Elogio y refutación de la pereza

Por Calvodemora

La pereza es una bruma confortable. Uno se declara un poco Bartleby y cancela toda posibilidad de abordar una empresa. La rehúsa, se inhibe, manifiesta no ser involucrado, no hacerse ver. Lo expresa con el mayor tacto posible, pero prefiere no hacer nada, no entregarse a nada, no sentir que los demás esperan algo de uno mismo. Se dedica a asuntos mínimos, de escasa o nula nombradía, de los que afectan a todo el mundo y de los que nadie habla con el orgullo y la afectación que se aplica a los asuntos de más calado. 
El verano no entiende de calados. Tampoco de honduras. En la superficie, al ras de las cosas, se vive bien. Ha habido tiempo y habrá para la prospección habitual. Quisiera uno pasar desapercibido. Quizá no desapercibido del todo, pero retirado de la rutina, a salvo del vértigo y de la fiebre con la que se manejan los días en ocasiones, conmovido por la pereza, obligado a contarle los secretos, afincado en su territorio pequeño, de susurros, de palabras que apenas se izan en el aire, caen y pierden una parte de lo que desean revelar. 
El verano, el que ya tengo aquí, recién comenzadas las vacaciones, rondando la ventana, quemando la acera, matrimonia bien con la pereza. O al revés. En esa querencia de cosas que ensamblan bien, yo escribo. No me sale nada que me exija mucho. Nada que me ocupe mucho. Está el texto, un poco traído sin gana, como comido también de pereza. Se levanta uno y se sienta delante del editor y discurre sobre lo primero que se le ocurre. No hay mucho de lo que hablar y, al tiempo, están disponibles todas las cosas de las que se puede decir algo. 
Por otro lado, el perezoso no puede serlo a tiempo completo. Tampoco el estajanovista del movimiento puede estar todo el día arriba y abajo, quedando aquí y allá, ocupado en cien menesteres y de vuelta de ellos para idear cien más. El sábado de hoy, sin ir más lejos, ha sido de una pereza conmovedora. Creo que no he hecho nada salvo comer, beber y sestear. Antes y después de esas nobles actividades he acometido otras, pero son las habituales, las que no pueden sustraerse del tráfago diario, ustedes pueden entenderme. A estas horas, entrando ya la noche por la ventana, pienso en la inconveniencia de que mañana se repita a modo de bucle la inacción de hoy. Podría ser inconveniente, me podría marcar, podría pillarle hasta gusto. 
Acabar el trabajo, saber que su regreso está todavía lejos, tiene sus riesgos. Hay que inventar una vida distinta a la que se tuve mientras se realizaba. Podemos levantarnos más tarde y acostarnos mucho más tarde también. Podemos salir a las terrazas de noche y no pensar en que el exceso (alguno de los que tibiamente me aplico) me cobrará un peaje y, caso de que tenga que abonárselo, saber que no dolerá, ni nos perjudicará en algún otro orden de la vida. Puedes (pongo por caso) trasnochar en casa leyendo todos los cuentos de Carver o ver algo de la época alemana de Fritz Lang o escuchar blues de Chicago mientras pones en orden la habitación de los libros hasta que te cubre el cansancio y, sin mirar el reloj, te refugias en el sueño. 
Anoche tuve un sueño en el que no pasaba nada relevante; ni siquiera hubo una de esas imágenes poderosas con la que empiezas el día. Ya se sabe que los sueños son el territorio en donde hacemos lo que no podemos o lo que no nos permitimos. He notado que, a medida que entra en mi conciencia la idea de que el trabajo terminó, los sueños son menos intensos. Incluso la escritura es menos intensa también. Hasta las lecturas han cambiado. Se diría que estoy en uno de esos periodos de reconciliación en los que todo te parece bien y nada te afecta más de lo conveniente. Imagino que pasó igual el año pasado o hace cinco o pasará el próximo. Nada grave, nada que inquieta, nada que deba hacerme sentir ni mejor ni peor. Ya digo que uno abre el editor del blog y se pone a escribir y no tiene casi nunca idea clara de lo que acaba vertiendo. No sé si el lector, al cerrar el blog, también tiene esa zozobra y no sabe a ciencia cierta a qué entro y qué ha podido sacar en claro de todo lo que he contado. Tal vez nada. Como si diese pereza entrar más adentro o no tuviese interés alguno. Todo es correcto, todo está bien.