De entre los animales, en nuestro ecosistema ninguno ayuda tanto a las plantas a viajar como las hormigas. Ejércitos de hormigas patrullan incesantes cada brizna de hierba, cada palmo de suelo, durante la primavera mediterránea, y en su deambular comen ingentes cantidades de huevos de insecto y se llevan en las mandíbulas las semillas que más les gustan. Suelen gustarles las que tienen un apéndice graso nutritivo: un elaiosoma. Para ellas es comida, pero para la semilla representa el pasaporte a la tierra mullida y abonada que rodea al hormiguero, ya que es allí, en la misma entrada, adonde las hormigas pueden llevarla para dejarla abandonada tras dar buena cuenta del bocado oleoso del elaiosoma.
Así, gracias a los elaiosomas, las semillas no sólo pueden viajar sino que alcanzan una tierra muy favorable para su crecimiento. Con tamaña ventaja, no es raro que los elaiosomas hayan surgido independientemente en varios linajes de plantas de la flora mundial. Volviendo a nuestra Región Mediterránea y al mes de abril, seguramente habría que agradecer a las hormigas la imagen de muchas de las trompetas rosas que ahora abre junto a los caminos una de nuestras labiadas más tempranas, la ortiga muerta Lamium amplexicaule. Mientras avanza la primavera, nuevos elaiosomas crecen sobre las incipientes semillas de esta especie, como demostrando una inteligencia que ni existe en las plantas ni es necesaria para que la evolución produzca adaptaciones que podrían parecernos, eso sí, inteligentes.