Elefante blanco

Publicado el 21 mayo 2012 por María Bertoni

Por momentos algo hace ruido en Elefante blanco, y algunos espectadores tardamos en identificar la procedencia de este murmullo de fondo. La demora se debe a que la nueva película de Pablo Trapero cala profundo en nuestra sensibilidad, dado el explícito homenaje al padre Carlos Mugica dentro de una historia concientizadora en dos sentidos: sobre la labor que la iglesia tercermundista (ésa otra) lleva adelante en las villas miseria y sobre una realidad compleja que los argentinos de clase media para arriba suelen definir con las etiquetas “ocupación (e “inmigración”) ilegal”, “narcotráfico”, “delincuencia”.

En líneas generales, son cuatro los reparos que impiden adherir al elogio incondicional que el trío Trapero-Darín-Gusmán provoca entre algunos sectores del periodismo especializado después del éxito de Carancho. El primero cuestiona la apertura misma de la película, que describe el traslado del padre Gerónimo al asentamiento donde se desarrolla casi toda la acción.

Las escenas ambientadas en el Amazonas están más cerca de la anécdota exótica que de un engranaje clave del relato. De hecho, el largometraje habría sido el mismo sin esa introducción y sin el tramo, también prescindible, donde el sacerdote belga confiesa la sensación de culpa que arrastra de aquel lugar.

El segundo reparo también gira en torno al personaje que Jérémie Renier interpreta tan bien. De hecho, la historia de amor con la asistente social Luciana (a cargo de Martina Gusmán) resulta un tanto trillada y por lo tanto previsible. Incluso puede impresionar como una exigencia de marketing que reconoce la capacidad convocante de todo vínculo prohibido donde además interviene el sexo (si lo habrá sabido María Luisa Bemberg con Camila).

El tercer pero es limitadamente subjetivo y tiene que ver con el desempeño de Ricardo Darín. Nadie discute el crecimiento profesional de este actor convertido en miembro indiscutible de nuestro star system cinematográfico de envergadura internacional; el problema es que esta (omni)presencia en la industria nacional -aquí, aquí, aquí a modo de ejemplo- termina colocándolo por encima de sus personajes, en este caso del padre Julián.

El cuarto y último reparo sugiere la posible contradicción entre cierta intención de quebrar los prejuicios en torno a la villa* y el protagonismo acordado al problema de la droga que termina siendo determinante incluso para el desenlace de la historia. La subtrama encarnada en la figura del Monito termina relegando a un segundo plano la problemática de vivienda que podría haber ayudado a profundizar el ejercicio de des-estigmatización.

Dicho todo esto, Elefante blanco no deja de ser un film conmovedor y sobre todo estimulante. El ruido de fondo que algunos espectadores escuchamos proviene del ala comercial que probablemente se atribuya la conquista del segundo lugar en la taquilla nacional al día siguiente del estreno y el pasaje automático a la sección Un certain regard del Festival de Cannes.

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* “Lo que define a una villa es quien la habita y hay tantas definiciones como personas te encuentres”, opina Trapero en la entrevista publicada en la edición 125 de la revista Haciendo Cine, por ahora sin versión online.