El actual Estado español, creado por los políticos anteponiendo sus propios intereses al bien común, es un espantoso delito en si mismo. Tiene más instituciones públicas, gobernantes, enchufados y parásitos de todo tipo que ningún otro gobierno europeo y todo ese inmenso tinglado, imposible de costear, es considerado como intocable por unos partidos políticos cuyo primer objetivo no es la prosperidad de la nación y de sus ciudadanos, sino sus propios intereses mezquinos, sobre todo el de colocar a sueldo del Estado a sus militantes y amigos.
Ese egoísmo rastrero de los políticos, que debería estar tipificado como delito, es la causa principal de varios dramas que nadie corrige: que España tenga una clase política casi impune, que tenga mas aforados que el resto de Europa junta, que España sea uno de los países más endeudados del mundo y que tenga más políticos innecesarios colocados en el Estado que Alemania, Inglaterra y Francia juntos.
España necesita un rearme ético y una reforma del Estado con mas urgencia que un rescate económico. El poder de los políticos es tan grande que el Estado es obsceno y el ciudadano es víctima y rehén de una clase política que dice gobernar en democracia pero que en realidad opera en una dictadura de políticos y partidos.
Una de las reformas más urgentes entre las muchas que el país necesita es la de adelgazar el Estado y hacerlo menos costoso, al mismo tiempo que se tipifican como delitos públicos el despilfarro y el endeudamiento injustificado. Los políticos españoles deben aprender a ser austeros y si son incapaces de serlo por principios éticos, que lo sean por miedo a la cárcel.
Reduciendo el número de políticos a sueldo un tercio, lo que todavía dejaría a España como el país con más políticos colocados de toda Europa, se podrían pagar las extras a los pensionistas sin recurrir a los fondos de reserva. Cobrando las deudas fiscales a los poderosos y ricos, también habría dinero suficiente para garantizar las pensiones. Suprimiendo los chiringuitos innecesarios del poder, España sería un país próspero que tendría para pagar espléndidas ampliaciones en salud, educación y otros servicios básicos. Tan sólo eliminando la corrupción, un mal que cuesta a los españoles, según los expertos, entre 12.000 y 20.000 millones de euros al años, habría dinero suficiente en España para bajar los impuestos sustancialmente y para garantizar la protección de todos los pobres, desempleados y marginados.
Sin embargo, la clase política española es tan miserable, codiciosa y egoísta que prefiere machacar a sus ciudadanos y arruinar la nación antes que someterse a lo que cada familia española hace cuando tiene problemas económicos: amarrarse el cinturón y reducir gastos.
Francisco Rubiales