“Elric de Melniboné” (1961) Michael Moorcock

Publicado el 30 mayo 2014 por Nadacomercial @nadacomercial

La serie de novelas del Campeón Eterno escritas por el británico Michael Moorcock viene formando parte del canon de la fantasía desde hace ya medio siglo. La idea básica que subyace en ese amplio ciclo literario es la de tomar al mismo héroe protagonista y situarlo en diferentes momentos del tiempo o diferentes mundos, lo que se conoce como Multiverso. Son siempre héroes atormentados, encadenados a un arma sobrenatural y condenados a luchar en uno de los dos bandos enfrentados en el gran Conflicto Cósmico que libran el Orden y el Caos (no necesariamente equivalentes al Bien y el Mal). De todas esas encarnaciones (Jerry Cornelius, Corum, Erekosë, Hawkmoon…), la que más ha calado entre los aficionados es la del guerrero-brujo Elric y su maléfica espada bebedora de almas.

La primera aparición de Elric tuvo lugar en la historia “La Ciudad del Sueño”, publicada en “Science Fantasy” en 1961. Aunque resulte sorprendente para los lectores más jóvenes, en aquellos años apenas se publicaban libros de fantasía y las historias del género aparecían incluidas en revistas especializadas en esa temática. Así, la novela “Elric de Melniboné”, la primera de la serie, no apareció en forma de libro hasta 1972. En 1977, todos los relatos de Elric publicados hasta entonces fueron reordenados, agrupados y publicados como seis volúmenes (novelas o antologías de relatos) conformando el ciclo básico del personaje:

1. Elric of Melniboné

2. Marinero de los Mares del Destino

3. El Misterio del Lobo Blanco

4. La Torre Evanescente

5. La Maldición de la Espada Negra

6. Portadora de Tormentas

En esa cronología se insertarían años después otras novelas escritas posteriormente: “La Fortaleza de la Perla” y “La Venganza de la Rosa”.

Es de destacar que las novelas de Elric tienen la mitad de páginas que cualquier novela ordinaria de fantasía moderna. Pero no necesitan más. Moorcock despliega una buena dosis de inventiva a medida que acompaña al lector de una aventura a la siguiente, encontrándose con brujos devoradores de mundos cuyos cuerpos son enormes mansiones, héroes de diferentes universos y tiempos combatiendo juntos, espadas vivas, ladrones y mercaderes de sueños, bosques de árboles cristalinos o seres tan extraños como J´osui C´reln, la Criatura Condenada a Vivir.

En el ciclo inicial de la saga, compuesto por las tres primeras novelas, se nos presenta a Elric VIII, heredero del Trono de Rubí de Melniboné. Su extraña apariencia (albino, ojos escarlata, cuerpo delgado y aspecto enfermizo) y carácter más proclive al estudio que a la guerra, le hacen víctima de un complot a raíz del cual es destronado y obligado a marchar al exilio. Recurrirá a sus amigos y aliados para engañar a la muerte y emprenderá un viaje cuyo final será cobrarse la venganza y recobrar a su amada Cymoril.

¿A quién no le resulta familiar esta trama? No es de extrañar, pues abunda en tópicos del género, como el del rey exiliado o la dama en apuros a la que el héroe debe rescatar. Pero si algo no se puede decir de Moorcock es que sea convencional y la saga de Elric no se limita a presentar una mera sucesión de aventuras al estilo de las de Conan, sino que, entrelazada con la abundante –y sangrienta- acción, se desarrolla una atormentada lucha interior, reflejo de un conflicto de escala cósmica entre el Caos y el Orden, al tiempo que se propone una reflexión sobre el concepto de Destino y su contraposición con el libre albedrío. En esta línea, “Elric” abunda en profecías, sospechas, acusaciones y declaraciones que apuntan a que el protagonista y sus antagonistas son meros peones de unos dioses tan ociosos como vengativos. Pero ni siquiera eso es tan simple y el mismo protagonista es inusualmente complejo para los estándares de la Fantasía.

