Por las circunstancias que sean no acusé recibo en este cuaderno de los dos primeros títulos de la colección «En 8º», que han lanzado desde Gráficas Almeida de Madrid Víctor Infantes y José Manuel Martín con el sello de Turpin Editores. El arte científico para conocer y ejercer el comercio de la librería, para uso de mi empleado y otros alumnos del mismo oficio que deseen progresar (1789), de François de Los-Rios, y La biblia de los bibliófilos. Donde se contienen los preceptos de Harold Klett, que cambiaron de nombre en su traducción, y la glosa de Xavier da Cunha, de nuevo glosada por Víctor Infantes aparecieron en el otoño del año pasado. Es una colección de «libros sobre libros, textos marginales sobre asuntos marginales (o no tan marginales) y obras singulares de temas singulares; siempre de una cierta brevedad lectora y editorial, pues no están los tiempos para muchas materias y muchas páginas», decía Infantes en las palabras preliminares «A la nueva edición» de su biblia. De esta primavera son los dos títulos siguientes, los números tercero y cuarto de la serie: Un día en la vida del maestro impresor Joaquín Ibarra, de M. R. Blanco Belmonte;y La rúbrica impresa de los incunables españoles, con un exordio de un familiar Néstor Costa. En este es la imagen la protagonista, pues recoge —en homenaje a un bibliógrafo que sabía de esto, Francisco Vindel— setenta marcas y escudos tipográficos con los que se identificaban los impresores españoles del período incunable. En el primero es el texto el protagonista, el relato de la jornada de un impresor tan ilustre como don Joaquín Ibarra (Zaragoza, 1725-Madrid, 1785). Sí, el editor del Quijote de 1780 para la RAE, cuyo «día» es evocado por el escritor cordobés Marcos Rafael Blanco Belmonte. No es solo, pues, un homenaje al impresor aragonés —que lo merece, y merece ser imitado y seguido en la era digital con todas sus posibilidades—, sino un ilustrativo documento sobre «cómo era una jornada de imprenta en el Madrid dieciochesco», que es lo que escribe Marcelo Grota en la precisa nota «Previa» que da cuenta de los antecedentes textuales de este curioso opúsculo. Lástima que aquí no se pueda reproducir la sonrisa de aceptación del maestro Ibarra cuando cruzaba en su taller ante la mesa del corrector y del atendedor, diligentes en limpiar el texto de erratas. Y es que algún duende —el de siempre— ha adormilado a todo quisqui y hay erratas para desratizar en este librillo desde la página 15 de la «Previa», en la que hay dos; y si se sigue por la 22 —dos más—, la 25, la 29, la 30, la 34, la 35 , la 36... —ay, hay más por el camino—, hasta la 69, la 72 y la 76, que es la última antes del colofón, que está limpio. Cosas de imprenta.