Cierta convalencia me ha obligado a parar y a leer sin prisas. El descubrimiento de Doctor Zhivago en posición horizontal me ha hecho volver a los placeres iniciales de la lectura. Los bosques rusos, el deshielo, la forma de narrar elusiva, sin bucles innecesarios, con esa elegancia elíptica, me han llevado por momentos a renegar del cine, considerando la simpleza a la que quedó reducida esta extraordinaria novela. El impuso épico, el que nace de la ética de los perdedores, de los que resisten, de los que están fuera de los que es el mundo. Pasternak compone un monumento más inmortal que la propia revolución. El hombre -inmerso en una naturaleza omnipresente- buscando su propio camino en medio del caos de la historia. La lectura como terapia, la vuelta a la lentitud de la palabra desvelada en la propia imaginación, sin intermediarios interpuestos. El cine acaba representando, en este caso, una reducción pueril, una simplificación ofensiva, por mucha Julie Christie y Omar Sharif y a pesar del talento de David Lean.