La sombra, en el tiempo y en el espacio, de Hitchcock tiene aún por delante muchos años de vigencia. Desde Rusia, con una pizca de amor y mucho interés por la historia que nos cuenta, llega lo último de Andreï Zviaguintsev, que tras El regreso (2003) y El destierro (2007), ha vuelto a incrementar su colección de premios. En esta ocasión, con el especial del jurado de Cannes en la sección Un Certain Regard.
Un pájaro descansa sobre la rama de un árbol en el duro invierno moscovita. En frente un moderno edificio de apartamentos de lujo, de esos propietarios que han conseguido olvidar el comunismo adaptándose al capitalismo en menos que canta un gallo (para seguir con la imagen plumífera que iniciaba la frase), ofrece el refugio ideal para cualquier ser vivo.
El ave está fuera inmóvil, encogida por los escasos grados que no llegan a arroparla, y además el espectador sabe que nunca entrará en el piso porque, aunque la imagen aparente reproducir un bucólico y sereno instante de armonía, por culpa del maestro del suspense, una escena así en la mente de cualquier espectador no presagia nada bueno. Unos segundos pasan y repentinamente se posa en otra rama un segundo pájaro. Momento de tensión. Se acaba el plano y el público confirma que aquí va a haber mucho tomate.
Del exterior de esa pareja animal, pasamos al interior del apartamento para conocer a la pareja humana que disfruta de las comodidades de la clase pudiente en ese apartamento de ensueño. Todo parece separarles. Vladimir, jubilado y fuente de los ingresos, sólo sale para ir a su ultraselecto gimnasio en su flamante coche. Elena, Nadejda Markina que se ha llevado la mitad de los premios internacionales a la mejor actriz por este papel, recorre kilómetros a pie y en tren para ir a visitar a la familia de su hijo, en el otro extremo de la ciudad y de la escala social y económica.
Poco a poco el film va describiendo las circunstancias personales de esta familia: cómo se conocieron, las dificultades financieras del nieto de Elena, la casi inexistente relación de Vladimir con su hija… Dos mundos, dos situaciones y pocas soluciones al problema que se le plantea a Elena. Podría buscar ayuda en su marido u optar por otra posición más radical.
La tensión monta, el suspense se agudiza y el genial Zviaguintsev nos regala un plano de seis minutos, arropado por la magistral música de Philip Grass que le va como un necesario guante para el invierno ruso, y que hace montar la temperatura de la sala a un nivel tropical. Por supuesto no se trata de una copia del maestro del suspense sino de una inspiración asumida de su estilo que consigue convertir a Elena en, quizás, una de las mejores películas de este año. Consejo: si alguien intenta contarte el argumento, córtale… las alas.