fin completamente distinto. En la imagen que utilizaban, el carro representaba al cuerpo; el alma es el pasajero; el conductor es el intelecto, que dirige el carro, siguiendo las instrucciones del pasajero, que es quien le infunde la energía vital; las riendas representan a la mente que pone en conexión cuerpo e intelecto; los caballos son los sentidos. Allá donde los Upanishads utilizaban el carro para representar al yo, Buda lo utiliza para demostrar el no-yo.
Cuando sugiero que lo mismo el uso de la metáfora del carro no era tan inocente, es porque Buda debía de ser consciente de que si había algo que le diferenciaba del hinduismo al uso era la doctrina del no-yo. El brahmanismo postulaba la existencia de un yo esencial (el atman), que está más allá de los procesos físicos y mentales siempre cambiantes que denominamos el yo. Para algunos, ese atman en último extremo se encontraba unido y no era indiferente al brahmán, el fundamento del universo.
La doctrina del no-yo es problemática. Por un lado va contra nuestras ansias de supervivencia. No es que con la muerte se acabe lo que somos, es que momento a momento nos vamos terminando, porque ni tan siquiera somos en este presente. Simplemente nos creemos que somos. Por otro lado, la implicación ética de la doctrina es jodida: si mi yo no existe, sino que es una pura convención, ¿a quién le toca apechugar con el karma que yo haya generado en esta vida?
“Las preguntas de Milinda”, que es un texto unos tres siglos posterior a Buda, intentó explicar esto:
“- Nagasena, ¿qué es lo que renace?- El Nombre-y-forma.- ¿El que renace es el presente Nombre-y-forma?- No. El presente Nombre-y-forma lleva a cabo un acto bueno o malo; y como consecuencia de este acto renace otro Nombre-y-forma.- Si no es el mismo Nombre-y-forma el que renace, ¿no estará el último liberado así de sus pecados anteriores?- Si no hubiera renacimiento, lo estaría, en efecto; pero existe el renacer, por eso no lo está.(…)… cuando el Nombre-y-forma lleva a cabo un acto bueno o malo, es este acto el que determina el renacer de otro Nombre-y-forma (…) Sin duda el que vuelve a nacer es diferente del que muere pero procede de este último…”
Una metáfora muy vistosa con la que “Las preguntas de Milinda” explica esto es la de la antorcha del centinela. Un centinela monta guardia por la noche. La antorcha que enciende a las diez de la noche le sirve, cuando está para apagarse, para encender la antorcha de las once, y así. Cuando amanezca, la llama de la antorcha, ¿será la misma llama que existía a las diez de la noche o será otra distinta?
La respuesta que da “Las preguntas de Milinda” no me termina de parecer satisfactoria. Según la entiendo yo, el karma que yo haya generado en esta vida, tras mi muerte se condensará por así decirlo y dará lugar a otra persona. Entre esa persona y yo habrá una relación de solidaridad, pero somos distintos, aunque envueltos en el mismo flujo kármico. Siendo así las cosas: ¿por qué habría yo de preocuparme del karma con el que tenga que apechugar esa futura persona que aparecerá en mi flujo kármico?
El gran escritor thailandés Kukrit Pramoj explicó en una entrevista su visión del karma y de la supervivencia tras la muerte desde un punto de vista que habría sido aprobado por el autor de “Las preguntas de Milinda”: “No niego algún tipo de vida tras la muerte, pero no pienso que seré yo. Algo nacerá en el círculo de la vida, la muerte no para nada; algo muere, algo vuelve a nacer y ese nuevo algo puede tener una conexión con la acción pasada de una persona que está muerta pero que no es la misma. Si vuelvo a nacer, no sabré que fui Kukrit en mi vida pasada. Y entonces empezaré a sufrir el dolor que Kukrit me dejó, los resultados de las malas acciones de Kukrit en la vida pasada. Pero no seré consciente de su causa. Si naciera lisiado en la próxima vida, ese lisiado no sabría que lo está a causa de mis malas acciones en el pasado. De hecho, alguien tendrá que sufrir por los pecados ajenos todo el tiempo. La crucifixión se repite una y otra vez en el mundo budista. Jesucristo fue crucificado no por sus propios pecados, sino por los pecados de otros, ¿no lo piensa? Ésa es la teoría, ¿verdad? Nació para sufrir y murió por los pecados de la humanidad. Vale, así ocurre con cada uno de nosotros. (…) El budismo dice que pagas por los pecados de tus acciones pasadas, de tu vida pasada. Pero yo mantengo que aunque pueda tener una conexión con la acción de alguien en el pasado, no soy ese yo. No soy el mismo yo. Creer que somos el mismo yo otra vez va contra el budismo. Así que lo que estoy diciendo simplemente es que cada uno de nosotros es un Jesucristo, un Cristo crucificado, que paga por los pecados ajenos. Lo que hago en esta vida, otros, no sólo mi nuevo yo en la próxima vida, lo sufrirán.” Kukrit lo expresa muy bien, pero resulta desasosegante. Hitler generó un karma horrible, pero no será él quien lo sufra. Lo sufrirá un yo futuro distinto de él, aunque vinculado kármicamente con él. La Madre Teresa de Calcuta generó buen karma, pero será un yo distinto quien se beneficiará de él. Siendo así las cosas, ¿merece la pena esforzarse por obrar altruistamente? ¿Tiene sentido el comportamiento ético?
Algo así debieron de pensar muchos budistas en los primeros siglos, porque desde muy pronto hubo intentos de cuestionar la doctrina del no-yo.