Elias Canetti, el enemigo de la muerte.

Publicado el 14 agosto 2015 por Alguien @algundia_alguna

El Premio Nobel de 1981 consagró a un autor que había hecho de la literatura su forma de enfrentarse a la muerte. Nacido en Bulgaria, de origen judeoespañol y escritor en lengua alemana, Elias Canetti pasó su vida entre Viena, Londres y Zúrich. Con 26 años escribió la novela Auto de fe, una “comedia humana de la locura”, y durante dos décadas trabajó en el ensayo Masa y poder. La desaparición de su hermano sería el detonante para las tres entregas de sus memorias, todo un clásico de la literatura autobiográfica.

Hijo primogénito de una familia judía de origen sefardí, Elias Canetti nació el 25 de julio de 1905 en Rustschuk, Bulgaria, una ciudad a orillas del Danubio que había formado parte del Imperio Otomano hasta 1878. En su niñez aprendió a hablar búlgaro y ladino, el español arcaico que usaban los judíos al ser expulsados de España en 1492, pero al irse a vivir a Manchester en 1911, “convierte el inglés en su lengua de expresión” y lee en ese idioma clásicos de la literatura como Las mil y una noches, Don Quijote, Los viajes de Gulliver y Robinson Crusoe. Un año después muere su padre y el resto de la familia se instala en Viena, en donde su madre comienza a enseñarle alemán, una “nueva lengua materna” que como afirma el traductor Juan José del Solar, director de las Obras Completas de Canetti en castellano, es “la que predomina en sus años de formación y de estudio, y en la que se forja su vocación de escritor”. Luego de una estancia en Zúrich, en donde es alojado en un internado para niñas, estudia la secundaria en Frankfurt de 1921 a 1923, y a partir de 1924 inicia la carrera de química en la Universidad de Viena. Una amiga lo invita a Berlín en 1928 y ahí, mientras traduce varias novelas de Upton Sinclair para la editorial Malik, conoce a Georg Grosz, Bertrolt Brecht, Isaak Babel y Karl Kraus. Una vez que concluye los estudios de química en 1929, se dedica a proyectar los ocho libros de la Comedie Humaine de la locura –una obra que nunca concluiría–, y entre 1930 y 1931 trabaja en su primera novela, con la que daría inicio formal a su carrera de escritor.

En octubre de 1931, el escritor Elias Canetti concluye Auto de fe, su primera y única novela publicada, y manda “encuadernar en tela negra y por separado las tres partes que la integran”. Envuelve el manuscrito (que en ese momento llevaba el título provisional de Kant se prende fuego) en un paquete enorme, y se lo envía a Thomas Mann acompañado de una carta de presentación escrita con “un tono entre solemne y arrogante”. El paquete regresa a los pocos días, con una carta de respuesta en la que Mann “se disculpaba por no disponer de las fuerzas suficientes para leerlo”. Ofendido por “la denigrante réplica”, Canetti guarda el manuscrito con la intención de no publicarlo, pero durante los siguientes años, mientras escribe las obras de teatro La boda (1932) y La comedia de la vanidad (1934) , cede a las presiones de algunos amigos que conocían capítulos sueltos y lo presenta a varias editoriales, sólo para que sea rechazado. Pero en 1935, el escritor austriaco Stefan Zweig pone a Canetti en contacto con la editorial vienesa de Herbert Reiner, quien se arriesga a publicar la novela con el título de Die Blendung (“El deslumbramiento”).

Cuando por fin aparece Auto de fe (título definitivo fuera del ámbito alemán desde 1946), Canetti recibe una larga carta de Mann en tono de disculpa y alabanza –fue uno de los primeros lectores de la novela– , que le produce una gran alegría, pero para entonces, ya tenía puesta su admiración en una obra a la que le otorgaba mayor significación que a los libros del autor de La montaña mágica: el primer volumen y parte del segundo de El hombre sin atributos, la inmensa novela inacabada de Musil.

