Por lo que he podido observar, con el paso del tiempo y la voluntad firme de descubrir qué es lo que falla en tales casos, hay una tendencia personal casi automática a reducir la expresión de nuestras emociones a un catálogo muy limitado de ellas. Es decir, cuando nos sentimos frustrados por diferentes motivos (tristeza, impotencia, desesperanza, ansiedad, miedo...) solemos transmitir una única emoción dominante que es la que nuestros interlocutores captan en primer término y que condiciona un alto porcentaje de nuestro mensaje.
De este modo, no es raro observar a personas que siempre parecen estar enfadadas. O a esas personas que solo parecen pasar de la alegría a al hundimiento.
El enfado es una de las emociones más frecuentes y más potentes; es la versión doméstica de la 'ira' y en un entorno cotidiano esconde muchos sentimientos que, sin darnos cuenta, escondemos a nuestro interlocutor.
En la pareja es muy común que uno termine "regañando" a otro, en lugar de explicarle que su frustración proviene de sentirse triste, desanimado, agobiado o abandonado. El otro suele asumir mejor este rol de ser "regañado" y actúa en consecuencia, de una manera infantil, culpable y pasiva.
Creo que un ejercicio útil para mejorar la comunicación interpersonal en esta línea es, precisamente, el tratar de expresar con palabras claras y concretas cuál es nuestro estado de ánimo, sin dar por hecho que se percibe de manera implícita. Decir cómo nos sentimos, en lugar de adoptar el rol automático que nos asigna esta emoción dominante que puede limitar la capacidad para ser bien interpretados, comprendidos y, por qué no, apoyados.
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