elogio de la desmesura

Publicado el 06 junio 2013 por Libretachatarra

EL GRAN GATSBY
data: http://www.imdb.com/title/tt1343092
OK. Puedo aceptar que la versión de Baz Luhrmann padezca del pecado de desmesura. Pero (deben concederme) que en tiempos de tantos “profesionales” del cine, tanta corrección rutinaria a la orden del día, tanto ascetismo pensado para el lauro festivalero, la desmesura de Luhrmann no puede ser más que bienvenida. Esta versión de “El Gran Gatsby” no es perfecta. Desde ya. Tiene desniveles. Errores profundos de casting (léase Tobey Maguire). Cierto manejo desparejo de los tiempos. Pero hay tanta voluntad de su director en asombrarnos, en dejarnos atontados por los fuegos artificiales que retratan una época de confusión que no podemos más que aplaudirlo. No es la gran película, está claro. Pero tampoco es la película fallida en la que se cebó parte de la crítica. Así que, con estas prevenciones, es una versión que merece verse y que aporta algunas reflexiones interesantes.

La necesidad dramática de Jay Gatsby es ganarle al pasado. Tarea titánica (e imposible, queda claro). El hombre que se armó una fortuna para borrar su origen y recuperar el amor de una mujer. No sabe que su lucha está condenada al fracaso. Y eso torna heroica su faena. Es imposible porque no se puede volver al pasado, porque ya no somos los mismos y porque, principalmente, los otros no lo son. Si hay algo más poético que su lucha vana es su creencia de que puede lograrlo, que él es más fuerte que el tiempo y las trampas del Universo. La metáfora visual es el rayo verde que alumbra cada noche desde el muelle de Daisy y que Gatsby observa preso de su objeto de deseo.

El filme se divide estéticamente en dos partes. Una, la descripción histérica, vertiginosa, enérgica de la Nueva York de los ’20, el desenfreno en fiestas colosales, repleta de desconocidos, donde todo se fuerza, hasta la exteriorización de la alegría. En esos momentos donde Luhrmann se desborda, donde cada plano está atiborrado de capas, de elementos, de ostentación. La película, en esos momentos, marea. La cámara deja de ser cómplice del espectador para ser su enemigo. Se entrega de lleno en brazos del kitsch.
Luego, con el reencuentro de Daisy y Gatsby, la película se estabiliza. Los planos se vuelven normales. Y el vértigo, apocopado, amaina. Pero la trama deriva al melodrama y se resiente, afloja en esos tramos finales.

Hay un gran inconveniente en esta versión de “El Gran Gatsby” y es quién lo cuenta. No por el personaje, Nick Carraway. (Incomprensible porqué tiene que contarlo desde una consulta siquiátrica). Sino por el actor, Tobey Maguire. Tobey Maguire es una piedra colgada al cuello de cada escena. No hay manera de recuperar sus primeros planos marcados por una sonrisa totalmente desubicada en relación con la naturaleza de su personaje. Nick Carraway debe ser el testigo inocente que ve el derrumbe de un ídolo, en su primera incursión de inspección sobre los grados que puede alcanzar la infamia en el mundo. En su lugar, tenemos a un tipo que sonríe tontamente y proclama líneas de diálogo en la pantalla, sin la menor convicción. No hay manera de recuperar eso. Ni siquiera con dos actores como Carey Mulligan y Leonardo DiCaprio. Es demasiado handicap para dar. Y es la verdadera falla de Luhrmann: la elección de un mal actor en un papel clave.

DiCaprio repite los tics de “El aviador”. Sin ser malo, lo suyo es apenas correcto. No termina de ponerse en la piel de Gatsby. (No puedo dejar de recordar, al ver al Gatsby de DiCaprio, el antecedente de Robert Redford; confieso que casi ni recuerdo esa versión, vista hace tanto tiempo. Pero la imagen de Redford, en un traje claro, es más potente en las penumbras de mi memoria que este Gatsby mediato de DiCaprio).

El contraste entre el mundo del lujo neoyorquino apoyado en la brutalización del proletariado es uno de los esbozos mejores logrados del filme. La coexistencia de ambos mundos se da por la ruta y el automóvil. El suburbio como pila de desechos: materiales y humanos. El contraste entre el exotismo de uno y los rudimentos del otro. El cartel de la óptica como el Dios derruido que todo lo ve. Y la sensación de que la histeria que se advierte en los festejos estivales de la clase alta revela la íntima comprensión negada de que la crisis se avecina y que nada puede detenerla. Es imposible perpetuar esa condición: pero todos siguen apurando el vaso, atragantándose, derramando el licor sobre sus respectivos mentones, antes que se termine la temporada de jolgorio. Ya llegará el otoño y sólo quedará recoger los restos del destrozo. Pero eso será en otoño. Y sólo si estamos vivos al final de la estación.
Mañana, las mejores frases.