Canetti se había casado en febrero de 1934 con Veza Taubner-Calderón –una escritora a la que conoció en 1924, en una lectura pública de Kraus–, y durante la Noche de los Cristales Rotos, la pareja abandona Austria para establecerse en Londres a principios de 1939. Es entonces cuando Canetti empieza a trabajar en Masa y poder, el ensayo del que había tenido el germen de la idea a los diecisiete años –al presenciar una manifestación obrera en Frankfurt–, y cuya preparación y redacción lo absorberá durante treinta y cinco años, hasta que el libro vea la luz en Alemania en 1960. Con esa obra, el escritor creía haber “conseguido agarrar al siglo XX por el cuello”, y aunque en ese tiempo “resolvió prohibirse a sí mismo toda producción puramente literaria”, como recuerda el crítico Ignacio Echeverría, también publicó la obra teatral Los emplazados (1955). En los años posteriores vivió una grave depresión a consecuencia de la muerte de Veza –ocurrida en 1963–, pero dio a la imprenta el libro de viajes Las voces de Marrakesch (1968); El otro proceso de Kafka (1969), sobre la correspondencia del autor de La metamorfosis con Felice Bauer; El testigo oidor. Cincuenta caracteres (1974); La conciencia de las palabras (1975); y dos volúmenes de su autobiografía: La lengua salvada (1977), que comprende sus memorias de infancia, y La antorcha al oído (1980), el relato de sus años de adolescencia, todos ellos recogidos en el volumen Historia de una vida (2003).

El 14 de agosto de 1994 Canetti fallece en Zúrich, en la casa que había compartido con su segunda esposa, la historiadora de arte Hera Buschor –quien fallecería en 1988–, y su hija Johanna. Aunque hacía tiempo que vivía casi retirado de la vida pública, cuando le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 1981, “extremó su aislamiento de los medios de comunicación y se negó a conceder entrevistas”. En los últimos doce años de su vida, además del tercer volumen de su autobiografía El juego de ojos (1985), publicó los libros de aforismos y apuntes El corazón secreto del reloj (1987) y El suplicio de las moscas (1992), que forman parte del género que empezó a cultivar en 1942 como un “alivio mental” al trabajo obsesivo que realizaba con Masa y poder, constituyendo un “cúmulo de anotaciones breves” reunidas a partir de La provincia del hombre (1973) – que el biógrafo Sven Hanuschek ha denominado “el macizo central” de su obra, y de los que han aparecido varios tomos de manera póstuma. El cuarto volumen de su autobiografía fue publicado con el título de Fiesta bajo las bombas (2003) y sus Diarios, a petición expresa del autor, podrán ser editados hasta 2024, con lo que seguirá ardiendo sin ofuscamiento la llama de las obras del escritor a quien Claudio Magris describió en El Danubio como uno de los grandes escritores del siglo XX, “un poeta que intuiría y representaría con excepcional fuerza el delirio de la época, que deslumbra y extravía la visión del mundo”.

La obra publicada por Canetti es escasa, diversa, reflexiva e intimista; de carácter minoritario, nada condescendiente con el lector poco cultivado, y enmarcada en las sinuosas estelas de Kafka y Musil. Entre sus iconos inspiradores se cuentan, entre otros, a Robert Walser, Stendhal y Proust. Fue, ante todo, un “escritor escritor”, no un diletante ni un profesional que anhela “acertar” con una novela y ganarse a un público mayoritario, sino alguien que sabía que la esencia misma de su ser era pura literatura y que sólo entregándose a ella su personalidad adquiriría consistencia y su vida, sentido. Mediante la escritura Canetti se explicaba a sí mismo el mundo, las veleidades y miserias de los seres humanos; y, lo más importante, esgrimiéndola como arma se rebelaba contra la muerte, a la que declaró el más enconado de los odios: «Hay pocas cosas malas que no tuviera que decir del hombre y de la humanidad», escribió. «Y, sin embargo, el orgullo que siento por ellos sigue siendo tan grande que sólo odio verdaderamente una cosa: su enemiga, la muerte».

Concluía Canetti que la tarea del escritor no puede consistir en dejar a la humanidad en brazos de la muerte:

«Consternado, experimentará en mucha gente el creciente poderío de ésta (…) Vivirá de acuerdo a una ley que es suya propia, aunque no haya sido hecha especialmente a su medida, y que dice: No arrojarás a la nada a nadie que se complazca en ella. Solo buscarás la nada para encontrar el camino que te permita eludirla, y mostrarás ese camino a todo el mundo. Perseverarás en la tristeza, no menos que en la desesperación, para aprender cómo sacar de ahí a otras personas, pero no por desprecio a la felicidad, bien sumo que todas las criaturas merecen, aunque se desfiguren y destrocen unas a otras».

Fuente: ExcélsiorEl País

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