Centrarme, uf, de verdad que lo intento. Pero esta mente mía se empeña en seguir varias corrientes a la vez y, claro, así no se llega a ningún sitio. O a casi ninguno. Entre diversificarse e intentar abarcar demasiado hay una línea que a veces me resulta difícil distinguir. Parece mentira, después de tanto camino recorrido y trillado. Pero aquí sigo, leyendo, escribiendo, desvariando sobre libros, parloteando sin más. Y disfruto, disfruto mucho con todo ello.
Organizarme el tiempo: voluntad de tintes utópicos. Sé que seguirá siendo un objetivo, más bien un sueño, a pesar de la conciencia de ser un manojo de caos con piernas. Otros sueños más vanos se han perseguido (y, de hecho, los persigo). Continúo elaborando mis listas absolutamente inútiles, marcando y tachando y olvidando mirarlas demasiado a menudo.
¿Evitar las locuras libreras? ¿De verdad pensaba que sería capaz? ¡Controlarme parece una labor titánica! Vamos, que tampoco lo cumplo. Si es que es más fuerte que yo. Los libros no están mudos, por si no lo sabíais, tienen una voz propia que vibra en una frecuencia especial para quienes hablamos su lenguaje. Pero sí lo sabíais, porque vosotros también los oís, los entendéis y estoy segura de que os cuesta tanto como a mí resistiros a sus cantos de sirena, no os hagáis los tontos.
Moderación, otra bonita palabra. Una virtud, según dicen. Esa la cumplo: soy tan moderadamente virtuosa como defectuosa. En líneas generales. Más o menos. Algunos días, acaso… En serio, no siempre parezco loca (parezco, ahí está la clave).
¿A quién no le faltan horas para poder llevar a cabo todo lo que pretende hacer por momentos, cada día, en la vida? Tantos libros por leer, tantos pensamientos por compartir, tantas historias que contar, tantos planes por realizar… Qué corto se hace el tiempo, ¿verdad?
Ya ha pasado una semana de este mes y (oh, alegría) se van acercando las vacaciones, lentas pero seguras, como suele decirse. He terminado tres lecturas estupendas, cada una en su estilo: “La dama de provincias prospera” de E.M. Delafield, “Moderato cantabile” de Marguerite Duras y “Un hotel en ninguna parte” de Mónica Gutiérrez, que me amenizó el trayecto en tren. Es un buen balance que hoy mejorará, pues estoy a punto de terminar “Jezabel” de Irène Némirovski y me tiene encandilada. ¿Cuál empezaré después? Estoy dudando entre varios.
Después de unos días raros, de incertidumbre y restos de otras sensaciones, una noticia satisfactoria y una ocurrencia que me llevó a una pequeña ruptura de la rutina. Fin de semana de relax en Barcelona. A pesar del calor, lo he pasado genial y me he traído dos recuerdos: uno perecedero, aunque lo guardo en foto, y otro para perdurar. El primero es gastronómico (podéis echar un vistazo a esta escapadita de degustación para ver más detalles) y el segundo, cómo no, bibliomaníaco. Confesaré: visité el mercado de Sant Antoni y piqué y pequé con los libros, pero era difícil resistirse rodeada de tantos. Viejas conocidas, sobre todo. Y a la vuelta del viaje me esperaba otro libro, este con dedicatoria.
En resumen, ha sido una primera semana muy literaria, activa y positiva. Lo mejor, que todavía queda mucho mes por disfrutar y divagar.
¿Cómo lo lleváis vosotros?