Cuando leo o escucho un poema, tengo una emoción que yo denomino emoción primaria, pues un buen poema siempre está vivo, no se corrompe, no insulta, a veces sólo hiere lo necesario cuando grita a la desvergüenza y a la impunidad, que algunos congéneres se empeñan en atizar a sus semejantes.
Emociona la lectura pausada de un buen libro, ése que tenemos esperando en un hueco de la librería de la mente de cada uno y decides leer o releer para que esa emoción, sea antigua o nueva pero emoción, de esas que traspasa tranquilamente tu cuerpo y tienes la suerte de que te vuelva a emocionar.
Incluso a veces tienes necesidad de leer en voz alta, para que la humanidad aproveche la declamación que te ha salido de tu emoción tan especial, y lo lanzas a los cuatro vientos.
Emociona también, casi salvajemente deleitarte en un cuadro que puedes percibir con una musicalidad en la composición y rasgos de los trazos que salieron del artista para embaucar al que tiene la fortuna de apreciar como un todo, y sumando colores te hace ver cosas que antes no veías, trasladándote a unas nuevas dimensiones de las emociones.
Emociona esa interpretación del coordinador de un conjunto de profesores de una orquesta, de alguna obra ya inmortal de algún gran compositor, que con los signos que en su día plasmó en el pentagrama, nos hace llegar a nuestros oídos momentos de nuestras vidas -para nosotros importantes- y entonces es cuando confluyen todas las emociones vividas y sentidas.
A mí, particularmente, me emocionan todas estas emociones.