Elegantes

Publicado el 16 marzo 2012 por Carmentxu

“El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia”. Esta deliciosa frase de Woody Allen, quien habla seguramente por experiencia y tras comprobar el empirismo de la aseveración con amigos y conocidos, puede ser también extrapolable a otra aspiración humana, la elegancia. Me atrevería a decir, y no erraría mucho, que el dinero, empleado sin prudencia y responsabilidad, puede convertirse en un revulsivo contra ella. Y es que la elegancia es sobre todo honestidad. Se tiene o no se tiene, se es elegante y honesto o no. No hay término medio ni grises. Genética en estado puro, incontestable. Mi madre siempre decía que, como condición indispensable, había que llevar el pelo limpio y bien peinado y los zapatos igualmente limpios y en buen estado. La modestia del atrezzo que quedaba en medio pasaba entonces desapercibida a un buen observador, quien miraría primero pelo y zapatos. Quizás de aquellas palabras, de tan repetidas, me deja un mal sabor de boca y una mueca en el espíritu los pelos engominados de los señoritos y nuevos ricos que aporrean mi mundo auditivo hablando por su móvil de última generación, ni quienes no tienen cuidado de sus zapatos y pisotean con ellos a los demás sin importarles lo que dejan por el camino. Tampoco es elegante, aunque fueran a la peluquería cada día y estrenaran zapatos nuevos cada semana, que los parientes de los miembros del Gobierno, como el hermano de Mª Dolores de Cospedal, secretaria general del PP; el cuñado del ministro de Agricultura, Miguel Arias Cañete o el hijo de la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, se coloquen en empresas públicas o como asesores del Gobierno sin haber hecho otra cosa para merecerlo que ser parientes de quienes son. Con la que está cayendo y con la legión de personas infinitamente más preparadas que ellos, que se lavan su pelo y se enfundan sus zapatos limpios cada mañana para salir a la calle a buscar empleo. El nepotismo y el enchufismo es indecente y, a los ojos del buen observador, les hace más insoportablemente groseros cada día que pasa. Nada elegantes.