En un plano hacia el final de Elle -Globo de Oro a la mejor película en lengua no inglesa- unos trabajadores pintan una pared de color amarillo y le preguntan a la protagonista, Michèle Leblanc, si le gusta dicho color. Ella responde que sí y la escena pasa como si nada. Pero la tonalidad elegida podría querer decir que el director, Paul Verhoeven, ha abordado esta película como si se tratase de un giallo, subgénero cinematográfico italiano, pariente del thriller y padre natural del slasher. No sé si la referencia al amarillo es deliberada, pero este film -uno de los mejores de 2016- tiene sin duda elementos de las historias de Dario Argento, Sergio Martino y Lucio Fulci. Como en el giallo, Michèle es acosada por un misterioso hombre que cubre su rostro con un pasamontañas, aunque en este caso no se trate de un asesino en serie, sino de un violador. Claro que, la propia Michèle, es hija de un asesino múltiple, por lo que el tema de la muerte está presente en esta historia. El otro gran tema es, por supuesto, el sexo. La tensión entre el amor y la muerte, Eros y Tánatos, es siempre el subtexto en esas películas italianas sobre crímenes de los años 60 y 70 -también su principal reclamo- como también lo es aquí, en Elle. La protagonista establece relaciones de amor/odio con todos los personajes que la rodean. Sin excepción, todos están unidos sentimentalmente a ella, dependen de ella, pero también serían capaces de agredirla de alguna forma. Michéle solo podía haber sido interpretada por Isabelle Huppert -ganadora de un Globo de Oro y nominada a un Oscar- una actriz que ha servido a Michael Haneke en La pianista (2001) o en Amor (2012) y cuya interpretación esconde el principal misterio del film. Michéle es amada y odiada por su exmarido, por su amante, por su mejor amiga, por su hijo y por su nuera, por los trabajadores de su empresa, por sus vecinos, por su madre -por el amante de esta- y finalmente por su padre. Este elenco de personajes, digno de Diez negritos (1939), nos obliga a sospechar que cualquiera de ellos podría ser el violador enmascarado. El giallo también suele ser un whodunit. Pero lo más llamativo de Elle es que este vehículo genérico sirve para contar una historia nada complaciente sobre una mujer violada, que seguramente escandalizará a más de una feminista despistada. Esta reflexión lleva necesariamente a pensar en Paul Verhoeven como autor. El holandés aborda los géneros poniéndose la bandera de cada país en el que le dan trabajo: Elle pasa por una película "de cine francés". El director tuvo su época de oro en Hollywood, en la que hizo un actioner de ciencia ficción con envoltorio fascista como Robocop (1987) que ahora es todo un clásico y que esconde un mensaje anticapitalista, operación repetida en la maravillosa Starship Troopers (1997) en la que se mofa del militarismo y el intervencionismo estadounidense. Verhoeven siempre ha tenido un soterrado sentido del humor, que es lo mejor de su cine, y que me hace pensar que todas sus obras tienen una lectura paródica. Creo que engañó a millones con Instinto básico (1992) -recaudó 117.727.224 dólares en taquilla- pero la broma no le salió igual de bien en su fracaso más sonado, Showgirls (1995). Ese sentido del humor, unido a una visión descarnada del sexo y a un uso exacerbado de la violencia, hacen evidente que la principal intención del cine de Verhoeven es provocar. Y con Elle, desde luego, lo consigue.