Elvira
Autor: Rubén AnguloEditorial: Lord JimISBN: 9788494448102Páginas: 107
SinopsisUn hombre sepultado bajo un montón de palés en el sótano de un psiquiátrico se debate furiosamente entre la vida y la muerte. Dolor, arrepentimiento, culpa, ¿locura o cordura? (Sinopsis de la editorial)
Reseña de Rustis
Hace aproximadamente un año traje a este blog mi personal lectura del primer libro publicado por Rubén Angulo, La escrituranecesaria. Comenté entonces que el autor me parecía un diamante en bruto que seguramente iría, poco a poco, dando mucho que hablar. No sé si lo podrá conseguir con esta nueva obra, Elvira, en tanto dependerá en buena medida de la capacidad de difusión de su editorial; aun así, insistiré aquí en el buen paso que está adoptando Angulo, que me confirma en esta pequeña historia lo que ya desde un principio aprecié.
Elvira es una novela corta; tan breve, que casi podríamos decir más bien que se trata de un relato. De hecho, el propio aliento narrativo con que se estructura me confirma esta cercanía con el cuento. Un inicio sorprendente, instalado en el cruce entre la sorpresa y el misterio. Un desarrollo que, aun sin resultar apresurado, va estrictamente a contar lo necesario, sin adornos ni excesos. El lenguaje del autor vuelve a ser en esta obra muy medido, muy pensado, con un estilo sobrio y de apariencia natural, pero que encierra un inmenso trabajo. Y un final abierto, que permite entrar al lector en el juego narrativo en busca de su propia interpretación. Soy asidua lectora de relato corto, y aunque Elvira puede exceder en cierto modo la extensión habitual de este género, las sensaciones que el autor ha buscado generar con su historia me colocan en una posición como receptora muy similar a la que establezco cuando me acerco a una antología de cuentos.
Un funcionario cuyo nombre desconocemos narra en primera persona las extrañas circunstancias vividas en el pasado -el cual tampoco se detalla cronológicamente-, cuando despertó tumbado en el suelo y aplastado por una pila de palés que apenas le permiten moverse. Entre la angustia y el dolor, su voz narrativa irá dejándonos entrever las razones por las que se encuentra en semejante situación aunque, constantemente, la duda se instalará en la mente del lector: ¿es cierto lo que cuenta? ¿Está loco el protagonista? ¿Está soñando? Y, sobre todo, ¿qué papel tiene Elvira en todo esto? Aunque la figura de este funcionario desconocido aparece como fuente de la historia, el protagonismo recae, sin embargo, sobre la figura femenina que da título a la obra. Elvira, una jefa extraña, voluble, malhumorada y de carácter insoportable, una maltratadora piscológica, tóxica. Esta mujer, a la que solamente conocemos a través de las palabras de su subordinado, se presenta en el juego narrativo de Rubén Angulo como la verdadera razón que da paso a la historia. Principalmente, porque desde el inicio recae sobre ella la culpa de que este hombre se encuentre prácticamente enterrado bajo un peso infame; pero también porque, sin su presencia, directa o indirecta, las variaciones sentimentales de la voz narrativa carecerían de fundamento. Me recuerda -sálvense las distancias- al poder que el personaje de Pepe el Romano adquiere en la obra La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca. Estamos ante una figura que representa el amor, el sexo, incluso la locura, pero que no aparece en ningún momento de manera completa en las páginas. Se reduce a alusiones, relatos en pasado, sospechas y, en todo caso, a la visión de quien verdaderamente cuenta la historia. Y, sin embargo, sin esa pieza el cuerpo de la obra carece de sustento.
Rubén Angulo
El sustrato «teatral» de este libro no solamente se me viene a la cabeza a través del recuerdo de esa figura lorquiana catalizadora de la acción dramática; en Elvira, Rubén Angulo construye una historia en la que los espacios -el espacio, en singular, más bien-, resulta imprescindible. Incluso, la adaptación a la escena sería relativamente sencilla. La silueta del funcionario aplastado por los palés se recorta en la sala oscura y olvidada de un sótano: el sótano de un psiquiátrico. En este extraño lugar se ubica, temporalmente, el archivo de la Administración en el que el protagonista trabaja. Pero la elección no es baladí: en todo momento, el hecho de ubicarse la acción en un lugar lleno de perturbados mentales juega un papel fundamental en las interpretaciones que el lector hace de la historia. Aunque el funcionario insiste en varias ocasiones en que el archivo se sitúa fuera del espacio en que los locos se mueven, conscientemente se liberan alusiones constantes a este «manicomio», así como se citan obras situadas en espacios similares (Alguien voló sobre el nido del cuco) o se muestran reflexiones acerca del choque entre la locura y la lucidez. De entre todas ellas, destaca para mí la insistencia de la voz narrativa del funcionario en referirse al carácter cerrado del psiquiátrico, como se espera de un lugar que, según sus propias palabras, «los cuerdos construyen para encerrar sus propios miedos». ¿No es esto lo que Rubén Angulo hace? ¿No está dejando cerradas, entre las paredes de este universo de locos, algunas de sus obsesiones y debates existenciales?
Esa ha sido, al menos, la impresión que la lectura de este relato me ha producido. En cierta manera, la elección de un funcionario como origen de la acción (profesión compartida por el autor real de la historia), también permite sospechar el probable matiz, más o menos grande, de autobiografía que late en estas páginas. Al mismo tiempo, nos encontramos ante la primera propuesta de una nueva editorial, Lord Jim, cuya cabeza principal es el propio Angulo. La factura privada y personal que adquiere este texto es, sin duda, cada vez mayor.
En todo caso, Elvira es un texto afortunado para cualquier lector. No por ello quiero decir que sea una historia para la que esté preparado cualquiera, pues casi diríamos lo contrario: de nuevo, igual que sucedía en La escritura necesaria, se hace patente la llamada de atención hacia un receptor colaborador, acostumbrado a entrar en el juego narrativo para llenar vacíos, sostener intuiciones y elaborar interpretaciones personales. Pero es precisamente la capacidad alusiva y elusiva de Elvira la que convierte en notable esta historia: nada se dice de manera clara.Aun cuando este desgraciado funcionario parece decidirse a contarnos las razones por las que piensa que la culpable de su ridícula situación es la propia Elvira, tendremos que contar con nuestra capacidad interpretativa para llenar de sentido la acción y elaborar una lectura personal. Al tiempo, el final abierto de la obra deja un regusto amargo en nosotros, pues pretendíamos, luchábamos en todo momento por saber la verdad, y nos quedamos nuevamente frente a esa página en blanco que nos invita a posicionarnos. Muchos días después, la lectura sigue en nosotros, y luchamos con las ganas de releer, mientras una cierta voz interior nos recuerda que esto es lo que el autor busca: la implicación, la duda, el choque entre lo real y lo ficticio, entre la duda y la razón, entre la locura y la cordura. Leed si no, al menos, el prólogo que Angulo escribe en este texto, y veréis cómo todo en Elvira, desde su ilustración «naïf» de portada, hasta el final del relato, os colocarán en un mundo de imprecisiones, vaguedades y juegos interpretativos.
¿Quién es Elvira? Os invito a conocerla. Si es que verdaderamente lo lográis...