Empathy and Inter-Religious Imagination by Catherine Cornille

Por Zegmed

Una de las primeras ideas es la de que cualquier intento por acceder de modo imaginativo a la vida religiosa de otra persona/as requiere de un cierto grado de empatía y que, de hecho, la empatía en sí misma presupone cierta imaginación religiosa (107). La entrada de Cornille es, generalmente, fenomenológica (uno de los mejores modos, me parece, de estudiar el fenómeno religioso), de ahí que sus referentes sean Dilthey, Husserl y Stein, sobre todo. Algunas de sus entradas iniciales refieren a estos autores: la empatía se entiende como un proceso de transposición dentro del mundo de la vida del otro con la finalidad de comprender sus intenciones y su mentalidad (Dilthey); o como el compartir una situación que no sólo supone comprender maneras de pensar y sentimientos, sino seguirlas a tal punto que podamos hacerlas quasi-nuestras, de modo que ellas nos ayuden a ir completando el esfuerzo intuitivo por comprender al otro (Husserl) (108).

Esto, como menciona la autora, abre preguntas interesantes. No se trata de una comprensión de las dimensiones específicas de una experiencia religiosa puntual, sino de las motivaciones más profundas que yacen en dicha experiencia (108). Esto supone la idea de que existen ciertas motivaciones religiosas que constituyen un suelo común “mediante el cual individuos de diferentes religiones pueden lograr entenderse los unos a los otros” (109). La búsqueda de esos elementos comunes (deseos, impulsos, sentimientos), sostiene Cornille, ofrece una gran oportunidad para la empatía (109). Lo que no queda claro, sin embargo, es que la autora acto seguido parece sostener que la empatía supone asumir todo el bagaje social, cultural y religioso del otro, lo que parece contradecir lo que acababa de decir (109)[1].

Ahora bien, a pesar de lo dicho, es importante notar que no ni Husserl, ni Stein, ni van der Leeuw creen que la empatía supone volver a vivir la experiencia de otro. Eso no es posible: comprender al otro siempre implica reconstruir y reconstituir su experiencia a partir de la nuestra. Lo cual no supone, por otro lado, absoluta inaccesibilidad (110), sino, más bien, el hecho de que la empatía es un proceso eminentemente humano y, en tanto tal, un proceso sin término por tratar de comprender al otro (110).

Otro de los temas más relevantes del texto radica en el rol de la religión y la teología en relación con la empatía. La tesis de la autora es que ambas configuran cierto tipo de actitudes (simpatía, entendida como el sentir-con-el-otro) que facilitan o dificultan la empatía (proceso cognitivo implicado en la actitud simpatética) (111). Este tema es interesante, además, si tenemos en cuenta la poca estima que Raghu Ananthanarayanan mostró frente a las experiencias religiosas articuladas en entramados teóricos e institucionales. Sin embargo, Cornille muestra con pertinencia que ese tipo de estructuras son determinantes en el acceso a las experiencias del otro: una religión o una teología característicamente cerradas, por ejemplo, dificultan inmensamente la apertura al otro, ya que por cuestiones de principio la primera actitud a la que invitarán a sus fieles es a la toma de distancia. Por eso, la empatía supone una religiosidad liberada del miedo y que ofrezca libertad relativa a sus fieles (112). Mientras más abierta y diversa sea nuestra propia experiencia religiosa, más receptiva será de la de otros (113).

Hay que notar que cuando hablamos de empatía interreligiosa, además, no nos referimos a una mera tolerancia negativa, sino a un proceso esforzado de acceder al otro. Proceso esforzado, además, debido a las dificultades que muchas veces están supuestas en nuestro fuerte sentimiento de pertenencia a nuestra propia confesión religiosa (112). Ahora bien, tampoco debemos perder de vista que así como sin una buena cuota de simpatía no hay empatía posible; el exceso de la primera termina por distorsionar la segunda: si uno termina por someterse íntegramente a las creencias del otro sin reservar ningún espacio autónomo, la experiencia dialógica desaparece (112). Cierto espacio para la diferencia y la crítica es fundamental también.

Otro de los temas que vale notar es el referido a nuestra capacidad de comprender experiencias que no hemos vivido. La duda se plantea ante la idea de que sólo podemos comprender cosas que hemos experimentado. La posición de la autora, sin embargo, apunta a que sí podemos acceder a esas experiencias nuevas. De algún modo, nuestro rango de experiencia se ve despertado por ellas y, a la vez, enriquecido. Se da un proceso medio circular que implica cosas vividas y, de otro lado, la inmensa novedad que permite que nuestro rango de experiencias se enriquezca y extienda (114). Ese sería el proceso que permite una verdadera empatía, más allá de que no siempre hayamos vivido las experiencias de otras religiones. De todos modos, para Cornille queda claro que ese proceso de empatía jamás se da plenamente si es que uno no logra participar de modo activo de la experiencia religiosa del otro. Todo acercamiento teórico se ve inmensamente superado por una convivencia efectiva con las prácticas religiosas estudiadas; aun cuando, como lo nota la autora, toda práctica religiosa auténtica, normalmente reserva ciertas partes del ritual para las personas que son efectivamente parte de la comunidad de fieles y que comparten el sentido verdadero de tal experiencia (118).

El texto termina con una cita de Mikhail Bakhtin con la cual la autora apela a la peculiar dinámica hermenéutica de la empatía religiosa: es sólo a través de los ojos de una cultura diferente que logramos conocernos a nosotros mismos. Se trata, además, de un proceso siempre en movimiento, porque siempre hay un nuevo “otro” que nos muestra algo nuevo de nosotros y viceversa (120).


[1] Mi impresión es que la idea de la autora consiste en un doble acercamiento: hay que comprender las intenciones más básicas de la religión del otro en tanto son un suelo común y pretexto para el acercamiento más pleno a él; y, a la vez, hay que esmerarnos por entrar de modo completo a su universo religioso (111) si es que queremos una verdadera y completa relación empática. De todos modos, es un tema que no queda del todo claro en el texto.