¿Habrá alguien que note la alegría que se apodera de mí en este momento? No creo. Para ellos hoy es un día cualquiera, una mañana cualquiera de un día de principios de verano. Han venido a caminar por la orilla, a hacer gimnasia, a darse un baño. Nada extraordinario en esta playa urbana. Nada extraordinario… para ellos. Porque para mí se trata de algo absolutamente maravilloso y casi fuera de la realidad. Sentir cómo este cuerpo -este maltrecho cuerpo que tantos disgustos me ha dado últimamente- se estremece, se acostumbra y se relaja al entrar en el agua. Es tanta la emoción que siento... Me resulta difícil controlar este ligero temblor y esas lágrimas que luchan por salir y mezclarse con un agua tan salada como ellas. Lágrimas de alegría, de alivio, ante esta pequeña tregua que el destino me ha regalado. Me sumerjo y me confundo con este líquido elemento que me acoge y me acepta como lo hizo aquel otro en el vientre de mi madre. Regreso al principio, al origen. Que no acabe este momento. Intento prolongarlo, pero mis pulmones empiezan a resistirse. No quiero que nada lo estropee. Voy a subir. Aspiro el aire con fuerza y me quedo en la superficie jugando con las olas, contemplando el cielo cubierto de nubes que me saludan cómplices y me hacen saber que no me han olvidado. Dejo mi mente en blanco y noto cómo las gotitas me resbalan por la cara e intensifican la sensación de bienestar que me invade. Ha pasado un buen rato y debo salir ya. Mañana será otro día. ¿Mañana? ¿Habrá un mañana para mí? Según el médico he ido ganando batallas, pero no la guerra que continúa implacable e invencible por el momento. ¿Seré yo la próxima víctima? Espero que no. Cada vez que llamo a mis compañeras de quimio y me responde un familiar, un frío me recorre la espina dorsal y acelera el ritmo de mi corazón. Demasiadas bajas. Demasiadas víctimas propiciatorias en un sacrificio que cada día pide más. Hay que tener cuidado. El monstruo no se sacia. Siempre está al acecho.
#SueñosdeGloria