Hace muchos años, todavía universitaria, con el dinero justo para hacerme socia de la biblioteca pero no para comprar libros, leí (en la bendita biblioteca) No leer de Alejando Zambra. Sí, estoy enamorada de ese libro y siempre en la vida hay algo que me remonta a sus páginas. En ese libro había una crónica que se titulaba Elogio de la fotocopia en la que Alejandro relata lo maravilloso que fue para él poder acceder por unos cuantos pesos a libros que de otro modo no habría podido conseguir. Esas fotocopias ocupan un lugar especial, cuenta Alejandro, incluso hoy cuando tiene una biblioteca con ediciones originales, porque nada le hará olvidar aquellos días en que esas páginas fotocopiadas y rayadas con apuntes le ayudaron a seguir en la literatura. Recordar esta crónica me impulsó a escribir una serie de elogios dedicados a aquellos pequeños milagros de la era tecnológica que no siempre apreciamos por considerarlos obvios. Empezaremos esta serie de elogios con una especial dedicación al PDF.
Quizás muchos dirán “nada mejor que leer en papel” y apelarán a toda clase de argumentos cursis y romanticones (con los cuales estaré totalmente de acuerdo) para explicar por qué papel y no pantalla. Sin embargo, tengo que confesar que existe una cantidad maravillosa de libros que jamás habría leído a tiempo de no ser por el PDF. Es que los milagros son escasos en mi país y las bibliotecas no duran más de un año abiertas, siempre fracasa el proyecto. Casi lloré cuando regresé un día a la biblioteca y en su lugar había un local de comida rápida. Todo eso sumado a que, para comprar libros, muchas veces tengo que dejar de comprar pan y desayunar solo galletas de agua con mantequilla por un mes. Es que en este país todo es demasiado caro, hasta el pan. Por otro lado, si leyera solamente los libros que compro, entonces leería una vez cada tres o cuatro meses. Es una verdadera tragedia.
Lo cierto es que así como los estudiantes en los 80 y 90 se prestaban las fotocopias subrayadas con desatacador fosforescente, hoy en día los cibernautas vamos por la vida compartiendo toda clase de joyitas en formato PDF con nuestros amigos. Hemos leído lo que jamás habríamos podido leer en otras circunstancias, es decir, si hubiésemos tenido que pagar por cada descarga. Incluso, en una época en que no tenía internet porque no me alcanzaba para tanto lujo, contaba con el apoyo incondicional de un gran compañero, de esos que siempre llegan para hacerte la vida más amigable en la adversidad, quien descargaba una lista mensual de libros y me los pasaba en un viejo pendrive para que yo le diera la única utilidad posible a un computador sin internet: ocuparlo para leer.
Debemos ser sinceros al reconocer que todo lector agradece más, mucho más un libro en papel que en digital, pero también tenemos que ser justos y agradecer el privilegio de ser hijos de la tecnología. A mí me cuesta encontrar libros, pero no podría quejarme porque conozco la historia de mi abuela, por ejemplo, lectora desde los 5 años, quien nació en una casa de campo alejada del mundo y nunca tuvo un solo libro. Tenía que caminar kilómetros para conseguirlos en la escuela pública o en la casa de un vecino. A mí sólo me basta teclear un par de letras y cruzar los dedos para que mi título esté disponible para descarga gratuita.
Al igual que muchos lectores románticos, yo también sueño con tener una biblioteca de suelo a techo, de pared a pared, donde ir a sentarme y acariciar todos mis libros hasta decidir cuál leer y sentarme al fin a tomar té en compañía de mi escritor favorito, pasarme ahí toda la mañana, el día, la vida si es posible. Pero no tengo siquiera casa, así que por ahora, me limito a agradecer el milagro del PDF.
Por Cristal