Elric es un antihéroe que desciende de un añejo linaje de monarcas increíblemente crueles y egoístas. Su tierra, Melniboné, fue durante diez mil años el más poderoso de todos los reinos, pero desde hace medio siglo se halla sumido en un agudo declive, arrinconado por una raza, la humana, y unas entidades políticas, los Reinos Jóvenes, cada vez más ricos y poderosos. Las fronteras de Melniboné han ido retrocediendo hasta quedar reducidas a las Islas del Dragón, el corazón del antiguo imperio en el que se levanta la magnífica capital, Imrryr. Sus gentes, refinadas y crueles, han caído en un decadente y autocomplaciente estado semionírico.

Quizá un Emperador-Brujo tirano y sediento de poder podría revertir tal tendencia, pero Elric no se ajusta a ese molde. Físicamente endeble hasta el punto de que sólo puede extraer energía de drogas elaboradas mágicamente, erudito y versado en los caminos más arcanos de la magia, su carácter es reflexivo y básicamente moral y se encuentra dividido entre lo que él desea, lo que la historia y la tradición le exigen y lo que se encuentra obligado a hacer en virtud de los tratos a los que ha llegado con el mundo de los espíritus. De hecho, tras el intento de golpe de estado de su ambicioso primo Yyrkoon y la batalla subsiguiente entre una y otra facción, Elric decide no sólo perdonar a su pariente sino confiarle el trono mientras él viaja a los Reinos Jóvenes para aprender el secreto de su progreso y retornar luego a su tierra para ayudarla. Esa reluctancia a ejecutar a su primo, marcarán su destino: su acto de piedad, en lugar de ensalzar las virtudes del héroe, se demostrará un grave error de juicio que atraerá la ruina definitiva sobre Melniboné.

Esa primera aventura incluirá además dos acontecimientos igualmente relevantes en la saga: para derrotar a su primo y recuperar a su amada Cymoril, Elric se verá obligado a solicitar ayuda a uno de los dioses del Caos, Lord Arioch, comprometiéndose a cambio a servirle como su sirviente en el mundo, un trato que lo atormentará el resto de su vida; además, entrará en posesión de Portadora de Tormentas, una espada demoniaca bebedora de almas que no solo le convierte en invencible en combate, sino que le proporciona la energía necesaria para vivir. La espada, tan solo un elemento exótico al principio, adquiere un creciente protagonismo conforme avanza la saga, focalizando la creciente desesperación de Elric hasta convertirse en la pieza central del clímax de todo el ciclo y ejerciendo de nada sutil alegoría de la adicción y la obsesión: “Soy un hombre poseído y sin esta diabólica hoja que llevo, ni siquiera sería un hombre”, dice Elric. Moorcock la convierte en un personaje más, malévolo y a menudo enfrentado a su dueño en una angustiosa relación de codependencia.

En el relato “La Ciudad de los Sueños”, incluido en “El Misterio del Lobo Blanco”, se produce otra inversión radical de un tema clásico de la Fantasía: el noble rey exiliado que sale de las sombras para salvar a sus súbditos. Elric reúne a un codicioso grupo de aliados para que le ayuden a vengarse de la traición de su primo, quien ha aprovechado su ausencia para erigirse en monarca. Pero no estamos aquí ante una especie de “Aragorn” tolkiniano, un rey destronado de insigne carácter que regresa a su tierra para reclamar sus derechos legítimos y gobernar con justicia. No, Elric solo quiere matar a Yyrkoon y rescatar a Cymoril. Del destino de su antaño brillante capital Imrryr y sus habitantes a manos de los violentos saqueadores con los que se ha aliado, nada le importa. Aún peor, les ordena explícitamente que arrasen la ciudad hasta los cimientos, cosa que hacen con gusto. Y cuando llega el momento de huir de los dragones que las agonizantes fuerzas de Melniboné lanzan contra la flota invasora, Elric recurre a la magia para abandonar a sus asociados a una terrible suerte. Su misma amada, Cymoril, muere atravesada por Portadora de Tormentas. Incluso para un lector moderno, la oscuridad de esta historia resulta desalentadora. La pérdida de Elric es casi total y todo lo que le queda es una espada maldita de la que acaba dependiendo física y mentalmente.

