Emancipación

Por Mamaenalemania
Les voy a revelar un secreto.
Confieso que me da un poco de reparo desvelar intimidades de este tipo, entre otras cosas porque implica el asesinato a sangre fría de esa fama de multípara curtida que sé me precede entre acongojadas primerizas.
Pero es que, verán, temo que se me haya independizado un hijo. Y me azora sobremanera que sea justo el que no debía.
Me consta que una de las mayores preocupaciones de toda progenitora arrastrante y ojerosa suele ser el adecuado y, sobre todo, eficaz encamamiento del polluelo noctámbulo que a bien a tenido parir; por lo general hace pocos días, o pocos meses o unos años ya, que de todo hay. 
Como aquí la que suscribe ha sufrido crapulidad por tripitido, no le han faltado las oportunidades de probarlo todo y atisbar secuelas de diversa índole. Y ayer se me encaró una que no me ha gustado nada.
Si sospechan que hablo del Mayor, lamento comunicarles que han errado el tiro. Ya sé que, tras haberle aplicado el método aquél tan agorero a sus tiernos nueve meses - del que ruego se culpe al pediatra de entonces y a mi zombismo crónico -, era el candidato ideal para traumas varios y desaires a tutiplén; no obstante, si obviamos el saqueo a nuestros bolsillos y esa obsesión pelín excéntrica por Jesucristo, se puede afirmar que el niño es afable y duerme como un bendito. Desde hace un año, eso sí.
Si acaso cabalan con Destroyer, por eso de la ignorancia sistemática y el abroncamiento constante que padecen los medianos, les perdonaré el desliz. Entiendo que su diligente mutación de bebé trampa - de esos que duermen once horas del tirón con dos meses y consiguen el reembarazo de su madre en tiempo récord - a la bestia parda que es hoy día, podría interpretarse como la lógica consecuencia de fondeos con pata reiterados por parte de sus progenitores. Y no les voy a negar que en algo nos habremos equivocado - ¡a saber! - pero el angelito, en lo que a adormilamiento se refiere, es normal. De esos de cuento, canción, cuento, canción, no, esa no, otro cuento porfaplis y mamiiiiiiiiiiiii varios hasta amodorramiento definitivo, vamos.
Supongo que ahora se atreverán a apostar que esta historia va de rizos - más que nada, porque no quedan más niños -, y van a tener razón. El pelón, ese bebé que me pilló agotada y con pocas ganas de contiendas educativas, se pasó sus cuatro primeros meses, íntegros, en mi lecho. En medio de él, concretamente.
Reconozco que me temblaban las piernas a cada advertencia de terceros sobre la perfidia de tal costumbre. Así, para resumir, muchos "ya verás, ya."
Sin esfuerzo pues se imaginarán ustedes el toque soberbio con el que hasta ayer agraciaba mis palabras relatando este episodio; porque el calvito, de todos los que tengo - incluyendo al Maromen -, es el que más raudo se adormece. Ni cuento, ni canción, ni mamis; meterlo en la cuna e inmovilizarse él es todo uno.
El más mejor por las noches, alardeaba yo, el que menos koñen me da de todos.
Lo que no se me ocurrió es que, quizás, al pobre lo que le ocurre es que nació resginado a horarios ajenos, a entrenamientos de fútbol de uno y pediatra de otro; que a sus dos años ha visto mucho mundo, puede que demasiado, y ha perdido la ilusión y la esperanza.
Porque es que ayer, señores, después de comer desapareció. No sabría decirles si lo hizo de puntillas o nos dijo adiós, que con el ajetro de platos, migas, vasos y demás repliegue de sobremesa, ni nos enteramos.
Pero cuando pasé la bayeta caí en que no estaba.
Le llamamos, rebuscamos y llamamos más alto. Nada.
Fue al buscar el chupete para hacerlo sonar a modo de irresistible tentación y no encontrarlo, cuando vino a pellizcarme la culpa y me auguró un desgarbo. Y cómo acertó la jodía; porque, tal y como predijo, al entrar en su cuarto me lo encontré frito. En su cuna. Con la camiseta del pijama. Y las cortinas cerradas.
Ni se inmutó cuando le di un besito.
A Gott he puesto por testigo de que, a partir de hoy, le toca cuento, canción y agarre de manita, aunque me patalee hasta la extenuación para echarme de su cama.