Electra es una mujer de la estirpe de Antígona: ante una injusticia patente, clama por una restitución, aunque sea con la fuerza de la sangre. Su propia persona ya no le importa: solo vive con la obsesión de la venganza, que no puede ejecutar con sus propias manos siendo mujer. Y es su propia madre el objeto de sus desvelos: mató a Agamenón, su legítimo marido, a la vuelta de éste de la guerra de Troya, para poder seguir con su amante Egisto, responsable también del crimen.
La desgracias se acumulan para Electra: le llegan noticias de que su hermano Orestes, quien debía ser el brazo ejecutor de la venganza, ha muerto: todo es una estratagema para que Orestes pueda penetrar en el palacio y matar a su madre, recordándole que ha faltado gravemente a sus deberes familiares.
Aquí es clamorosa la ausencia de dioses: nos encontramos ante un asunto plenamente humano, que los humanos resuelven: no hay castigo para Orestes por asesinar a quien le engendró, como si así la balanza volviera a estar equilibrada: el honor de la familia restituido y Electra puede por fin superar el estado de obsesión en el que se encontraba. ¿Un final feliz? Aparentemente es así, aunque los cadáveres que han quedado por el camino lo hacen muy doloroso. Desde mi punto de vista esta es la obra menos ideológica de Sófocles, la menos moralista. Cuenta una historia estéticamente impecable, pero sin llegar a la complejidad de otras.