En 2018 los ciudadanos latinoamericanos no solo prestarán atención a lo que suceda en Rusia con sus respectivos seleccionados nacionales. Habrá otras batallas, no deportivas, sino electorales, en Costa Rica, Paraguay, Colombia, México, Brasil y Venezuela. Y esto sin contar las legislativas, regionales y municipales. Nos espera un intenso y apasionante calendario electoral.
La primera contienda presidencial será el 4 de febrero en Costa Rica, en coincidencia con una consulta popular en Ecuador. Le seguirán Paraguay en abril, Colombia en mayo —y probablemente en junio—, México en julio y Brasil en octubre. La única incógnita es Venezuela, aún sin fecha.
2018 será, también, el año pos-Odebrecht, el entramado de corrupción más grande de los últimos tiempos. La investigación sobre la constructora brasileña ha impactado de lleno en la política latinoamericana al implicar a ministros, vicepresidentes y presidentes. Brasil, Colombia, México y Venezuela harán sus próximas elecciones presidenciales entre investigaciones y acusaciones cruzadas.
Para ampliar: “La Llama Verde contra la corrupción de Odebrecht”, David Hernández en El Orden Mundial, 2017
Habrá que estar muy atentos al próximo Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional. El último, lanzado a principios de año, justo cuando veían la luz las primeras revelaciones del caso Odebrecht, ya ubicaba a la gran mayoría de los países latinoamericanos en la segunda mitad de la clasificación.
La mayoría de los países latinoamericanos ocupan la mitad inferior en el Índice de Percepción de la Corrupción. La última posición —176— la ocupa Somalia. Fuente: Transparencia Internacional
La corrupción, aunque siempre ha sido un tema de interés para la sociedad latinoamericana, pocas veces es un elemento decisor de voto. Sin embargo, puede que en esta ocasión sea diferente. La magnitud y profundidad de Odebrecht y Lava Jato, en un contexto de estancamiento económico y con un alto nivel de exigencias y demandas de la nueva clase media, parecen confluir en un estado de malestar generalizado en una región que ya ha sido calificada como la más desconfiada del mundo.
Lo más preocupante de todo es que, según el último informe del Latinobarómetro, este ha sido el cuarto año consecutivo en que la satisfacción con la democracia cae: del 34% en 2016 al 30% en 2017. En cinco de los seis países que eligen presidente el año que viene —todos menos Costa Rica—, menos de un tercio de la población está satisfecha con la democracia. Brasil, con un escueto 13%, ocupa el último lugar. Un divorcio entre la política y la calle, entre los políticos y sus electores.
En este clima de desconfianza e insatisfacción van apareciendo nuevos actores, alternativas a los partidos y liderazgos más tradicionales. Así es como surgen, por un lado, populismos de soluciones rápidas, únicas, simples y fáciles, como los casos de Jair Bolsonaro en Brasil, el rostro de la antipatía y la desafección en el gigante de Sudamérica, y Juan Diego Castro en Costa Rica, quien lidera las últimas encuestas. Una segunda tendencia que aflora con fuerza este año son las grandes, heterogéneas y hasta inesperadas coaliciones, como la que lidera Andrés Manuel López Obrador en México o la que parece que se formará en Colombia alrededor de Sergio Fajardo. En el caso mexicano, el partido de López Obrador, el Movimiento Regeneración Nacional, ha cerrado filas con el conservador Partido Encuentro Social, una agrupación afín a la derecha evangélica.
Habrá que ver también el papel que jugarán viejos actores nuevos en democracia, como son las FARC en Colombia y el Ejército Zapatista en México. Y, por último, el fenómeno de los outsiders, como fueron en su momento Jimmy Morales y Salvador Nasralla, a quienes habría que sumar Leo Rubin, también del mundo mediático y hoy candidato a vicepresidente en Paraguay. Estos son algunos de los nuevos actores que veremos en las campañas del año que viene y que buscarán llamar la atención de un electorado receloso de la política tradicional.
2018 será el año en el que más de cien millones de milénicos latinoamericanos acudirán a las urnas. En México serán cuatro de cada diez votantes, un total de 24 millones de jóvenes que serán determinantes en los resultados. Sabemos, además, que su comportamiento electoral es diferente al de las otras generaciones; lo hemos visto, por ejemplo, en el plebiscito sobre los acuerdos de paz en Colombia en octubre de 2016. Es la generación políticamente independiente —o indecisa—, dispuesta a establecer una relación muy diferente con la política formal, mucho más contractual, promiscua, exigente y volátil. El objetivo Millennial será un enorme desafío para las viejas y nuevas ofertas electorales, considerando, además, que el único candidato por debajo de los 40 años es el costarricense Carlos Alvarado.
Si ha cambiado la demanda política, con una sociedad más joven y una clase media extendida, mucho más exigente, crítica y vigilante; si están cambiando, como hemos visto, la oferta y los liderazgos políticos, es de esperar que cambie también la comunicación política. Debemos reducir las brechas emocionales y generacionales, reconstruir puentes entre representantes y representados. Veremos si el año que viene la política es capaz de conectar con los más jóvenes, si puede despertar y generar confianza con prácticas morales y éticas, si logra volver a enamorar e ilusionar.