Hoy el género de la Fantasía ha crecido y evolucionado enormemente, ofreciendo una amplia variedad de historias y personajes, desde lo abiertamente optimista a lo más deprimente y oscuro. Es más, esta última tendencia parece hoy la predominante. Incluso héroes antaño luminosos como Superman o Batman se sumergen ahora en orgías de destrucción urbana y autoinmolación aun cuando su propósito sea salvar a la Humanidad. Muchos espectadores, lectores y críticos están no sólo acostumbrados, sino hastiados de estas siniestras visiones de lo heroico. Pero cuando Moorcock creó a su héroe albino no era ese ni mucho menos el panorama editorial. No sólo creó un personaje de corte novedoso en el ámbito de la Fantasía que distaba de ser unidimensional, sino que tomó líneas generales bien establecidas en el género para, a continuación, retorcerlas y desviarlas en direcciones en absoluto comunes entonces. Elric se equivocaba en sus decisiones, se transformaba en un héroe atormentado por sus actos y toda su saga quedaba impregnada de un fatalismo y una melancolía que desembocaba en un final no completamente inesperado pero sí inédito en el género.

Habiéndolo perdido todo, Elric se ganará la vida como reputado mercenario en los Reinos Jóvenes, donde conocerá a Moonglum de Elwher, que se convertirá en su compañero de aventuras hasta el final de la saga y cuyo imperturbable buen humor sirve para equilibrar la melancolía y amargura de Elric y permitirle expresar su lucha interior. Los personajes que vayan encontrando en el curso de sus aventuras valdrán además para poner de manifiesto la maldición que pesa sobre el protagonista, una maldición cuyos efectos se extienden a quienes le rodean. Efectivamente, Moorcock no tiene miedo de matar personajes, incluso aquellos de naturaleza benévola y generosa, si ello tiene sentido en el contexto de la historia. El mundo en el que vive Elric es duro, despiadado, un campo de batalla para dioses enfrentados. La caprichosa mano del Destino podría estar controlándolo todo y sirviéndose de Elric como peón… aunque al mismo tiempo se dejen pistas de todo lo contrario.

La primera parte de las aventuras de Elric son claramente obra de un hombre joven que -según el propio Moorcock admitió-, se hallaba traumatizado por una dramática e inconclusa historia sentimental, escribiendo frenéticamente material mediocre y gastando su dinero en alcohol en el que ahogar sus penas. Sí, hay angustia, furia y amargura, pero también un sólido armazón intelectual y literario.

Junto a la melancolía que recorre toda la saga de Elric, los otros dos elementos que la separan de la fantasía heroica clásica son su refinado sentido de la ironía y un humor negro rayano en lo bizarro. Valgan tres ejemplos: un espejo mágico que borra los recuerdos de aquellos que se miran en él y vomita miles de años de memorias al romperse, sumiendo en la locura a todos los que se encuentran cerca; la horrible bestia mutante que en los estertores de la muerte, grita un nombre, “Frank”, que bien podría ser el suyo… pero también el de otro de los personajes del Multiverso de Moorcock, concretamente uno de las novelas de Jerry Cornelius; o el freudiano fragmento en el que Elric busca a Portadora de Tormentas arrastrándose por un carnoso y pulsante pasadizo.

Todos esos elementos originales se mezclan, como he indicado más arriba, con otros ya tópicos de la fantasía. El malvado Yyrkoon tiene las facciones oscuras en contraposición a la blancura de Elric; Cymoril, aunque no carente de poder mágico y valor personal, se comporta como la típica damisela en apuros a la que el protagonista debe liberar; el propio Elric, a pesar de su peculiar sentido de la moralidad, su predisposición a aliarse con demonios y su desprecio por la vida ajena, no es en sus inicios el despiadado y amargado antihéroe en el que se convertirá más adelante.

