Empaquetado de virus

Por David Porcel

Tampoco la virulencia de la pandemia ha podido siquiera enfriar el culto al rendimiento y la rentabilidad, sino que, más bien, habiendo sido integrada desde el principio a la maquinaria de la explotación y la rentabilización, confirma una vez más el orden económico mundial existente. Por más que emerja la nostalgia de tiempos donde aún eran posibles la disolución y el resquebrajamiento de valores poderosamente forjados, y de los que aparecieron obras, hoy impensables, como La peste, de Camus, La náusea, de Jean Paul Sartre o Si esto es un hombre, de Primo Levi, el nuevo virus, desde su nacimiento debidamente etiquetado y empaquetado, no hará sino, una vez más, confirmar la espectacularidad de la nueva moralidad televisada. Y es que en sociedades como la nuestra en las que el nihilismo ya no es posible, y no porque nadie esté dispuesto a morir por las ideas sino porque no hay batalla donde sea posible el combate, parece que la única resistencia es conciliarse con las fuerzas indómitas y sacar, aunque sea de entre los muertos, una pedazo de ti mismo. 

"El ser humano ha penetrado demasiado en las construcciones y ahora es valorado en poco y pierde pie. Esto lo acerca a las catástrofes, a los grandes peligros y al dolor. Y estas cosas lo arrastran a lugares donde no hay caminos, lo llevan hacia la aniquilación. Lo sorprendente, empero, es que es precisamente ahí, es justo en la proscripción, en la condena, en la huida donde el ser humano establece contacto consigo mismo en su sustancia indivisa e indestructible. De esta manera atraviesa los espejismos y adquiere conocimiento del poder que tiene." (La emboscadura, Ernst Jünger)