Tras el paréntesis vacacional de la Semana Santa volvía "nuestra OSPA" a Avilés y Oviedo con algunos cambios en el programa y en el podio. El inicialmente programado Concierto para violín nº 5, K. 219 de Mozart se cambió por el conocidísimo Concierto para violín en mi menor, Op. 64 de Mendelssohn, aunque manteniendo de solista al gran concertino Vasiliev que pasó sin problemas del primer atril al protagonismo de esta joya de obra para su instrumento. Y una indisposición del titular Max Valdés nos devolvió a Oviedo un ya conocido Neuhold, titular de la BOS (Orquesta Sinfónica de Bilbao), de quien ya escribí allá en diciembre de 2008. La segunda parte mantuvo la Sinfonía nº 6 en La Mayor de Bruckner.
Dos compositores románticos distintos y a la vez unidos como hizo la filósofa madrileña aunque asturiana de adopción Amelia Valcárcel en sus notas al programa "Cuando la música se hizo fuego y agua" al decir que "Ambos traducen a música un anhelo de subliidad que está presenta en su época histórica". En esta velada y como titulo en la entrada, hubo emoción e intensidad.
Y como agradecimiento nos regaló el Capricho nº 23 en MIbM del "diabólico" Paganini donde pesó la emoción sobre la intensidad, aunque estar en casa no tiene precio y todos agradecimos a "Jandro" su enorme talento artístico y su generosidad musical.
Bruckner es otra cosa, y su compatriota Neuhold mantuvo las trompas a su derecha pero recolocó el resto de metal (trompetas, trombones y tuba) atrás cual tubos de órgano, instrumento que tanto amaba el compositor austriaco. Aunque la señora catedrática escriba que "La Sexta Sinfonía pasa por ser una obra para oídos inteligentes", alegando que "cada uno de sus movimientos está lleno de sutilezas que hay que perseguir", creo que la versión que pudimos escuchar fue apta para todos los públicos siempre que tengan emociones (también cita, como es lógico, a Hegel en cuanto a emoción pura), pues todas ellas afloran en esta Sexta pletórica además de intensidades no sólo del corazón sino reales de dinámica, expresión, tempi y todo lo que queramos añadir, sin idealismo hegeliano alguno, de nuevo con una orquesta más que solvente y un director plenamente identificado con una obra donde "la música ya no celebra nada" aunque "en ese fluir de su música él pensaba que estaba encerrada un tipo de verdad capaz de operar de forma misteriosa". Suelo comparar la música con la cocina, y cuando hay buenos ingredientes es difícil estropear un plato, aunque está claro que los paladares, como los oídos, hay que educarlos y no tenemos todos los mismos gustos (menos mal).
El Adagio: Sehr feierlich (muy solemne) me resultó embriagadora por la intensidad lograda precisamente en la cuerda, que como buen mahleriano y austriaco va implícito en la interpretación (tiene grabado bastante), y este Bruckner "atrevido de la Sexta" no quedó a la zaga.
El Scherzo: Nicht schnell (parsimonioso) volvió a hacernos disfrutar precisamente por ese tempo preciso de las melodías y armonías del gran organista llevadas a esta orquesta nuestra cada vez más ensamblada, mas compacta, más bloque, con equilibrio sonoro e intensidad (dinámica) necesaria cuando así está escrita.
Y para el Finale: Bewegt, doch nicht zu schnell (Animado, no muy rápido), todo un catálogo de instrumentación y simbiosis romántica, una "sinfonía clásica" en cuanto a forma y dondo representada en la partitura y perfectamente leído por el director en común unión con los músicos.
No se puede pedir más... el maestro austriaco está en Bilbao, al menos cerca de Oviedo para casos así ¡qué felicidad!.