El final de la saga del albino fue, curiosamente, una de las primeras historias escritas por Moorcock sobre el personaje, serializada en cuatro capítulos en 1964. En aquel momento, “Science Fantasy”, la revista que venía editando los relatos de Elric, estaba a punto de cerrar, por lo que el escritor decidió que era el momento ideal para clausurar la serie de forma tan audaz como espectacular, revelando en el Apocalipsis final que Elric, efectivamente, tenía un destino, pero en absoluto como salvador del mundo –como suele ser la norma en las novelas de fantasía- , sino todo lo contrario.

Los excesos existencialistas de carácter siniestro en que incurrió Moorcock en sus relatos de Elric de los sesenta resultan algo indigestos hoy. Posteriormente, dejó de lado a su guerrero albino y se centró en otros habitantes de su amplio Multiverso, como Jerry Cornelius o Corum. Sin embargo, sus libros de Elric seguían siendo tan populares que su editor le presionó para que lo retomara, aun cuando la saga había llegado a un definitivo punto y final con “Portadoras de Tormentas”. Así, los libros escritos en años posteriores, como “La Venganza de la Rosa”, se insertaron cronológicamente en los resquicios dejados entre las novelas originales.

En esta segunda etapa se pueden identificar los cambios que había experimentado en su vida el propio autor. Formalmente, su prosa es más elaborada y elegante; temáticamente, de lo trágico se pasó a lo irónico, de lo ampulosamente trascendente a lo cínico, y se puso el espíritu aventurero en el lugar central, permitiéndose un tono más ligero, incluso humorístico en ocasiones. Asimismo, como consecuencia de la “educación en feminismo” del propio escritor, las mujeres que cruzan sus caminos con Elric dejan de ser meros catalizadores de la acción o premios a conseguir –el protagonista tiene un extraño e inexplicable atractivo erótico para todas las mujeres que encuentra-, para participar activamente en las historias en plano de igualdad con el melniboneano. Este nuevo enfoque no gozó del aplauso unánime de los aficionados. Algunos se quejaron de que Moorcock hubiera abandonado la línea establecida en la primera etapa, mientras que otros consideraron estos libros como los mejores de todo el ciclo.

Hay obras a las que es conveniente llegar en determinados momentos de la vida. “Las Crónicas de Narnia”, por ejemplo, se disfrutarán más antes de que uno madure lo suficiente como para detectar las alegorías religiosas y el rancio sexismo de C.S.Lewis. En el caso de “Elric”, ese momento quizá sea la adolescencia, cuando uno aún puede digerir sin hastío su extraña combinación de aventura, afectada tragedia y omnipresente melancolía. Es probable que un adulto con cierta carga literaria y cinematográfica a sus espaldas encuentre desagradable este héroe que parece recrearse en su desgracia hasta rozar la autoparodia. En el mejor de los casos, Elric es un personaje que despierta en el lector sentimientos encontrados de fascinación y repulsa.

Moorcock supo hacer evolucionar y crecer a su criatura desde sus modestos orígenes pulp al arquetipo de héroe condenado que no sólo constituiría la espina dorsal de su Multiverso, sino modelo para una legión de otros personajes cortados por el mismo patrón. La larga sombra del guerrero albino se proyecta sobre cada obra fantástica protagonizada por un héroe masculino atormentado que se abre paso por un mundo que ni soporta ni comprende, víctima del destino o de sus propios actos y condenado a diseminar la desgracia entre amigos y enemigos. No se puede culpar a Moorcock por haber inaugurado una corriente dentro de la Fantasía que ha alcanzado considerables cotas de tedio, de la misma forma que Tolkien no es responsable de todas las imitaciones de su Tierra Media pergeñadas por autores menos dotados que él.

Igual que frecuentemente sucede con los creadores de arquetipos perdurables, lo que realmente mantiene la vigencia en Elric es su energía fresca y violenta y la arrolladora y morbosa imaginación de su autor.

 Artículo original de Un universo de Ciencia Ficción