Nadie nunca se amedrentaría en su presencia y casi no repararían en él.
En 1962, "L'oeil du malin" constata que ese paso adelante en la estilización y la pesadilla dado por Charles Laughton, caminaba en realidad hacia el pasado porque se centraba en hasta dónde y cuánto era capaz de exprimir sus fuerzas y obsesiones el protagonista, convencido de estar guiado por una superioridad.
Claude Chabrol se sirve en cambio, como Buñuel, del más inofensivo de los elementos, el pensamiento de Albin, dominado por una de sus debilidades, la envidia - ni de sus encantos ni de sus insospechadas posibilidades hace uso - para concebir un film monstruoso.
Llegar a escribir tan bien y tan bien pagado como su anfitrión (gran idea que lo interprete el inolvidable Chandra del díptico indio de Fritz Lang), tener una bonita mujer como él, no tener que mirar el reloj más que para constatar que se ha hecho demasiado tarde mientras se perdía dulcemente el tiempo...
No le parece a Albin que sea para tanto su sueño y que tiene derecho a que se haga realidad porque cree que no consiste en otra cosa que convertirse en uno de esos burgueses de los que suele hablar en sus rutinarios artículos como si fuesen parte del paisaje del primer mundo.
Por supuesto desconoce y no le importa lo que debe lucharse para conseguir cualquier cosa, cuántas veces se ha de estar al filo de despeñarse para poder acceder a alguna clase de grandeza, pues sólo es capaz de entender de "golpes de fortuna".
Chabrol no escenifica esa "venganza" como lo hicieron tantos otros films con el arribismo o la usurpación como característica común, por dos buenas razones.
En primer lugar porque Albin no sabe cómo conseguir su objetivo.
No muchos años (sólo dos), pero sí bastante distancia la separa de la exitosa "Plein soleil" de René Clement, estructurada partiendo de un encargo, sin el elemento azaroso y absurdo que rige "L'oeil du malin".
La engañosa (porque siempre asociamos ese recurso a la verdad, a la precisión) voz en off se limita a narrar desde su punto de vista cuanto pasa, sobre todo por su cabeza y sólo se adelanta un poco, unas horas a lo sumo, a los acontecimientos. Un acierto no narrar en flashback por tanto, porque afila las dudas de cada una de sus decisiones.
Además, esa voz en off elimina barreras idiomáticas, apareciendo cuando la comunicación se vuelve impracticable, lo cual permite a Chabrol despreciar un tema que no le interesa resaltar como es el del choque cultural entre alemanes y franceses.
Por otra parte, la intromisión en la intimidad de esa pareja perfecta, que en realidad no lo es (alcohol, infidelidades... aunque el joven Mercier no lo sabe a priori) viene ya condicionada por las nuevas relaciones de pareja y familiares que el cine estaba reflejando con normalidad.
Albin los odia porque le parecen perfectos (y sin duda porque quiere ocupar el lugar de él aunque se autoconvenza de que es a ella a quien quiere) y los odiará más cuando descubra que no lo son (se sentirá estafado, quemados sus celos en vano).
Ningún vínculo le parece que quede mancillado si simplemente juega las cartas que le van dando para un juego de apariencias sin reglas que todos tratan de hacer ver que dominan.
Su vileza determinista por destruir es funcionarial y no tiene raíces personales.
"L'oeil du malin" sería un perturbador ejemplo cotidiano de aquello que Hannah Arendt describió como la banalidad del mal si no fuera porque se quiebra infantiloide y patéticamente en sus estertores, tal vez por no poder ampararse en sistema alguno que lo justifique.