Quienes quieran ser de la partida deben superar los cinco años de edad y sentirse cómodos en la oscuridad. Aunque nunca es cerrada (las calles y edificios aledaños alumbran de lejos; las luces del zoo y la linterna del guía lo hacen desde adentro), la noche se las ingenia para generar sombras, sonidos y aromas ajenos al confort de la ciudad.
Como de costumbre, los adultos celebramos las anécdotas que revelan coincidencias entre humanos y animales. En cambio, nos espantamos cuando escuchamos que estas criaturas no siempre se corresponden con las réplicas de peluche que les compramos a nuestros hijos.
El paseo se inicia alrededor de las 20, con un traslado en barco por un lago cuyas orillas habitan lemures, y termina con la visita al león que entre bostezos y ejercicios de stretching espera el llamado a cenar. En hora y media, los ¿exploradores? descubrimos a Sandra, Garoto y Saúl entre otros vecinos rinocerontes, elefantes, hienas, antílopes, garzas y falsas nutrias.
El zoo de noche abre sus puertas los miércoles, jueves y viernes. Los interesados en recorrerlo deben reservar su asistencia con tiempo.