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Agustín Lewit*. ― Suscitando menos atención que Brasil. Uruguay se encuentra igualmente en pleno proceso eleccionario y allí también la región -y los países del Cono Sur en particular- se juegan cosas importantes.A pesar de ser ocho los candidatos que pelearán por la presidencia el 26 de octubre próximo, la tensión se concentra entre el oficialista Frente Amplio (FA) –buscando su tercer mandato consecutivo- y el Partido Nacional (PN).
Analizando las candidaturas, surgen elementos interesantes que muestran un sistema político transformado fuertemente en la última década pero, en ciertos aspectos, con poca propensión a los cambios.
Encabezando todas las encuestas, aparece el candidato frenteamplista y ex presidente Tabaré Vázquez, quien venció en las internas a Constanza Moreira, representante de una tendencia más claramente de izquierda. Pese a las expectativas de renovación que había generado inicialmente Moreira, lo cierto es que el médico logró imponerse finalmente con un contundente respaldo de sus correligionarios: la seguridad de lo conocido, aun a pesar de las indefiniciones y la excesiva mesura de Vázquez, terminó primando.
Por su parte, el Partido Nacional –los “blancos”, en la jerga local- candidatean a Luis Alberto Lacalle Pou, hijo del homónimo expresidente que gobernó del ’90 al ‘95 en base a un programa abiertamente neoliberal. Lacalle Pou hijo se vende como “lo nuevo”, apelando a las virtudes de la “gestión eficiente”, pragmática y desideologizada. Es un claro exponente de la nueva derecha regional: discursos notoriamente antipolíticos, donde las tensiones aparecen diluidas y se insiste con un vacuo llamado al diálogo y al consenso. “No hablemos más de giros ideológicos. La nueva ideología es la gestión”, declaró hace poco.
La otra fuerza tradicional, el Partico Colorado (PC), se encolumnó detrás de Pedro Bordaberri, hijo de Juan María Bordaberry, quien presidió el golpe de Estado de 1973. En un relegado tercer lugar, las encuestas confirman la decadencia del PC desde el ciclo iniciado en 2004. Por otra parte, además de evidenciar la fuerza de los apellidos –que a su vez denota una práctica política reservada a ciertas castas- la postulación del hijo del ex dictador habla de la fuerte tolerancia de los uruguayos respecto a personajes vinculados directamente con sus años de plomo.
En relación a las propuestas, Vázquez prometió profundizar el rumbo iniciado por su gobierno en 2004 -y ratificado luego con el triunfo de José Mujica en 2009-, esto es: fuerte atención estatal a los sectores más postergados, crecimiento económico con inclusión por la vía del empleo, aumento de los presupuestos de salud y educación; en suma: promete continuar por la vía del desarme de las tramas neoliberales, reparando sus graves consecuencias. Por su parte, y con pocas diferencias internas, tanto el candidato blanco como el colorado centraron sus campañas en el problema de la inseguridad, principalmente en torno a una iniciativa que busca bajar la edad de imputabilidad de aquellos que cometen delitos y que será sometida a votación junto con las elecciones presidenciales.
La cuestión regional también se coló en la campaña. A diferencia de sus más próximos contrincantes, Tabaré Vázquez defendió la adhesión de Uruguay al Mercosur, aunque planteó también la necesidad de rectificar el rumbo del bloque. Por el contrario, Lacalle Pou y Bordaberry han manifestado públicamente su intención de buscar nuevos rumbos internacionales, ya sea en la Alianza del Pacífico o en vínculos bilaterales con los países centrales, aduciendo –no sin cierta justeza- los obstáculos que ha significado la lógica del Mercosur para la economía uruguaya.
En referencia a ello, el diario El Observador reveló que la embajadora de EEUU en Uruguay –Julissa Reynoso- sostuvo reuniones con los candidatos para comprometer a los mismos a que, si se convierten en gobierno, firmen la incorporación del país al Acuerdo Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), ese mega-tratado de libre comercio promovido por la potencia estadounidense. Blancos y Colorados ya adelantaron que lo firmarán, incluso si ello significa abandonar el Mercosur.
De confirmarse los pronósticos, un triunfo de Vázquez –en primera o segunda vuelta- consolidaría al FA en el poder, al tiempo que revalidaría su condición de partido mayoritario, reafirmando así la reconfiguración del sistema político uruguayo que se aleja irremediablemente del bipartidismo entre blancos y colorados, vigente por 174 años. Este nuevo “pluripartidismo moderado”, sin embargo, se estructura, al igual que en otros países de la región, sobre una lógica que tensiona dos bloques: uno de centroizquierda y otro de centroderecha.
Así las cosas, en un escenario que presenta de fondo similitudes con el resto de las contiendas regionales, la elección uruguaya se tensiona entre una “consolidación con profundización” del rumbo posneoliberal abierto hace una década, que ha provocado, entre otras cosas, una reducción de la pobreza del 40% a menos del 10%, o el triunfo de un bloque restauracionista que, renovado en lo discursivo, anhela sin embargo la vuelta de los años neoliberales. /Cortesía del autor con el blog Isla Mía
*Periodista de Nodal/ Investigador del C. C. de la Cooperación